El Nuevo Día

La naturaleza es su terapia

- Envíe sus comentario­s a nytweekly@nytimes.com. TOM BRADY

Una nueva generación está descubrien­do el poder curativo de la naturaleza.

Los millennial­s, que han tenido un amorío con la observació­n de aves, han pasado a otro deporte asociado con hombres blancos de mayor edad: la pesca con mosca. La conexión con la naturaleza y una comunidad de deportista­s ecológicam­ente sensibles son parte del atractivo.

Algunos se han sentido atraídos a la región de las Montañas Catskill, el hogar espiritual de la pesca con mosca en EE.UU., unos 160 kilómetros al norte de Nueva York.

“Me he vuelto totalmente adicto a la pesca con mosca”, dijo Mike Kauffman, de 31 años, un emprendedo­r tecnológic­o y residente de Manhattan que acaba de comprar un hogar en las Catskill con su novia, Annah Lansdown. “Me parece totalmente meditativo, algo que nunca supe que necesitaba”.

Desde su primera excursión, los dos quedaron cautivados. “Estar afuera en el río es una conexión más profunda con la naturaleza que jamás tuve realmente, creo que mucha gente no la tiene”, declaró Kauffman a The New York Times.

“El agua fluye a tu alrededor y no puedes escuchar nada. No piensas en el trabajo, correos electrónic­os o la ciudad”, añadió Lansdown, de 41 años, una directora creativa.

Hay algo respecto a estar al aire libre en el bosque que es atractivo para nuestro lado primitivo. La mayoría de los antropólog­os cree que nuestros antiguos ancestros homininis dormían en los árboles; cuando Homo erectus arribó hace unos 2 millones de años, nos mudamos al suelo del bosque.

Una ola reciente de casas de árbol diseñadas por arquitecto­s deja entrever que nunca perdimos verdaderam­ente nuestra afinidad por vivir en los árboles. En el Treehotel en la Laponia sueca, inaugurado en el 2010, siete casas de huéspedes se ciernen entre pinos cubiertos por la nieve.

El diseñador británico Antony Gibbon creó representa­ciones de cabañas flotantes, que no fueron construida­s sino hasta que una pareja le pidió construir una casita de campo en su propiedad de 14 hectáreas en el estado de Nueva York. Su cabaña de 50 metros cuadrados está engarzada entre pinos blancos orientales y robles cubiertos de liquen al borde de un estanque.

“He estado analizando el biomimetis­mo, cómo los animales construyen nidos y cómo nosotros también podemos crear formas que son parte de la naturaleza”, dijo Gibbon.

Wei Tchou halló su válvula de escape en la naturaleza leyendo

Oaxaca Journal, el relato cuasiespir­itual de Oliver Sacks sobre sus viajes a México con la Sociedad de Helechos de Nueva York. Eso la inspiró a reservar un vuelo sencillo a la región.

“Me había empezado a enamorar de los helechos en parte porque me recuerdan que debo volver a dedicarme a cualidades que a veces olvido”, escribió Tchou en The

Times. “Por ejemplo, son muy resiliente­s: a menudo son las primeras señales completas de vida en volver a poblar hábitats arrasados y sus esporas son capaces de flotar a través de océanos enteros para echar raíces”.

La vida de Tchou en Nueva York, con su enfoque en su carrera y en dispositiv­os que bombean mensajes y notificaci­ones, se sentía asfixiante.

Ya en un bosque nublado en México, rodeada de helechos culantrill­os apacibles y equisetos de 5 metros de alto, Tchou sintió que se disipaba su ansiedad.

El mundo natural le permitió “desconecta­rme por completo, de vez en cuando”, como lo describió el conservaci­onista John Muir, “para limpiar tu espíritu”.

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DANIEL BORRIS PARA THE NEW YORK TIMES Algunos hallan inspiració­n en la resilienci­a de los helechos en Oaxaca.
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