EDUARDO LALO: Lamento por Puerto Rico
Eduardo Lalo Isla en su tinta
Esta es mi última columna del año 2020. Hace casi una década escribo con regularidad sobre la actualidad del país. Esta práctica constante, determinada por mi compromiso quincenal con este diario, apenas permite el surgimiento de la enajenación. Además, debo decir que tengo poca disposición para ella. Desde hace décadas recorro el país visitando los centros de sus pueblos y ciudades. En San Juan, mis barrios preferidos siempre fueron Río Piedras y Santurce. Puedo recordar sábados de hace 20 años en que mi placer era caminar de Hato Rey a cualquiera de los dos, ir a sus plazas del mercado (entonces la de Santurce no era un centro de actividad nocturna, sino una versión pequeña de la plaza de Río Piedras) y perderme por sus calles.
El placer consistía en tener los ojos abiertos. En la Plaza del Mercado de Río Piedras, entre los puestos de frutas y vegetales, hubo vendedores de discos de vinilo, relojeros, comercios que vendían ropa militar decomisada, puestos en los que un anciano enrolaba cigarros y en donde se podía aún comprar tabaco de mascar por yarda. Había ferretería, barbería y peluquería, puestos en los que solo se vendían largos billetes de lotería. Brevemente, dentro de su pequeño laberinto, hubo un puesto de libros usados y prolongadamente una tienda por departamentos. En torno a estos negocios y expandiéndose por las calles aledañas, se agitaba un hormiguero humano.
Entre las librerías aledañas a la avenida Gándara y la Plaza del Mercado, se mezclaban todos los sectores sociales y económicos, pero sobre todo Río Piedras era territorio de humildes. Tanto los comerciantes como los clientes eran gente modesta. En la aledaña Plaza de la Convalecencia estaban los carros públicos, los vendedores ambulantes, la heladería de los chinos, el gran catálogo culinario de una panadería-repostería, que lo mismo servía un café que cocinaba un almuerzo.
Han pasado 20 años más o menos. En Bayamón ya no hay nada. En lo que eran sus largas calles comerciales ya no queda nada abierto y vivo. Solo sobreviven un puñado de comercios inmediatos al también agónico Cantón Mall. Río Piedras se ha convertido en territorio zombi. El Paseo de Diego es un páramo, la Plaza del Mercado se halla muy disminuida y cuando la tarde cae los residentes entran a sus casas y apartamentos para no salir hasta el nuevo día. Entonces, antes de que pase el camión de la basura, docenas de hombres y mujeres destruidos por la adicción, abren las bolsas acumuladas alrededor de los postes del alumbrado en busca de restos de comida.
Estas descripciones son válidas para gran parte de las ciudades y pueblos del país. Los ambientes y la escala varían, pero la situación es muy parecida en Ponce y Arecibo, en Fajardo y Guánica. Desde hace muchos años, los gobiernos no hacen nada por resolver o al menos contener esta situación. Su única estrategia ha sido el abandono y la especulación asociada a la privatización y la reformulación del territorio.
Entre el 2000 y el 2020 hubo cinco administraciones gubernamentales. Tres fueron del PPD y dos del PNP. Las dos décadas fueron bipartidismo en estado puro: Calderón, Acevedo Vilá, Fortuño, García Padilla, Rosselló y Vázquez. ¿A cuál de ellos usted estaría dispuesto a erigirle un monumento, a ponerle el nombre a una escuela, a financiar su Fundación, a prolongar su memoria en un pedazo de carretera? Ninguno de esos gobernadores fue reelecto. Entre una administración y la que le siguió no hubo continuidad alguna. Las Comunidades Especiales de Calderón se dejaron morir por los que vinieron después; el Tren Urbano desapareció como proyecto de revitalización urbana. En esas dos décadas, lo que ya era inquietante se tornó temerario y el país se hundió en una deuda impagable.
Esas cinco administraciones del bipartidismo son responsables de que Río Piedras y Bayamón (y su repetición a todo lo largo y ancho del país) pasaran de ser hormigueros humanos llenos de vida, a escenarios donde cada día y cada noche seres humanos a los que esas administraciones no les pudieron dar ni educación ni oficio, ni trabajo ni justicia social, ofrecen el espectáculo atroz de su degradación acelerada y brutal.
El ELA y el bipartidismo llegan a su obsolescencia, luego de los resultados de las últimas elecciones, ofreciéndonos, como los adictos, su espectáculo atroz y degradante. En el país que rigieron, a la altura de 2020, nada funciona como debiera, ni hay nada de lo que se pueda estar orgulloso. Ante un huracán los funcionarios del gobierno no tenían ni cómo comunicarse y desde el primer día sus objetivos habían abandonado al pueblo. Un terremoto produjo prioritariamente fotos de políticos examinando grietas y almacenes llenos de suministros que no llegaban a los damnificados. Durante la pandemia el gobierno ha dejado sin educación a decenas de miles de niños y adolescentes.
Aún en las emergencias, el gobierno piensa en el lucro privado y en la victoria en las próximas elecciones para seguir posibilitando lo primero. De manera sucinta, en esto consiste su labor. No hay proyecto nacional porque no hay la más remota consideración del bien común. El bien es el de los inversionistas políticos y el bien de los miembros del partido. Lo demás no importa y por eso la población restante no existe para los gobiernos del bipartidismo. Por eso miles de puertorriqueños cierran sus pequeños negocios, se van o se convierten en zombis. Las tres son formas de tirar la toalla, luego de cansarse de no sentir la consideración del que supuestamente nos representa.
El Estado cobra una enorme cantidad de impuestos y no ofrece ni educación ni salud ni cultura. El ciudadano siente que se le trata con la mayor indiferencia. El único antídoto ante esta situación es la fidelidad al bipartidismo. Así se llega, sino a Roma, al menos a conseguir el permiso de uso, la cita médica o los cupones.
En el Puerto Rico de 2020 es imposible estar orgulloso de algo que tenga que ver con sus instituciones. Lejos de ellas hay innumerables muestras de un pueblo vivo que lucha por una mejor existencia. Pero los gobiernos ni educan ni desarrollan ni crean justicia. Los gobiernos convierten el presupuesto de todos en salarios altísimos para los propios y allegados. Su labor no se extiende mucho más allá.
Río Piedras y Bayamón desaparecieron. Su mundo plebeyo y lleno de vida se ha convertido en edificaciones tapiadas y abandonadas, que acaso si un día se reutilizaran, habría que derrumbarlas y volverlas a hacer. Nuestros gobernantes y el bipartidismo deberían estar conscientes de su legado: la multiplicación de la pobreza, la adicción y el hambre. Les recomendaría a sus líderes que se pasearan al caer la tarde por Río Piedras, Bayamón, Arecibo o Carolina para que vean hurgar en la basura a los niños que cuando estaban en el poder iban a las escuelas que juraron defender.
La esperanza nace luego de un lamento. Pero hoy, a fines de 2020, solo poseemos el lamento por lo que hicieron nuestros gobernantes, el abismal lamento por Puerto Rico.