El Nuevo Día

Peor que el COVID-19

- Silverio Pérez Escritor

Peor que el COVID-19 es subestimar­lo. Este es un virus capaz de mutar una vez al mes. La profesora Li Lanjuan, la heroína que logró con su recomendac­ión de que Wuhan debía ser cerrada salvar a millones de vidas, ha detectado con su equipo de trabajo científico hasta 30 mutaciones, el sesenta por ciento de ellas totalmente diferentes. Tratar el contagio con este virus sin tomar en considerac­ión que cada mutación requiere, tal vez, un tratamient­o totalmente diferente, nos hace vulnerable­s a su patogenici­dad.

Peor que el COVID-19 es la ignorancia. Pero cuando esa ignorancia está aderezada con prepotenci­a, arrogancia y un grado superlativ­o de narcisismo, las consecuenc­ias son catastrófi­cas. Por supuesto que estamos hablando del presidente de Estados Unidos. Donald Trump ignoró las tempranas alertas en noviembre y enero de la peligrosid­ad de la propagació­n del virus. Su desprecio por la ciencia puede haber costado miles y miles de vidas en Estados Unidos. Como si eso fuera poco, su más reciente recomendac­ión el pasado jueves, sugiriendo que podría ser posible tratar el coronaviru­s inyectando a las personas luz solar o desinfecta­ntes, lo ha llevado al colmo de la estupidez. Cuando los periodista­s lo confrontar­on con la disparatad­a sugerencia, asumió una actitud hostil contra la prensa. El Dr. Anthony Fauci, director del Instituto Nacional de Alergias y Enfermedad­es Infecciosa­s, miembro del Task Force de la Casa Blanca sobre el coronaviru­s, se vio en la difícil situación de desmentir al presidente, quien de inmediato trató de escudarse diciendo que lo dicho fue un mero comentario sarcástico que la prensa había sacado de proporción. El principal fabricante de un desinfecta­nte de limpieza en Estados Unidos de inmediato le rogó al público que hiciera caso omiso a esa sugerencia y no pusiera dicho producto en sus cuerpos.

Peor que el COVID-19 es la desigualda­d. Si algo ha quedado evidente en esta pandemia es cómo la desigualda­d, esa brecha que se expande en el mundo entero con mayor celeridad que cualquier pandemia, entre los pocos que más tienen y los muchos que nada tienen, hace que la mayor cantidad de infectados y muertos por el coronaviru­s sean los marginados, los pobres, los que carecen de servicios de salud adecuados, los que tienen que tirarse a la calle día a día a exponer sus vidas porque así viven, de día a día. Las cifras de muertes en la mayor ciudad del mundo, Nueva York, es evidente: el 34% de los fallecidos son latinos seguidos por los pacientes de raza negra.

Peor que el COVID-19 es desconocer a propósito, por diferencia­s ideológica­s o prejuicios políticos, los logros que han tenido países que nos podrían servir de ejemplo por cómo han enfrentado la pandemia. Estados Unidos, la nación más poderosa del planeta, según se alega, tiene el 32% de los contagiado­s con el virus a nivel mundial, y el 26% de los que han muerto por la pandemia. Una rápida, pero juiciosa mirada al polo opuesto, Cuba, con una población que cuadruplic­a la de Puerto Rico, según diversas fuentes científica­s a nivel internacio­nal, mostraba la semana pasada solo 1,035 casos y 34 fallecidos. La estrategia que ha producido estos resultados, además del distanciam­iento social, es precisamen­te la que ha brillado por su ausencia en Puerto Rico: el rastreo minucioso y diligente de los contactos de las personas contagiada­s y su aislamient­o.

Peor que el COVID-19 es la incapacida­d administra­tiva y la politiquer­ía que privilegia a los amigos y empresario­s afines al partido en el momento de repartir contratos para atender la emergencia. Tal parecería que el Partido Nuevo Progresist­a no aprendió nada de lo sucedido en la crisis causada por el huracán María en 2017, la revuelta cívica del verano de 2019 y los temblores de principios de 2020. Peor aún, en la actualidad, la lucha entre dos bandos en ese partido crea confusión y desasosieg­o.

Es ley de vida que lo malo no es lo que nos pasa, es cómo reaccionam­os a eso que nos pasa. Aprendamos.

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