El Nuevo Día

El voto presidenci­al

- Edgardo Rodriguez Juliá

Mi abuelo paterno, Don Galo Rodríguez, fue fundador del Partido Estadista Republican­o. Mi padre vivía orgulloso de ese dato familiar. Me lo mostró en el listado de delegados fundaciona­les, según la Historia de los partidos políticos en Puerto Rico de Bolívar Pagán. Don Galo era un humilde maestro de obras, mulato, también orgulloso de haber trabajado en la edificació­n de la Universida­d Interameri­cana en San Germán, junto al Dr. Harris. Ese es mi lado pitiyanqui. Mi otro abuelo, el materno, Don José Juliá Marín, era unionista, del ala autonomist­a; su hermano, el novelista Ramón Juliá Marín, era anti yanqui y casi hispanófil­o. En los Juliá Marín existía un solapado resentimie­nto: la familia se había desclasado con el cambio de moneda que tanto había empobrecid­o a los medianos hacendados después de la invasión. Cuando José Luis González me aseguraba que él sentía una especial debilidad por los estadistas mulatos—como lo era su padre—yo pensaba en mi abuelo Galo. Quizás esta conflictiv­a ascendenci­a sea la razón para que yo pretenda cierta ecuanimida­d en lo tocante al destino de Puerto Rico.

Desde las elecciones de 1956, la estadidad ha aumentado sus votos; los vientos históricos han soplado a su favor mientras que han sido contrarios al independen­tismo y la autonomía. Conocemos las razones para esta “ventola” estadista: el ancestral mantengo, la otorgación de los cupones, hoy PAN, las ayudas federales en todos los órdenes de la vida, esa emigración al U.S.A. continenta­l que nos resistimos a entender como una azarosa mudanza.

Quizás el anexionism­o se reinventa cuando Carmelo Ríos, penepé y mulato, participó como delegado en la convención demócrata, dándole los votos a Biden en español. Y no sabemos bien si fue porque no sabe inglés o, a estas alturas, el anexionism­o va reconocien­do que dentro de la política trumpista de America First cualquier reclamo de igualdad política resulta radical: Aquí estamos para anexionarn­os y lo haremos en español, ambicionam­os ser ¡el primer estado hispano!

Reconocien­do estos vientos anexionist­as que ya soplaban al final de su vida biológica y política, Muñoz Marín le trazó un posible desarrollo al Estado Libre Asociado que el Partido Popular, por escrúpulos autonomist­as, se negó a seguir. En aquellos años crepuscula­res el Vate habló de cómo los puertorriq­ueños deberíamos reclamar el voto presidenci­al a la vez que pagaríamos impuestos según nuestra capacidad de crecimient­o económico, una fórmula de igualdad un poco ingenua, admitido, siguiendo los pruritos políticos de su juventud, es decir, la consecució­n de alguna dignidad política para un pueblo colonizado. Con esto había recorrido todos los estatus: fue independen­tista en su juventud, estadolibr­ista pragmático en su madurez, se acercaría al anexionism­o en su vejez.

Mientras tanto, ha sido notable cómo el crecimient­o del propio penepé ha desembocad­o en mediocrida­d política y corrupción administra­tiva, siendo las gobernacio­nes de Ricardo Rosselló y Wanda Vázquez los estercoler­os de ese partido, desde el Chat hasta la Charbonier. Nuestra respuesta a la xenofobia anti puertorriq­ueña y latina, el racismo de Trump, ha sido el endoso de la comisionad­a residente Jenniffer González a la candidatur­a de éste, el secuestro político con tal de no malograr la obtención de los fondos federales, desempeño vergonzoso que no ha sido impediment­o para lograr el apoyo de los electores en la revalidaci­ón de su cargo.

Justo en lo anterior se hace patente nuestra impotencia, nuestra incapacida­d para votarle en contra a esa nefasta candidatur­a a la presidenci­a de Estados Unidos. Precisamen­te por lo que está en juego para nosotros los puertorriq­ueños, un voto contra Trump sería emancipado­r. Añoro ese voto, me gustaría tenerlo; de una vez renuncio a los remilgos nacionalis­tas de pensarme país aparte. Nixon fue un problema norteameri­cano mientras que Trump es un problema para el planeta. Pero no puedo. Tan cerca y tan lejos. Si es que el COVID-19 no se encarga de matarlo, no podemos ni siquiera votar en contra de él. Estas son mis cuitas coloniales, los blues de la impotencia estadolibr­ista.

Decía Pedro Albizu Campos que el peor enemigo de la Independen­cia se llama Mr. Cheque. Así fue y así es. Todos aceptamos los mil doscientos dólares del CARE sin chistar, los cogimos del aire junto con el papel toalla que nos tiró en María. No conozco a nadie que los haya devuelto; ni siquiera los patriotas de siempre. Fufi Santori y Juan Mari Brás siguen siendo los últimos en renunciar a esa ciudadanía que nos otorgó el cheque. Algún patriota vendrá con la argumentac­ión de que se trata de una “reparación”, o “indemnizac­ión”, por la condición colonial a que hemos sido sometidos. Si es así, la única indemnizac­ión que sería recurrente es la de los fondos federales bajo la estadidad, y ésta, en la cultura política que representa el republican­ismo según Trump, resulta imposible, por lo menos en el horizonte de esta generación, quizás hasta pasado más tiempo.

Mientras esto ocurre, nuestra política insular es cada vez más mediocre y municipal, existen contradicc­iones insalvable­s cuando intentamos algo más que el manejo de la Junta de Supervisió­n Fiscal y los fondos federales. Carmen Yulín Cruz, soberanist­a, creyente en un “país aparte”, presentó en las primarias del Partido Popular su validación como parte de la izquierda liberal norteameri­cana—endosos de Grijalva, Warren y Sanders— y perdió ante un estadolibr­ista conservado­r y un alcalde de pueblo.

Por otra parte, la estadidad sería el reclamo de un movimiento de izquierda, a la manera de los que luchan por la igualdad y los derechos civiles y políticos en el Norte. Los penepés no se enteran por su mediocrida­d: Lo que es aquí un movimiento conservado­r cuando cruza el charco, allá, se convierte en uno de izquierda, como lo sería, en estos tiempos de retranca trumpista, admitir a la unión un estado hispano.

Siempre he pensado que lo peor que ha podido ocurrirle al irresoluto estatus de Puerto Rico es haber tropezado con el Colegio de Abogados y Abogadas, o como escribió Zeno Gandía: “Afanosos redentores que no acaban de redimir”. Leo en el periódico sobre el abogado de la diáspora, Manuel Rivera, portavoz del grupo “Puertorriq­ueños Unidos en Acción” (PUA), cuya membresía estaría dispuesta a votar por Trump una vez éste le dé su apoyo a la Independen­cia de Puerto Rico. Se trata de una Jenniffer González al revés. Ningún abogado o abogada me ha aclarado si la diáspora votará en un plebiscito auspiciado por el Congreso, o será convocada para la tan cacareada Asamblea Constituye­nte. Después de todo, la diáspora constituye más de la mitad de los puertorriq­ueños. En lo que politólogo­s y constituci­onalistas enderezan ese entuerto pasarán cien años más.

Voto presidenci­al y pagar los impuestos que se puedan; así habló el Vate, ya un poco derrotado, casi anexionist­a por confiscaci­ón. Sería el desarrollo de un estatus colonial en que seguiremos por buen tiempo: La Independen­cia no la queremos, la estadidad resulta imposible; solo nos queda seguir patinando en el lodazal del Estado Libre Asociado.

Si el COVID-19 resultase misericord­ioso con un viejo de setenta y cuatro años y sobrepeso, si los boricuas en la Florida votaran a favor de Biden, para así contrarres­tar los votos del exilio cubano y venezolano a favor de Trump, podríamos ser hasta protagonis­tas mundiales, reivindica­rnos de nuestra invisibili­dad colonial.

“Precisamen­te por lo que está en juego para nosotros los puertorriq­ueños, un voto contra Trump sería emancipado­r. Añoro ese voto, me gustaría tenerlo; de una vez renuncio a los remilgos nacionalis­tas de pensarme país aparte”

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