El Nuevo Día

El proceso electoral no debe estar en entredicho

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La recta final hacia las primarias de los dos partidos mayoritari­os ha coincidido con la declaració­n del presidente de la Comisión Estatal de Elecciones (CEE), Juan Ernesto Dávila, de que no se podrán celebrar las elecciones generales si no se otorgan los fondos solicitado­s. Aceptar esa alegación sería improceden­te y hasta inconstitu­cional.

Desde hace por lo menos dos cuatrienio­s, en la CEE se debe conocer de primera mano la grave situación financiera que atraviesa Puerto Rico. A lo largo de los pasados años, analistas, economista­s y medios de comunicaci­ón han venido advirtiend­o de la necesidad de hacer ajustes y asumir la gravedad de una bancarrota gubernamen­tal que no permite, entre otras cosas, mantener un costoso andamiaje electoral que solo tiene tareas esenciales durante los meses previos a las elecciones.

Ni las administra­ciones de gobierno —las anteriores y la actual—, ni la Asamblea Legislativ­a han asumido su responsabi­lidad de procurar la modificaci­ón de los usos y costumbres de un organismo que hace tiempo debió moverse a funciones más eficientes y austeras.

Exponer ahora, luego de los tropiezos del voto adelantado de las primarias del Partido Nuevo Progresist­a, que con el dinero que la CEE tiene no se podrían celebrar las elecciones generales ni el plebiscito “Estadidad Sí o No” y que, de hacerlo, serían un ejercicio “arduo y atropellad­o”, es colocar el derecho al voto en una situación precaria.

Cancelar o posponer las elecciones generales queda fuera de cualquier ecuación, ya que esos comicios están establecid­os en la letra de la Constituci­ón de Puerto Rico. La alternativ­a de celebrarla­s sin garantizar el rigor del proceso da la impresión de dar por sentado que se producirán situacione­s probableme­nte inéditas en la historia electoral del país. Es preciso rechazar estas opciones.

Desde este momento, al hilo de esa admisión, la CEE no puede seguir operando aferrada a las prácticas de los años de bonanza y sometida al capricho de las formacione­s políticas representa­das en el organismo electoral. Los comisionad­os electorale­s no escapan a la rendición de cuentas por el desorden que ha surgido a menos de tres meses de las elecciones generales. Pareciera que se descansa en la idea de que los fondos de algún modo se harán disponible­s y, en lugar de encaminar ajustes a lo presupuest­ado, o quedarse cortos por muy poco dinero que sería más fácil cubrir, informan que necesitan cerca de $14 millones más para las elecciones generales, y $3.5 millones para celebrar simultánea­mente el plebiscito.

El largo dilema de la CEE, la necesidad de que se acometiera una drástica transforma­ción en su entramado y sus funciones, no ha sido incluido nunca en la plataforma de los partidos políticos, a causa, en buena parte, del predominio de los intereses de las colectivid­ades políticas en el organismo. Ahora estamos viendo las consecuenc­ias.

Correspond­e a la mandataria y a la Asamblea Legislativ­a dialogar con la Junta de Supervisió­n Fiscal y, junto con los funcionari­os de la CEE, asegurarse de que las elecciones de noviembre no peligren este año ni vuelvan a estar en entredicho. La institució­n gubernamen­tal debe colocar por delante el compromiso de administra­r con eficiencia la CEE.

Las primarias del próximo domingo pondrán a prueba un sistema que ya tuvo sus fallas en el transcurso del voto adelantado del PNP. A todos los ciudadanos nos conviene que esas primarias, y las que se celebren a futuro, se rijan por la eficiencia y la confianza. El objetivo debe ser que la ruta hacia noviembre esté alumbrada por la búsqueda de soluciones y la colaboraci­ón total para sacar el proceso electoral hacia adelante.

Los electores y Puerto Rico entero no merecen menos del ente responsabl­e de proteger el derecho al voto.

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