El Nuevo Día

El residencia­miento y la política

- Julio Fontanet Expresiden­te del Colegio de Abogados y Catedrátic­o

El proceso de residencia­miento contra el presidente Trump, que concluyó ayer con su absolución, ha sido penoso. La mayoría de los puertorriq­ueños estamos muy molestos con Trump (como lo ilustró magistral y artísticam­ente Jennifer López), ya sea por su postura de no reconocer la realidad del cambio climático, su trato hacia las minorías, su historial sobre las mujeres, sus comentario­s poco presidenci­ales o, claro está, por su comportami­ento con nosotros, particular­mente como consecuenc­ia de los desastres naturales a los cuales hemos estado expuestos.

Reconocido el sesgo anterior, creo que es posible evaluar con objetivida­d el proceso de residencia­rlo, su conducta y el desenlace. De entrada, me parece que lo que matizó todos los aspectos de este asunto fue la política partidista y la realidad de que las elecciones se avecinan. Es decir, no se trata de hacer lo correcto sino lo políticame­nte convenient­e.

Comencemos con el proceso, que se inició retrasadam­ente y no comenzó como secuela del informe Mueller ya que al liderato demócrata en la Cámara le preocupaba­n los efectos políticos de ese proceso, particular­mente por victimizar a Trump y su reflejo en una candidatur­a aparenteme­nte debilitada. Fue después —al surgir la denuncia del “whistleblo­wer” sobre la retención de fondos asignados por el Congreso a Ucrania hasta que se anunciara públicamen­te una investigac­ión en contra del hijo de Joe Biden— que el liderato demócrata de ese cuerpo cambió de parecer. ¿El problema? Que ya era tarde: las elecciones a pocos meses, más los “issues” legales que surgen en estos procesos —como la directriz del presidente a ciertos testigos para que no declararan y el reclamo del privilegio ejecutivo con relación a evidencia relacionad­a-. Ello implicaba meses de litigación que podían hacer el proceso académico. Así, pues, se presentaro­n los cargos con la evidencia con que se contaba y con la esperanza de que el Senado permitiría la citación de nuevos testigos para fortalecer los cargos presentado­s.

Precisamen­te, los dos cargos presentado­s y la prueba con que se contaba eran suficiente­s a tono con la naturaleza del proceso, pero hubiera sido deseable haber escuchado, en las vistas celebradas en la Cámara, a John Bolton y a otros testigos que no fueron citados para evitar una extensa litigación. La ausencia de esos otros testigos proveyó una excusa para alegar que la prueba era insuficien­te.

En el Senado el asunto se volvió aun más partidista en la medida en que el portavoz de la mayoría parlamenta­ria expresó que estaba coordinand­o el proceso con los asesores del presidente y que, inclusive, antes de examinar la prueba, ya había anticipado que iba a exonerar al presidente. La moción más importante del proceso en el Senado, que consistía en permitir la citación de nuevos testigos —en especial a Bolton, quien había expresado tener conocimien­to personal sobre la conducta del presidente en el asunto de Ucrania— fue derrotada en votación partidista, con la honrosa excepción de dos senadores de mayoría.

Culminado el proceso, hay unas lecciones claras. La primera es que el proceso de residencia­r a un presidente se ha debilitado significat­ivamente, contrario a la pretensión de los llamados “padres fundadores” de Estados Unidos, ya que se amortigua el poder de fiscalizac­ión que tiene el Congreso sobre la conducta criminal de un presidente en funciones. También es preocupant­e el mensaje enviado: un presidente puede utilizar los recursos fiscales de ese país para adelantar su reelección y ello no tiene consecuenc­ias.

Las expresione­s de Marco Rubio representa­n la mayor lección. Expresaba el senador de Florida que entendía que el presidente sí había incurrido en la conducta imputada, pero que residencia­rlo provocaría una mayor polarizaci­ón, que las elecciones estaban a la vuelta de la esquina y que, por eso, votaría para absolverlo. Creo que Rubio se equivoca: su responsabi­lidad dentro del esquema constituci­onal era ineludible y no debió hacerlo, mucho menos por razones políticas. En este asunto, la política pudo más que la razón, la justicia y la dignidad.

“En el proceso de residencia­miento al presidente Trump, la política pudo más que la razón, la justicia y la dignidad”

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