El Nuevo Día

Carlos Díaz Olivo: La responsabi­lidad es de la gobernador­a

- Carlos Díaz Olivo Abogado y Profesor Universita­rio

Cuando la gobernador­a Wanda Vázquez implantó, antes que ninguna jurisdicci­ón en Estados Unidos, un cierre de operacione­s privadas y gubernamen­tales, su manejo de la amenaza a la salud que el COVID-19 representa­ba fue ampliament­e elogiado. En solo un mes, sin embargo, su administra­ción ha hecho humo denso lo positivo que su iniciativa temprana había generado. Veamos los hechos que han provocado este cambio.

El gobierno entró en arreglos con ciertas empresas para adquirir pruebas para detectar el COVID-19. Una de las entidades reclutadas compraría las pruebas en Australia por un $38 millones, de los cuales el gobierno adelantó $19 millones.

Algunas pruebas llegaron, pero no se entregaron ni distribuye­ron con el conocimien­to y aprobación de la autoridad máxima en el Departamen­to Salud. Las pruebas de Australia nunca llegaron. Se informó que el contrato se canceló porque no cumplían con las regulacion­es de la Administra­ción de Drogas y Alimentos de Estados Unidos. Luego, se aduce que el arreglo se canceló porque el suplidor no entregó las pruebas a tiempo. Posteriorm­ente nos enteramos de que fue el banco donde se hizo el depósito por el suplidor el que paralizó la transacció­n, mientras las autoridade­s federales intervenía­n, pero nadie sabe ni cómo ni cuándo.

Surge también que Juan Maldonado, exdirector de la Autoridad de Transporte Marítimo, reclutó a una empresa de nombre Apex, sin experienci­a en la distribuci­ón de este tipo de suministro para comprar pruebas. La transacció­n se aprobó sin la participac­ión de la secretaria interina de Salud, Concepción Quiñones, quien renuncia a su cargo porque fue excluida de la discusión de asuntos de su agencia y porque desde La Fortaleza se le instruyó que tenía 20 minutos para firmar un contrato, a pesar de que tenía reparos con sus disposicio­nes. Quiñones reveló que separó de su puesto de confianza a Mabel Cabezas, a quien identifica como la persona que emitió una contraorde­n respecto al recibo y distribuci­ón de ciertas pruebas. Cabezas, sin embargo, fue rescatada de inmediato y colocada en un puesto en La Fortaleza.

La gobernador­a interviene y asevera que no sabía nada, ni nada tuvo que ver con este asunto. Afirma que no hubo un contrato sino una “orden de compra” y por eso no buscó la aprobación de la Junta de Supervisió­n Fiscal.

En una vista cameral, tres funcionari­as del Departamen­to de Salud confirman que la transacció­n australian­a se tramitó y desarrolló sin la autorizaci­ón de la doctora Quiñones. Se confirma que quien firmó y autorizó la transacció­n fue Adil Rosado Rivera. Se dice que la orden de las pruebas se hizo por recomendac­iones de dos médicos, miembros del Task Force de salud, aunque había cotizacion­es más bajas de otras empresas.

Para enredar más las cosas trascendió que la empresa australian­a a la que se comprarían las pruebas no había recibido ninguna orden, ni había llegado a ningún acuerdo para suministra­r esos productos a Puerto Rico.

De los hechos se derivan las siguientes conclusion­es: 1-Una persona sin formación en el campo de la salud y sin trayectori­a profesiona­l destacada, controlaba y dictaba qué hacer en el Departamen­to de Salud. 2-Esa persona, con otras en La Fortaleza, privaron en la práctica a la titular de Salud de su autoridad en ley. 3-Maldonado, quien no es funcionari­o público, monta un tinglado en el que recluta a una empresa privada y su gestión es tan efectiva que el gobierno aprueba una “orden de compra” por $38 millones e ipso facto se le desembolsa­n a esa empresa $19 millones. 4-La “orden de compra” y el desembolso millonario se hizo de espaldas a la autoridad máxima de Salud. 5-El precio de las pruebas es excesivo, consideran­do las particular­idades del mercado actual. 6- Personas en el círculo íntimo de asistentes de la gobernador­a intervinie­ron para hacer posible este arreglo. 7- Las pruebas nunca llegaron y el país ha sido incapaz de desarrolla­r una estrategia confiable centrada en la incidencia real del COVID-19 en Puerto Rico.

En conclusión, es obvio que este tinglado no sirve al interés público. Mientras seguimos sin las pruebas mínimas que necesitamo­s para combatir de manera efectiva la pandemia. La gobernador­a y el Task Force médico están bajo fuego, cuestionad­os en su credibilid­ad.

La pregunta crucial es: ¿quién tiene la responsabi­lidad final sobre lo ocurrido? No es Juan Maldonado. Tampoco Mabel Cabeza, ni Adil Rosa, ni los doctores Segundo Rodríguez y Juan Salgado. ¿Dónde termina la cadena de responsabi­lidad y quién tiene la decisión final en nuestro sistema constituci­onal de gobierno? La contestaci­ón es obvia. En nuestro sistema constituci­onal, la autoridad máxima y con la responsabi­lidad final, recae sobre el Gobernador de Puerto Rico. Por consiguien­te, gobernador­a Wanda Vázquez ¿qué ha pasado aquí y a quién se va a imponer responsabi­lidad por lo acontecido?

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