Arturo Echavarría Ferrari, mi hermano
Escribo estas líneas para dar fe del extraordinario ser humano que hoy ha dejado esta vida terrena para nacer a la luz, donde no hay dolor ni sufrimiento. Lo llamo mi hermano porque lo fue, aunque no tuviésemos ningún vínculo de sangre. Pero éramos, como diría su cuñada Mercedes López-Baralt, la sangre elegida. Conocí a Arturo a través de su amada esposa Luce, en los lejanos 70s, cuando yo era una tímida alumna subgraduada. Con el tiempo, pasé de ser discípula de Luce a ser más que amigas, hermanas. Y Arturo me acogió como tal, aunque yo no era parte del trato matrimonial, que sí incluía a su suegra Emma Cardona y a Mercedes, y Clara Eugenia, sus cuñadas, a quienes amaba profundamente. Y llegué yo a la familia y supe que había ganado a un hermano muy especial. Arturo me protegió, me orientó para comprar un automóvil y me desentrañó los vericuetos del laberíntico aeropuerto de Frankfurt. Esto, sin contar las conversaciones con un ser tan brillante y culto como él, las risas, las fiestas familiares y la complicidad compartida. Quiero dar testimonio de quién fue Arturo, pero no solo del pianista clásico precoz, el exquisito y reconocido experto en Borges, el profesor y “scholar” reconocido internacionalmente. Quiero dar testimonio de que, tras un rostro serio que acaso provocaba respeto a sus alumnos y conocidos, se escondía un hombre bueno, generoso, de una honestidad y verticalidad sin par, de un consumado sentido del humor que sus amigos más cercanos y familia, disfrutábamos. Cuántas veces me engañaba diciéndome algo muy solemnemente y yo todo me lo creía, tal era su autoridad. Y cómo se reía de que yo cayera una y otra vez en sus “trampas”. Luego aprendí a ser algo más escéptica y a mirar dubitativa a Luce, cuyo rostro me confirmaba si aquello era o no verdad, si era una de las muchas bromas que tanto le gustaba gastarme. Fui privilegiada de ser “víctima” de esas bromas, y de aprender tanto con él y con su ejemplo de marido solidario y lleno de amor para Luce. Nunca podré agradecerle suficientemente que me aceptara como su hermana menor y atesoro todos los momentos vividos. No puedo despedirme de Arturo porque este siempre vive, en mi corazón y en mis recuerdos.