Monstruos que generan monstruos
De las cinco novelas escritas por Almudena Grandes de su serie de seis, titulada (siguiendo a Galdós), Episodios de una guerra interminable, esta es la más impresionante. Las anteriores enfocaban sobre aspectos relativamente desconocidos de la España de Franco: la invasión del valle de Arán, la guerrilla de Cencerro en Jaén, la construcción del Valle de los Caídos y la red clandestina de escape para los criminales de guerra nazi. “La madre de Frankenstein” gira en torno a una situación fundamental, aunque intangible, del momento.
Recrea el ambiente de una época que combinaba un puritanismo insufrible en cuestión de costumbres (sobre todo sexuales), con la intolerancia mezquina hacia cualquier desviación de la conducta política aceptada y la prevención irracional ante toda influencia intelectual del exterior. Generaba ello una incertidumbre constante y un miedo generalizado que obligaba al disimulo y a la hipocresía. Ese ambiente restrictivo define la acción de la novela, determinando las acciones de la mayor parte de los personajes. No hay eventos históricos como en las novelas anteriores (salvo una mención de la masacre de refugiados efectuada por las fuerzas de Franco en febrero de 1937 en la carretera entre Málaga y Almería). Sí prima la impresión de una atmósfera social tóxica.
Es la que permea el manicomio para mujeres de Ciempozuelos, símbolo de una sociedad enferma. Varias historias -algunas verídicas- se entrecruzan allí. Vertebra la acción la de Aurora Rodríguez Carballeira, internada tras haber asesinado a su hija, una joven prodigio. Un caso de paranoia, Aurora es inteligente y de gran sensibilidad artística; su distorsión de las situaciones que la rodean constituye un comentario sobre la situación española.
Al manicomio llega Germán Velázquez, un siquiatra que regresa en 1954 a España tras un exilio de 15 años en Suiza trayendo una medicina experimental para la esquizofrenia. Encuentra un país cambiado, donde predomina el temor a las represalias por viejos “crímenes” y por nuevas infracciones a los códigos vigentes. Nadie quiere destacarse por no atraer la atención oficial. Se impone un silencio cómplice ante los abusos, aun cuando comprometan la salud y el bienestar de los indefensos (los niños, los pobres, las mujeres, los dementes). Estado e Iglesia conforman un frente autoritario que ni siquiera necesita recurrir a la violencia para imponer normas ya internalizadas.
Allí, Germán reencuentra a Aurora, a quien conoció de niño como paciente de su padre, también siquiatra. Obsesionado por aquella mujer asesina, se dedica a ella con especial interés. También conoce a su enfermera auxiliar, María Castejón, nieta del jardinero, una chica despierta, educada por la misma Aurora. María trata de sobreponerse a sus circunstancias de pobreza e ignorancia y a las fuerzas sociales que le imponen un molde de vida que rechaza.
El conflicto reside en el choque de mentalidades: una abierta a las corrientes de pensamiento en ese momento y otra aferrada a la cerrazón que caracteriza a la nación entera, coartando libertades individuales e intelectuales. La historia de la familia Goldstein en Suiza resuena -desde otra perspectiva- con ese conflicto. El padre, Samuel, compañero de estudios del de Germán, recibe al joven en su casa y supervisa su educación. Judíos alemanes totalmente asimilados a la cultura teutona, los Goldstein se relocalizaron en Suiza por la amenaza nazi. Hasta ese país neutral, sin embargo, llegan los prejuicios raciales y culturales, provocando -años después del nazismo - la destrucción de la familia.
Aún otra vertiente de la historia gira en torno a Eugenio Méndez, siquiatra -como Germán- de Ciempozuelos, cuya experiencia ilustra la represión socio-moral del franquismo hacia los homosexuales. Todos los personajes y subtramas conforman un cuadro fragmentario de tiempos, espacios y acciones del que emerge la imagen de un país acobardado, capaz solo de pequeñas rebeldías mientras se hunde en el marasmo de la mediocridad institucional.