El coronavirus, otra prueba de la fragilidad del ser humano
En el año 1979 un profesor de nivel doctoral en la prestigiosa Universidad de Carnegie Mellon, Pittsburgh, le preguntó a sus estudiantes: ¿bajo qué condiciones este mundo podría vivir en paz, sin guerras? Se les concedió una semana para someter sus contestaciones individuales. Las respuestas sorprendieron porque todas coincidieron en que solo ocurriría ante una amenaza extraterrenal. La idea se plasmó más tarde en la película “Independence Day”.
A ninguno de los participantes se les ocurrió la aparición de un virus como COVID-19, que ha aterrorizado a las 194 naciones de este mundo, desestabilizando la salud, paralizando la economía y provocando muertes a granel. La tierra es un componente minúsculo de un universo prácticamente desconocido, el cual estamos descifrando a cuentagotas. Todo lo que se conoce de la diabólica enfermedad es que salió de Wuhan, China y no existe cura. Ni siquiera el genial Dante Alighieri, autor de La Divina Comedia, pudo imaginarse tal plaga en su horripilante infierno. Ahora las naciones más desarrolladas están viviendo pavorosamente en carne propia lo que los africanos han experimentado, sufrido, combatido y derrotado por siglos. Esta película la hemos visto antes, con la peste bubónica, cólera, lepra, la fiebre porcina, el SIDA, el ébola y el dengue, entre otros. Nuevos virus le seguirán y los seres humanos tendrán que luchar contra las pandemias una y otra vez.
El maldito virus no discrimina ni respeta rangos sociales para contaminar, como evidencian los casos de Carlos, príncipe de Gales y el primer ministro del Reino Unido Boris Johnson, el músico Johnny Ventura o Pancho Cara de Queso, entre miles de víctimas.
El planeta tierra es escenario continuo de los caprichos de un universo desconocido. Pregúntele usted a un estudiante cuál ha sido la explosión más grande ocurrida jamás en nuestro entorno y la contestación probable será Hiroshima o Nagasaki. Falso, fue Tunguska, que ocurrió el 30 de junio del 1908 sobre la taiga siberiana en Rusia. Aplastó sobre 80 millones de árboles en un área de 2,500 km cuadrados que afortunadamente estaba despoblada. No se encontró cráter ni residuos de asteroide alguno. ¿Qué fue lo que reventó allí? Después de más de 1,000 investigaciones profesionales, no existe contestación. Ante la situación los científicos especulan que efectivamente fue un asteroide que estalló. Realmente ni ellos mismos se lo creen. Lo importante del hecho es que puede volver a ocurrir y de caer esta vez sobre San Juan, Moscú, Nueva York, Londres o Washington, entre otras. Estas áreas desaparecerían.
En resumen, el coronavirus demuestra la fragilidad e impotencia de los seres que habitan este mundo ante las fuerzas de un universo desconocido y unos terrícolas que establecen prioridades tontas, vagas, necias e irrelevantes.
Ángel L. Ortiz García, Río Piedras