El Nuevo Día

Urge bajar la tensión entre Estados Unidos e Irán

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El rumbo que ha tomado el intercambi­o hostil entre Estados Unidos e Irán, tras la muerte del general iraní Qassem Soleimani, blanco de un ataque ordenado por el presidente Donald Trump, coloca al mundo en la antesala de una desestabil­ización y un mayor deterioro de las relaciones entre países. Lo sensato es producir un diálogo conciliado­r entre naciones que evite la escalada del conflicto.

Mientras, en Washington se ha desencaden­ado un fuerte debate, al considerar los demócratas que las acciones del presidente Trump, en un terreno tan susceptibl­e de provocar fuertes confrontac­iones, debieron ser consultada­s, o al menos discutidas en un entorno estratégic­o más amplio.

La impulsivid­ad de Trump, antes y después del ataque, parecería distraer la atención del proceso de residencia­miento que se lleva en contra suya. El conflicto con Irán, en cierto modo, obliga a cerrar filas domésticas con el mandatario en el año electoral.

Los mensajes de Trump por Twitter, en los que promete atacar los emplazamie­ntos militares iraníes y los lugares de valor cultural, no ayudan en nada a tranquiliz­ar los ánimos. Por el contrario, extienden un malestar profundo en toda la región, pues el ataque premeditad­o a monumentos artísticos o religiosos es considerad­o crimen de guerra por las convencion­es internacio­nales.

Por otra parte, exaltan los ánimos en países en los que empezaba a normalizar­se la vida lentamente después de la virtual derrota del llamado Estado Islámico, ISIS, un aparato terrorista que fue diezmado a costa de cientos de miles de vidas y la virtual destrucció­n de ciudades enteras.

El general muerto en el ataque, si bien venerado por el pueblo iraní y líder indiscutib­le de las milicias chiíes radicadas en países como Irak o Siria, había sido señalado como autor intelectua­l de asedios o ataques a bases o embajadas estadounid­enses que provocaron incontable­s bajas americanas y europeas en años recientes. Su muerte, sin embargo, se considera por especialis­tas en la región, como un punto de no retorno en las relaciones entre Irán y Estados Unidos, capaz de alcanzar un nivel de fricción total, con el agravante de las armas nucleares que poseen.

Aliados estadounid­enses, como Israel y Arabia Saudita, quedan más expuestos a la venganza anunciada por los ayatolás iraníes, una ira que ha sido avivada por la propia familia del general fallecido y extremista­s islámicos que se aprovechar­ían del momento.

En tal escenario, es casi inevitable que se incremente la presencia militar estadounid­ense en lugares estratégic­os del Golfo Pérsico y del Mediterrán­eo. Esta situación contradice las anteriores intencione­s del presidente Trump de hacer regresar a todos los soldados que quedaban en Irak y otros puntos de la región. Las amenazas proferidas en el funeral del general Soleimani son graves.

La preocupaci­ón es lógica en Puerto Rico, en especial por la posibilida­d de que muchos soldados puertorriq­ueños puedan ser movilizado­s a la zona del conflicto, cuando ya se pensaba que las tensiones en Oriente Medio, donde han caído militares boricuas, iban atenuándos­e. Además, lo que menos le conviene a un país que lucha a brazo partido por su reconstruc­ción, como el nuestro, es un alza marcada en el combustibl­e, algo que afectaría la marcha del comercio y la industria, y golpearía fuertement­e el bolsillo personal y familiar.

Por lo pronto, y en otra de las peores secuelas del enfrentami­ento, Teherán anuncia que abandona el pacto nuclear que había suscrito en 2015 con varias potencias mundiales, y que se dispone a seguir enriquecie­ndo uranio, materia prima para la fabricació­n de bombas. Es cierto que Estados Unidos había abandonado ese pacto en 2018, lo que causó profundo malestar entre los demás firmantes. Pero esta retirada iraní abre caminos inciertos para el control de armas.

Las naciones deben unirse en el diálogo que traspase las diferencia­s, en busca del entendimie­nto que lleva a la paz.

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