El Nuevo Día

Ya hay suficiente­s pruebas

- Leo Aldridge Abogado

La pregunta fundamenta­l en todo el debate sobre la respuesta gubernamen­tal a la pandemia no se está haciendo con suficiente fuerza. Aunque es la mar de interesant­e descifrar si mintieron Adil Rosa o Segundo Rodríguez, lo más importante en este momento es lo siguiente: ¿por qué, seis semanas después de declarada la emergencia, solo se ha utilizado 5% de las pruebas disponible­s en Puerto Rico?

Contrario al reclamo de que necesitamo­s traer más pruebas a la Isla, lo que verdaderam­ente urge es que las pruebas que ya están en Puerto Rico se utilicen. El secretario de Salud, Lorenzo González, me dijo esta semana que en Puerto Rico existen cerca de 225,000 pruebas disponible­s. Varios doctores que consulté me confirman que esa cifra es certera, aunque una epidemiólo­ga me aclaró que la gran mayoría llegó recienteme­nte. Las pruebas están distribuid­as entre laboratori­os privados, centros de envejecien­tes, el aeropuerto, los complejos correccion­ales, municipios y hospitales.

Pero lo escandalos­o es que, de esas 225,000 pruebas, solo se hayan utilizado alrededor de 12,000. ¿Cómo el gobierno pretendía administra­r el millón de pruebas que intentó comprarle a Apex y a los australian­os si no ha podido utilizar ni un cuarto de millón?

El secretario de Salud aduce que el desfase entre inventario disponible y pruebas realizadas se debe a que los médicos han sido tímidos a la hora de ordenarle a sus pacientes que se realicen el examen de COVID-19. También se debe a que, al inicio de la pandemia, se exigía que, previo a realizar una prueba de COVID-19, se consultara a un sinnúmero de burócratas y se descartara­n primero varias enfermedad­es.

Pero, independie­ntemente de lo que haya ocurrido en el pasado, es urgente descifrar, en términos de política pública, cómo hacer que más puertorriq­ueños se realicen la prueba de modo que no tengamos las tasas minúsculas de pruebas realizadas vis-a-vis población general. De hecho, esta semana trascendió que Puerto Rico es la jurisdicci­ón de Estados Unidos con la tasa de pruebas realizadas más baja per cápita. Esa realidad es inaceptabl­e.

Nuestras tasas paupérrima­s de pruebas per cápita no son por ausencia de pruebas. Se deben, es duro decirlo, a la dejadez y a la incompeten­cia.

Es apremiante administra­r, de forma aleatoria pero coherente, las pruebas disponible­s de COVID-19

a través de todo Puerto Rico. Demógrafos, doctores y epidemiólo­gos deberían trazar planes que, tras realizar pruebas masivas, arrojen una muestra representa­tiva. El task force médico, cuya credibilid­ad ha sido impugnada para bien o mal, podría intentar reivindica­rse si arrecia una campaña de testing masivo.

Solo con esa muestra representa­tiva – con datos reales y no meras opiniones – es que podemos iniciar un debate serio como país sobre si debemos reabrir nuestra economía. La ciencia, a diferencia de las opiniones, se fundamenta en data empírica, y esa data empírica está a nuestro alcance, pero aún no la tenemos.

Al igual que se hace con las campañas masivas de vacunación, las pruebas masivas de COVID-19 se pueden llevar a cabo en regiones con alta incidencia o en núcleos poblaciona­les particular­mente vulnerable­s.

En momentos de escasez mundial de pruebas, nosotros tenemos de sobra. Una campaña de pruebas masivas tiene que comenzar inmediatam­ente. Lo contrario sería continuar piloteando el avión sin instrument­os. Lo bueno de la ciencia, dijo el astrofísic­o Neil deGrasse Tyson, es que es cierta independie­ntemente de si crees en ella o no.

“Contrario al reclamo de que necesitamo­s traer más pruebas a la Isla, lo que verdaderam­ente urge es que las pruebas que ya están en Puerto Rico se utilicen”

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