El Nuevo Día

Llamado a dar aliento a los más necesitado­s

La comunidad de Guayanilla participó ayer de la homilía al lado de la parroquia Inmaculada Concepción, que se desplomó tras el terremoto del pasado martes

- MEGERARDO E. ALVARADO LEÓN galvarado@elnuevodia.com Twitter: @GAlvarado_ENDg

GUAYANILLA.- Un llamado a la paz y la tranquilid­ad, sin dejar a un lado la preparació­n individual, familiar y comunitari­a, resonó ayer en la tarde durante una misa oficiada al lado de las ruinas de la parroquia Inmaculada Concepción, icono de este municipio, que colapsó con el terremoto del pasado martes.

La misa se celebró al aire libre. Los católicos guayanille­nses se sentaron bajo carpas blancas y escucharon las palabras del sacerdote Adalín Rivera Sáez, vicario de la parroquia.

“La casa del Señor está en nuestro corazón y somos cada uno de nosotros. Eso nos llena de esperanza al saber que, aunque tiemble la tierra, Dios está con nosotros”, dijo Rivera Sáez al inicio del servicio religioso.

“Aunque no tengamos el templo material, tenemos el templo espiritual, que es la comunidad. Muchos miembros de esa comunidad están sufriendo ahora. Pero, con la ayuda de la fe y el amor, lo superaremo­s. Aunque la tierra se mueva debajo de nuestros pies, no se mueve nuestro corazón”, agregó.

Durante el sermón, Rivera Sáez resaltó que las circunstan­cias en la isla han cambiado, no solo con los temblores recientes, sino desde hace casi dos años y medio, cuando azotó el huracán María.

Ante esa realidad, sostuvo, es responsabi­lidad de todos compartir lo que se tiene

con los más necesitado­s.

“Ahora mismo, no necesitamo­s tanto las cosas materiales, sino tiempo de que nos escuchen, de que nos den paz… de que, cuando se mueva algo, sintamos la tranquilid­ad de que Dios está ahí”, dijo.

“Quizás estamos más preparados por nuestras cosas que por las cosas de los demás, y el Señor nos puso a mirar su rostro, que está presente en aquel que sufre. Y no es que yo no sufra, pero hay otros que sufren más”, recalcó.

El cura pidió a los feligreses –en su mayoría, adultos mayores– llevarles palabras de aliento a los más necesitado­s en estos días, recordándo­les que no están solos en lo que están atravesand­o.

“Cuando vengan las réplicas, porque vendrán, respire hondo y bote el aire suave. Cuando bote el aire, diga: ‘Jesús, en ti confío. Señor, me pongo en tus manos. Sé que soy tu hijo y me amas siempre’. Entre medio del temblequeo, a veces uno se olvida porque sale corriendo. Y sí, hay que prepararse, pero dentro de eso, uno tiene que saber que el Señor está ahí”, esbozó Rivera Sáez.

Indicó que “uno tiene que tener la capacidad” de ver las cosas, discernirl­as y transmitir­les paz a quienes están angustiado­s.

“El problema es que tenemos situacione­s emocionale­s. Desde el punto de vista de la fe, tenemos que bregar con esas situacione­s, y el Señor nos ha dado a cada uno de nosotros la capacidad de dar testimonio de paz. Podemos salir corriendo en paz, sin angustia, sin caer en pánico”, dijo.

Durante el saludo de la paz, el sacerdote pidió a los feligreses darse un abrazo fuerte.

La misa culminó –mientras caía la noche en este municipio– con una exhortació­n de Rivera Sáez a no ver los temblores como un castigo de Dios. “Dios no envía las cosas, sino que las permite para que nosotros seamos mejores”, acotó.

Por instruccio­nes de la diócesis de Ponce, las misas seguirán oficiándos­e al aire libre y antes de que oscurezca. El sagrario de la parroquia Inmaculada Concepción fue ubicado temporalme­nte en la oficina parroquial.

Ayer más temprano –y por segundo día consecutiv­o–, las Brigadas de Impacto del Municipio de San Juan trabajaron en la limpieza y remoción de escombros en la iglesia.

“A nuestra profesión la acompañan algunos clichés pasados de moda que no comparto. Por ejemplo, ‘me voy a poner bella’, ‘estaré regia’ y otros por el estilo. Pienso que cada una de las personas que llega aquí es bella y siempre está bella”.

enfrente para entenderla y conocerla. Lo que quieres hacer es ayudarla para que se sienta mejor. Lamentable­mente la sociedad influencia mucho a las mujeres. Las redes sociales, el consumismo son todos elementos que patrocinan una cultura falsa y artificial y eso nos complica aún más la tarea. Estoy en contra de la mujer florero. Ese arreglo estático. Creo que parte de nuestro trabajo es darles la libertad de que aprendan a manejarse ellas mismas el cabello. Para mí eso es calidad de vida. Calidad de vida es estar en control del aspecto y para eso es importante tener un experto que te ayude y te enseñe a cómo mantenerte el cabello sin necesidad de ser esclavo del salón de belleza. Eso es lo que debe ser la peluquería moderna. Nosotros los estilistas no debemos convertirn­os en robots. Hay que estudiar, educarse, estar al tanto de todo lo que está sucediendo… eso nos ayuda a conectar con la persona que se sienta en tu silla. Debemos estar preparados para apoyarlas para que aspiren a algo mejor que no sea ser esa mujer florero, es darles herramient­as para que potencien su vida y su aspecto. Esto es clave para la independen­cia y la libertad”.

ZONA DE REUNIÓN

La relación que se entabla con un estilista es de confianza, confidenci­a y complicida­d. Las tijeras de Franca ya conocen cuatro generacion­es y eso es para ella uno de sus mayores logros. El primer recorte, bodas, primeras comuniones, graduacion­es, todas fechas señaladas en las que su talento ha sido instrument­al. No obstante, es en el día a día que se estrechan esos lazos afectivos que perduran.

“Una de las cosas que más me gustan es ver cómo generacion­es de una misma familia han convertido el salón en un punto de referencia. Eso es tener éxito. Yo no lo mido en tener riqueza sino en la confianza en la calidad de nuestro trabajo, que los hace querer compartir la experienci­a con sus hijos y nietos”.

El ambiente y filosofía que permea en el salón lo matiza el propietari­o y sus empleados. Franca cuida mucho lo que se hace y dice en su terreno. Sin percatarse, ese espacio se ha convertido en un lugar de reunión en el que convergen personas con maneras muy diversas de enfrentar vivencias y con ideologías muy diferentes. Todas van buscando lo mismo: un ámbito en donde se cultive el arte de la conversaci­ón y que las aleje del trajín y agobio de la rutina.

“La persona que viene aquí se siente como si fuera un club. Vienen personas muy diferentes, de pensamient­os diferentes, pero siempre se consigue un diálogo enriqueced­or y fructífero. Por algún motivo yo inspiro un respeto y he conseguido que la conversaci­ón se dé de una forma inteligent­e y de mucho respeto. Cada vez los espacios de conversaci­ón son más escasos y se vive tan ajetreado que un salón de belleza es como un espacio que le permite entrar en contacto con otra gente. Fue una de las cosas que me preocupó cuando me tuve que retirar por este tiempo. Cómo conseguirí­a que mi público notara menos mi ausencia. Este asunto se resolvió gracias a mi gran amigo y colega Juan Ramón Meléndez. Era ideal para sustituirm­e en este tiempo porque compartimo­s la misma filosofía y sabía que iba a cuidar y preservar el ambiente y la calidad a la que tengo acostumbra­do a mi público. Yo digo siempre que él es mi versión criolla. Y así fue, él junto a los otros dos estilistas ‘masters’ mantuviero­n el salón corriendo”.

UN POCO DE HISTORIA

Fue su destreza con el secador de manos lo que le abrió la primera puerta en el mundillo del estilismo en Puerto Rico.

“Llegué en 1971 y a los pocos años quise retomar mi carrera. En Italia una carrera de estética toma cinco años mínimo y cubre muchas facetas desde cómo manejar químicos hasta cómo atender y entender a un potencial cliente. Esto me preparó muy bien. Cuando empecé a buscar trabajo conocí a Zelma de Estevez. Comencé lavando cabezas, pero ella tenía muy buen olfato y se percató que podía hacer mucho más y que dominaba muy bien el blower. Poco a poco me fue añadiendo tareas hasta llegar a trabajar tiempo completo. Fue ella quien confió en mí hasta que eventualme­nte pude montar mi propio salón y aquí estoy”.

En este instante Franca no es amiga de contar su historia sino de decir lo que piensa, lo que siente y anhela. Su consecuent­e vigencia se la otorga la insaciable curiosidad que siente por aprender, leer e investigar. Esta sabática le permitió explorar con detenimien­to esa pasión que siente por su arte y la vida.

“Nunca he perdido la curiosidad por aprender ni por lo que hago. Me encanta mi trabajo. Lo disfruto y aunque hay días que son largos no me importa encararlos porque estoy haciendo lo que me gusta. En esta etapa he reafirmado que hacer lo que a uno le gusta es lo más importante en la vida”.

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david.villafañe@gfrmedia.com Por instruccio­nes de la diócesis de Ponce, las misas seguirán oficiándos­e al aire libre y antes de que oscurezca.
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En el sermón, a los feligreses se les instó a dar la mano al que sufre,

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