El Nuevo Día

La enagua y la escopeta

- Cezanne Cardona Morales:

No falla: si ando con mi hija alguien me ofrece una escopeta. Familiares y conocidos, cercanos o lejanos; hombres, mujeres, jóvenes o viejos -casi siempre creyentes y devotos- me asaltan con la pregunta: “¿Ya compraste la escopeta para defender a la nena?” Me hago el que no escuché, trato de esquivar la huella de pólvora, pero insisten: “La última vez que vi a tu nena era una niñita, y ahora es toda una mujer”. Luego del “toda una mujer” en mayúsculas, cargan el magacín con tres puntos suspensivo­s, y tras el silencio comentan: “Yo tú voy ahorrando”. Entre iluso e irónico, pienso que dirán que debo ahorrar para la educación, porque el crédito universita­rio está cada vez más caro, y hasta puede que imagine una conversaci­ón amena sobre los menesteres públicos, de apenas dos segundos. En cambio, me instan a guardar dinero para que me compre una escopeta de doble cañón o de esas recortadas, una bazuca o un revólver niquelado para que dizque defienda el honor de la nena, ese terrible pasaporte machista a la democracia más medieval. No falla: le huyen al tema de la sexualidad en las escuelas, pero alardean de armas de seguridad masiva.

Casi podría hacer un mapa: en la góndola seis de un supermerca­do, por poco me obsequian una pistola automática con silenciado­r y una manopla mágica. En el estacionam­iento de una farmacia de comunidad, casi me regalan estrellita­s ninja; en la fila del supermerca­do un arcabuz y bates con alambres de púa; en la fila del yogurt sables láser y hasta el escudo de Aquiles. “Tienes que proteger a esa modelo -dicen- y aprovechar que ahora las pistolas están baratitas”. Si les digo que no me interesan las armas -ni un poquito- y que no soy dueño de la sexualidad de mis hijos, entonces alzan las cejas, ponen cara de ofendidos, mueven las manos como si espantaran moscas y afirman: “Ah, tú eres de esos liberales, de esa gente que quiere vivir en el libertinaj­e, de esos que quieren montar una agenda”. “Te vas a arrepentir de eso” contestan, y casi casi desean el mal ajeno para que aprenda no sé qué lección política; del miedo al odio un paso es. No falla: son los últimos en hablar de derechos humanos o de feminicidi­os y los primeros en consagrars­e al privilegio explosivo. Y a eso le llaman cariño, protección o seguridad.

Sin embargo, cuando ando con mi hijo no pasa igual. Los mismos familiares y conocidos, cercanos o lejanos; hombres, mujeres, jóvenes o viejos -casi siempre creyentes y devotos- cuando ven a mi hijo en la góndola seis de un supermerca­do, en el estacionam­iento de una farmacia de comunidad o en la fila del yogurt no me obsequian pistolas. No falla: después de notar las lanitas del bigote que le comienzan a nacer a mi hijo espetan la folclórica pose; “Este va a ser un tumba nenas”. Cuando me quejo y subrayo que el problema empieza con esa frase, se sienten perseguido­s y alzan la voz o argumentan: “ustedes” lo que quieren es confundir a la gente buena del país; “ustedes” buscan contaminar al mundo de ideología; “ustedes” pretenden manchar el mantecado de la inocencia; no falla.

No es de extrañar que tres candidatos a la gobernació­n, Pedro Pierluisi, Carlos Delgado y César Vázquez, hayan solicitado escoltas. Se regodean con la educación, pero no olvidan su cuota de balas de plata. Evitan el temita y optan por discurrir sobre el kamasutra de la tranquilid­ad puertorriq­ueña: la Constituci­ón, el Dow Jones, la botánica, el peristilo, los pétalos, la semillita o el aparatito; jamás la sexualidad en las escuelas. Y lo peor es que dicen que el Estado no puede encargarse de todo, que eso les toca a las familias, pero esas son las mismísimas familias que no se cansan -cuatrienio tras cuatrienio- de ofrecer enaguas y escopetas: no falla.

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