REBOBINAR

Como si fuera esa noche la última vez, pensé en las primeras veces. En todas las que pude. En las veces que eso que recordaba pasó como dunas frente a los ojos. En esas veces que los colores se quedaron viviendo bien dentro. En tantas cosas.

Son las primeras veces las que duelen y las que marcan. Ese primer beso, ese primer día en el colegio, el primer funeral al que asististe cuando niño. El día que conseguiste tu primer trabajo. Ese amor que dura toda la vida.

Y rebobinas, no sabes por qué, por qué recordar estas cosas, pues, las has recordado antes y siempre. Pero esta vez sientes el rumor de la tierra, la magnitud y las magnitudes de la memoria que te impulsan a recordar y a querer más, a vivir más, a sentir más.

Sientes el movimiento que nunca has sentido. Sabes, intuyes que todo el mundo en esta tierra está sintiendo eso que tú estás sintiendo, tramitándolo, procesándolo con la amargura del primerizo y quizás con el pánico del novato. Novato no es la palabra adecuada, reconócelo. Nadie quiere convertirse más tarde en un experto en esta experiencia. Este no es el primer beso.

Hace décadas no se había sentido algo así. Y es todo de lo que se habla.

Por preservación, por querencia, prefiero y sigo pensando en las otras primeras veces de la vida.

Y en esas secuelas más hermosas que quiero seguir viviendo.

Lo que ocurrió esa madrugada ha extendido la imaginación y la realidad de todos. Ha abierto los ojos a tantas fragilidades. Han sido severos, extraños, incomprensibles, repetitivos estos días. Todos nos han traído leves recuerdos móviles del suceso mayor.

¿Qué hacer ahora? Prepararse, dicen, y razón tienen.

Yo, solo esa noche que parecía la última vez, esa noche que asustaba mientras la magnitud nunca antes sentida rozaba los pies y alteraba los senderos de todos nosotros, abrazaba y abrazo las memorias, porque hay que hacerlo. Prepararse y recordar las alegrías, el primer beso, ese amor que dura toda la vida.