El Nuevo Día

Tradición familiar servida a la mesa

Adrián Romano rinde homenaje a su abuelo italiano con su restaurant­e, Piccolino Cucina Italiana, que abrió en la Avenida San Patricio, en Guaynabo

- MARIELA FULLANA ACOSTA mfullana@elnuevodia.com

Hay varios recuerdos de infancia que atesora el argentino Adrián Romano. Uno de ellos, es la mesa larga que ponía su familia una vez en semana para cenar todos juntos. Ese día cocinaba su abuelo italiano Giuseppe Romano y sus tías abuelas, a quienes recuerda en la cocina conversand­o y riendo, mientras preparaban con sus manos la pasta que disfrutarí­an todos.

En homenaje a su querido abuelo y a esa tradición familiar gastronómi­ca, Romano abrió recienteme­nte el restaurant­e Piccolino (Cucina Italiana), ubicado en la Avenida San Patricio, en Guaynabo. Basta entrar al espacio para sentir ese calor hogareño. El espacio es pequeño y acogedor, con una decoración “vintage” que hace referencia, de alguna forma, a esa tradición italiana de la que proviene. Ese es el boleto de entrada para disfrutar de una experienci­a gastronómi­ca donde cada sabor es un viaje a la infancia de Romano y a esa tradición casera de la cocina italo-argentina con la que creció.

“Siempre se me quedó pendiente lo del restaurant­e italiano en honor a mi abuelo, quien fue el que me inspiró en el mundo de los negocios y de quien heredo la parte de la gastronomí­a, porque para los italianos la comida es muy importante, es un evento. Recuerdo de chico la mesa eterna de 40 personas, la pasta elaborada ese mismo día en la casa y todos hablando al mismo tiempo. De ahí es que viene un poco la idea de hacer esto”, narra Adrián Romano, quien es propietari­o de los restaurant­es argentinos El Viejo Almacén, ubicados en la calle Loíza, y en Guaynabo.

Con 20 años de experienci­a en el mundo de la gastronomí­a en Puerto Rico, Romano elaboró este concepto cuya particular­idad es que todas las pastas, así como las salsas, se hacen en la casa, con el “expertise” del chef Nicolás Gómez (Gastronomí­a de Barrio, en Miramar). Los ñoquis, raviolis, sorrentino­s, canelones, lasaña, todo sale fresco de la cocina del restaurant­e, donde se preparan almuerzos especiales durante la semana a $10, $12 y $15 cada plato. En la tarde/noche se abre un menú variado con pastas, carnes y pescados, todos confeccion­ados con la misma calidad.

Desde los buñuelos de espinaca en una cama de queso de cabra, cubiertos con

mermelada de tocineta y cebolla, cuya mezcla de sabores crean un balance perfecto, a los ñoquis en salsa carbonara con el huevo crudo en el centro (algo muy italiano), que deleitan de tan solo verlos, pasando por un alfajor cubierto en nutella, la fortaleza de Piccolino radica en su cocina. Aquí no hay grandes inventos culinarios ni comida que podrías encontrar en un empaque, sino recetas italianas caseras que provienen de la memoria de Romano, quien luego de vivir más de dos décadas en Puerto Rico y hacer familia acá, ya se considera boricua.

“La idea de vivir una experienci­a gastronómi­ca está en el servicio, la ambientaci­ón, pero lo más importante sigue siendo la cocina. Yo quiero volver a esa base de los restaurant­es. Por eso acá no verás pantallas ni mucha tecnología, porque queremos que la gente charle entre ellos y que disfrute de cada bocado. La comida casera tiene un no sé qué que no lo puedes conseguir en cualquier lado. El proceso de hacer raviolis es que los haces uno por uno, así que vos te estás comiendo un plato de comida en el que cada pieza tiene una elaboració­n y tiene una pasión”, enfatiza el dueño de Piccolino, quien con este nuevo concepto abre su mesa familiar para compartirl­a y seguir la tradición.

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David.villafane@gfrmedia Arriba: arancini de espinaca con salsa marinara de la casa. A la izquierda: risotto de pulpo, una de las especialid­ades del restaurant­e.
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 ??  ?? Alfajor de nutella y dulce de leche con helado de vainilla
Alfajor de nutella y dulce de leche con helado de vainilla
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Arriba: ñoquis a la carbonara servidos de modo tradiciona­l con un huevo crudo que se vierte para que se cuece con el calor del plato. Abajo: Adrián Romano, propietari­o del restaurant­e junto a su esposa Johanna Polanco, gerente.
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