La virtud de depender
Benjamín Torres Gotay Las cosas por su nombre
No es posible asomar la cabeza en ningún rincón de Puerto Rico en estos días sin que salga alguien ofreciéndole a uno $10,000 o $15,000 millones sin que parezca que hay que hacer mucho.
Es como esos anuncios que se ven a veces en los vericuetos más recónditos de los periódicos: “¡Gane $2,000 semanales desde la comodidad de su hogar!”. Pero en realidad se trata de la campaña con la que se nos trata de convencer de que votemos por la estadidad el día de las elecciones.
Tiene uno dos opciones ante esos anuncios: comprarse una sombrilla, no sea que alguno de los fajos de billetes que van a caer del cielo le parta a uno el coco, o tratar de entender qué idea tiene de sí misma una sociedad que se plantea en términos tan estrechos un tema enorme en trascendencia como es un cambio de status.
Toda persona sensata sabe que son escasísimas, por no decir nulas, las consecuencias que va a tener esa consulta, salvo decir, quizás con la claridad que no ha habido antes, cuál es la definitiva postura de los boricuas con respecto a la estadidad.
Aunque desde el Partido Nuevo Progresista (PNP) se impulsa la narrativa de que escogimos la estadidad en 2012 y 2017, y el Tribunal Supremo de Puerto Rico le puso el sello de aprobación a esa narrativa en una decisión reciente, la verdad es que no se puede decir de frente al sol que los resultados de ninguna de esas dos consultas reflejen nuestra voluntad definitiva, por razones harto conocidas.
Esta vez no será así. No hay boicot ni campaña de papeletas en blanco. Todo el que no cree en la estadidad está apuntado en el “No”. Se va a saber si de verdad más del 50% de los votantes de Puerto Rico quieren anexarse a Estados Unidos y por cuánto margen. Esa es información muy necesaria en esta discusión.
Salvo algunas figuras congresionales con interés en Puerto Rico, en Washington no hay ningún interés en el tema de nuestro status. Los esfuerzos por interesarlo, sobre todo en este contexto de colonia en desplome, independencia sin apoyo y el nombramiento de un enemigo declarado de los intereses de Puerto Rico a la Junta de Supervisión Fiscal, no sobran.
Ese es el valor de la consulta “Estadidad Sí o No”.
Dicho eso, es difícil de mirar la campaña omnipresente en radio, televisión, prensa, redes sociales y en las calles. Es que nos entiende como un pueblo con la mano extendida pendiente solo a la riqueza de otro país. No hay en la campaña ningún esfuerzo por educar sobre cuáles serían nuestras responsabilidades como miembros con plenos derechos de la federación estadounidense.
Todo lo que se plantea es lo que esperamos recibir. Más dinero por esto, más dinero aquello. Millones por aquí, millones por allá. La dependencia ha atrofiado todo el sistema de valores de nuestra sociedad, que, en gran medida, no se concibe a sí misma si no es bajo la tutela de otro. Esta campaña explota esa vulnerabilidad para querer hacer creer que la estadidad solo es “dame, dame, dame”.
La estadidad no es eso. La estadidad es una asociación de jurisdicciones con un enorme grado de soberanía para sus asuntos internos, que delegan ciertas competencias al gobierno federal y que se juntaron para ser más fuertes juntas. No hay estados que se hayan unido porque sus residentes estuvieran ávidos de recibir muchas ayudas.
En unos casos se unieron mediante conquistas, con estadounidenses poblando territorios que estaban mayormente desiertos. En otros, porque sus ubicaciones o recursos eran del interés de Washington. Hay tantas historias como estados. No se sabe de ningún caso que se le hubiera dado la estadidad a alguien clamando “somos pobres, necesitamos ser estado para mejorar nuestra economía”.
No se ha planteado la pregunta más importante: ¿qué le puede dar Puerto Rico a Estados Unidos que no tiene ahora, que le motive a aceptar en su federación a una jurisdicción pobre, de idioma y cultura distintos?
El discurso estadista es que es un asunto de derechos civiles, por ser los puertorriqueños ciudadanos estadounidenses discriminados. A eso, el gobierno federal ha respondido diciendo que los ciudadanos estadounidenses discriminados tienen la opción de mudarse a cualquiera de los 50 estados y no ser más discriminados.
Hay otra pregunta difícil también ausente de la campaña.
Un informe sobre la estadidad que publicó, en 2014, la Oficina de Contabilidad General de Estados Unidos (GAO, en inglés), un organismo no partidista adscrito al Congreso, dijo que el estado de Puerto Rico tendría que aportar $5,600 millones al año al Tesoro de Estados Unidos. ¿Alguien ha explicado cómo el gobierno de Puerto Rico, que puja con todas sus fuerzas para conseguir los más o menos $9,000 o $10,000 millones al año que necesita para funcionar, conseguirá esos $5,600 millones?
No es descabellado pensar que esta campaña, aunque puede convencer a uno cuantos aquí, en Estados Unidos, que al final tiene la última palabra, le hace un gran daño a la idea de la estadidad. Allá, es objeto de discusión y de polémicas el hecho de que hay unos estados que dependen mucho más del Tesoro federal que otros.
Este año fiscal, el 40% del presupuesto consolidado del fondo general de Puerto Rico es de fondos federales. Solo un estado depende más: Nuevo México, con 42%. Casi el 40% de la población de Puerto Rico necesita asistencia nutricional federal. Un análisis de 2017 de este diario reveló que eso era más del triple del promedio en Estados Unidos y el doble del estado más dependiente, Nuevo México.
Esos datos no ayudan a la causa estadista. Si algún día la estadidad se discute seriamente en Estados Unidos, cosa que no ha pasado en décadas, será interesante ver cómo se ve allá la petición de entrada al club de una jurisdicción que espera recibir mucho, pero no parece tener claro qué quiere o puede aportar.
Por algo hay políticos de allá que dicen que la estadidad, es, horror, de los horrores, ¡socialismo!
Con lo que se ha visto en esta campaña, no será difícil entender si allá vuelven, como hasta ahora, a mirar para otro lado cuando se les plantee la petición de estadidad.
La dependencia no es una virtud ni ha sido nunca buena carta de presentación. No se ve cómo pueda serlo ahora.
“La dependencia ha atrofiado todo el sistema de valores de nuestra sociedad”