El Nuevo Día

Vivo el legado del “hijo del tambor”

El velatorio del músico Ángel “Cachete” Maldonado será el lunes en la funeraria Ehret, en Río Piedras

- MARIELA FULLANA ACOSTA mfullana@elnuevodia.com

La historia de la música afrocaribe­ña en Puerto Rico no podría escribirse sin el nombre de Ángel “Cachete” Maldonado, maestro de la percusión quien falleció el pasado viernes en la tarde luego de batallar contra un cáncer que apagó su vida a los 68 años.

Maldonado murió en su residencia en Villa Palmeras, en Santurce, en compañía de su esposa, Carmín Colón, y varias de sus hijas. Las exequias comenzarán el lunes, desde las 9:00 a.m., en la funeraria Ehret, en Río Piedras, donde será velado. El martes, el coche fúnebre saldrá a la 1:00 p.m. rumbo al cementerio de Villa Palmeras. En el trayecto se unirán varios músicos que acompañará­n a la comitiva hasta el camposanto, según informó Félix Giovanni Franceschi­ni, portavoz de la familia.

Conocido como “El hijo del tambor”, Maldonado fue uno de los responsabl­es en populariza­r en Puerto Rico los tambores batá en la música popular y su concepto de la combinació­n de géneros. Su sapiencia sonora revolucion­ó la música latina con grupos como Batacumbel­e, que en lenguaje yoruba significa arrodillar­se frente al tambor, y más tarde, con Los Majaderos. Maestro de maestros, Maldonado participó en más de 500 grabacione­s de todo tipo de música, incluyendo la banda de rock mexicana Los Jaguares, con la que tocó a finales de la década de los 90. Fue, además, inspiració­n para muchos percusioni­stas del país y les dio la oportunida­d a muchos músicos, quienes se abrieron paso gracias a él.

“'Cachete’ veía el potencial de los músicos y por eso le dio oportunida­d a tantos músicos del país. Si vienes a ver, todo el que tocaba con Cachete se iba a tocar o a cantar con otras agrupacion­es. Él le daba la oportunida­d para que empezaran, les enseñaba a tocar los tambores, cuál era el fundamento”, destacó Franceschi­ni.

En el 2002, la salud del músico se vio afectada por un derrame cerebral, que se repetiría en el 2005 afectándol­e el cuerpo y el habla, pero jamás su espíritu sonoro que siguió resonando como un tambor. Maldonado no abandonó los escenarios, y así fuera en silla de ruedas, llegaba siempre a las presentaci­ones de Los Majaderos con shekeré en mano para tocar, no importa lo difícil que se le hiciera.

De sonrisa sincera y ojos expresivos, el músico nació el 16 de octubre de 1951 en Santurce, en el seno de una familia de músicos. Su padre, Rubén Maldonado era un bajista que había tocado en destacadas orquestas durante la época y le instó a tomar clases de piano. Pero Maldonado sintió el llamado hacia la percusión y comenzó a tocar batería, hasta que se topó con los tambores batá, que solo podían tocar quienes se habían juramentad­o en la religión yoruba, la cual hizo suya, como bien explicó al periodista Eliván Martínez en una entrevista publicada en El Nuevo Dia en junio de 2008.

Ángel “Cachete” Maldonado aprendió los secretos del toque y la afinación de los tambores en Nueva York durante la década del 70 con los maestros Carlos “Patato” Valdez y Julito Collazo, comenzando así una explosiva carrera que lo llevó a tocar con los grandes del jazz y la música latina, entre ellos con Luis “Perico” Ortiz, Dizzy Gillespie y Gato Barbieri. En ese tiempo llegó a tocar con La Conspiraci­ón, la orquesta de Larry Harlow, Eddie Palmieri, Louie Ramírez, Conjunto Libre y Típica 73, con la que grabó el álbum “Intercambi­o cultural”, fruto de un viaje a Cuba.

Fue precisamen­te en la isla caribeña que Maldonado aprendió muchas lecciones con otros grandes maestros. El amigo y portavoz de la familia recordó que luego del primer derrame el músico viajó a Cuba para un tratamient­o y el primero en visitarlo fue el reconocido músico cubano Chucho Valdés. Así era la cercanía de Maldonado con los músicos de esa tierra.

Comprometi­do siempre con la comunidad y su gente, el tamborero formó parte del proyecto Jazz-Mobile, en la ciudad de Nueva York con algunos de los colegas con los que formaría la icónica agrupación Batacumbel­e, entre ellos el pianista Eric Figueroa y el bajista Eddie “Guagua” Rivera. Más tarde se unirían a este grupo los grandes percusioni­stas Givoanni Hidalgo y Pablito Rosario, y el cantante y trompetist­a Jerry Medina, quien ayer lamentaba profundame­nte el fallecimie­nto del maestro.

“Como músico siempre estaba buscando y escrudiñan­do. Una de las cosas grandes, dentro de todas las que tenía Cachete, es que tenía una gran perspectiv­a y percibía el talento de las personas. Sabía de ver lo que esa persona podía dar. Así pasó, por ejemplo, con el cantante Héctor “Tempo” Alomar y conmigo mismo. Yo no iba a cantar en Batacumbel­e. Yo hacía trompeta y coros, pero cuando llegó el momento de grabar, por una razón u otra, las personas que iban cantar se tuvieron que ir y ahí fue que Cachete me dijo si me atrevía a cantar ‘Se le ve’, y yo, que soy cari duro respondí ‘pues vamos a cantarlo’. Cachete fue el que me dio carta blanca”, narró Jerry Medina sobre sus inicios en Batacumbel­e como vocalista.

Este grupo, agregó el músico, revolución la música afrocaribe­ña porque después de Rafael Cortijo, a su entender, nadie había hecho un uso y fusión de los tambores como esta propuesta que lideró Cachete Maldonado. El revuelo provocado fue tal, que Medina recuerda que en un viaje a Cuba el hermano del gran Benny Moré, luego de escuchar un solo de Maldonado dijo, “ustedes llegaron a la casa del trompo y se han llevado el trompo y la cabuya”.

“Trato de fusionar los ritmos cubanos y puertorriq­ueños, los elementos africanos. ¡Hay toques que la gente todavía no ha oído!”

ÁNGEL “CACHETE” MALDONADO

EN ENTREVISTA CON EL NUEVO DÍA EN JUNIO DE 2008

“Gracias por ponerle tanto corazón a la música. Cachete Maldonado te nos fuiste a rumbear a otro lado”

BRENDA HOPKINS

PIANISTA

“Cachete estaba bien consciente de la afinación de los tambores con la canción que se estaba tocando y el tambor en él pasaba a ser, además de un instrument­o rítmico, un instrument­o melódico”, abundó sobre quien fue su gran amigo por más de cuatro décadas.

Sobre el apodo de “Cachete”, el propio músico llegó a narrarle a este diario, que este le acompañó desde adolescent­e cuando unos vecinos de la urbanizaci­ón Los Ángeles, en Carolina, le bautizaron así por sus grandes cachetes. Cuando se mudó a Santurce con su familia, pensó que se había librado de aquella mala broma, pero uno de aquellos vecinos llegó a su nuevo barrio a regar la noticia, quedando para siempre “Cachete”.

Libre pensador y creador sin límites, el maestro Maldonado vivió la vida que quiso, solo dijo arrepentir­se de “no coger las cosas con calma”. El legado que deja este “hijo del tambor” a esta tierra que hoy tiembla con su partida es inmenso y seguirá resonando en cada esquina a través de esos hijos e hijas a los que encaminó y que hoy le rinden homenaje sonando los tambores a través de los que vivirá por siempre. ¡Gracias, maestro!

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Archivo / gfrmedia Maldonado fue uno de los responsabl­es en populariza­r en Puerto Rico los tambores batá en la música popular y su concepto de la combinació­n de géneros.
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El maestro aseguró en una entrevista que solo se arrepentía de no haber tomado las cosas con calma. Al lado, durante un concierto de Batacumbel­e, Giovanni Hidalgo y Cachete Maldonado.
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Archivo / gfrmedia

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