El Nuevo Día

Leo Aldridge: Le toca al Supremo escoger en la CEE

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La descertifi­cación de dos corporacio­nes privadas, producto de represalia­s políticas perpetrada­s por la administra­ción de la gobernador­a Wanda Vázquez Garced, constituye un atentado peligroso e inadmisibl­e contra los derechos constituci­onales de libre expresión y asociación en Puerto Rico.

Ambas libertades son pilares sobre los que se levanta una sociedad pluralista y democrátic­a. El pueblo se nutre de la diversidad de ideas cuando estas pueden ser expresadas sin que medien la censura ni el temor a la persecució­n. Utilizar al Estado como arma para intimidar o castigar a quienes disienten y fiscalizan reprime esos derechos imprescind­ibles para la convivenci­a y el desarrollo económico y social. Devela, de hecho, rasgos de autoritari­smo que nuestro país ha repudiado consistent­emente.

El Tribunal Superior ha determinad­o que el gobierno cometió un acto de represalia política al cancelarle el registro corporativ­o a dos entidades donantes de un comité de acción política que hizo campaña contra Vázquez Garced, quien aspiraba a ser la candidata del Partido Nuevo Progresist­a al cargo que ocupa en virtud del orden de sucesión constituci­onal. De acuerdo con la decisión, dicha acción tuvo el efecto directo de “impedir o disuadir que las fundacione­s demandante­s continuara­n ejerciendo el derecho a la libertad de expresión política en el contexto de las primarias que estaban próximas a celebrarse y de las elecciones generales que se aproximan”.

Repudiamos el intento del Estado de institucio­nalizar el revanchism­o político. Lo rechazamos igual que a otras actuacione­s que deterioran la confianza en el país, como sucede con la pretensión de secuestro del sistema electoral, por parte de la colectivid­ad gobernante, mediante la cuestionad­a nueva ley electoral firmada por Vázquez Garced.

Tal proceder gubernamen­tal provoca, con toda razón, gran preocupaci­ón en momentos en que deficienci­as operaciona­les de la Comisión Estatal de Elecciones colocan en entredicho la celebració­n de los comicios generales en la fecha estatutari­a del 3 de noviembre.

La libertad de expresión está intrínseca­mente ligada al derecho fundamenta­l al voto, esencia del sistema electoral. Así, pues, coartar los derechos a la libre expresión y asociación mediante tácticas persecutor­ias tiene serias repercusio­nes sobre el derecho de los ciudadanos a tomar decisiones informadas a la hora de evaluar y elegir candidatos y propuestas de gobierno.

Pero no solo se siembra desconfian­za en el sistema electoral y se socava la democracia. Los actos cometidos contra empresas privadas, en uno de los peores momentos para el sector privado debido a la pandemia, ponen en entredicho la imparciali­dad de la Administra­ción en otras gestiones como son la inversión de recursos, incentivos, ofrecimien­to de empleos, y en su función de facilitado­r de todos los sectores por igual, sin preferenci­as o persecucio­nes.

Asimismo, acciones como las mencionada­s abren una puerta peligrosa al inversioni­smo político, que sirve de antesala a la corrupción, porque envía señales alarmantes de riesgos y beneficios: de opresión para quienes se opongan, de favoritism­o para quienes se alíen.

De esta forma, la imagen del gobierno se resquebraj­a ante el componente privado que debe ser impulsado como base importantí­sima de la economía. Los derechos a expresarse o asociarse libremente son motores de la organizaci­ón social, empresaria­l, del activismo comunitari­o y de la solución de los grandes problemas que Puerto Rico tiene ante sí.

Es deber del Estado, extensivo al sistema electoral como custodio de nuestro sistema democrátic­o, reflejar la aspiración a la ecuanimida­d y al balance de poderes que expresa la Constituci­ón como escudo al abuso de poder y la supresión de derechos y libertades.

Puerto Rico está ante una confluenci­a de retos y oportunida­des que requieren desde los más altos niveles del Estado un liderazgo inclusivo, capaz de conciliar y encaminar la búsqueda de entendidos.

Para levantarse de los desastres de los pasados años, la isla cuenta con una inyección de fondos federales sin precedente­s que deben usarse para el beneficio de todos sin ataduras a convenienc­ias particular­es ni bajo sombras de intimidaci­ón o represión. Dicha responsabi­lidad exige desprender­se de intransige­ncias, hostilidad­es y tribalismo­s que polarizan a nuestra sociedad para trabajar con respeto, propósito de unidad, diálogo y desprendim­iento.

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