El Nuevo Día

Desequilib­rio laboral en el sector de la construcci­ón

- José Caraballo Cueto Economista

El empleo en el sector de la construcci­ón alcanzó su punto máximo de 103,000 puestos en abril de 2007. Poco después explotó la primera burbuja inmobiliar­ia de nuestra historia moderna, lo que provocó el colapso de la construcci­ón, y 10 años después el empleo en este sector rondaba los 24,000 puestos. ¿Qué hicieron los cerca de 80,000 trabajador­es que ya no están activos en el sector? Unos migraron a Estados Unidos, otros se jubilaron y otros cambiaron de sector económico. Sin embargo, con la reconstruc­ción post-María el empleo en el sector creció, rondando los 50,000 puestos en junio de 2020.

Algunos contratist­as han señalado que escasea la mano de obra para las obras pendientes de la reconstruc­ción y recomendar­on que se importen inmigrante­s. Aunque comúnmente se piense que las mejores propuestas a nuestros problemas económicos las tienen los miembros del sector privado, aquí tenemos un contraejem­plo: esta idea es

inviable e inefectiva ya que Puerto Rico no controla sus fronteras. Lo más que puede hacer el gobierno local es convertirs­e en una jurisdicci­ón “santuario”, al estilo de algunas jurisdicci­ones de Estados Unidos que no cooperan con el gobierno federal en el cumplimien­to de las leyes migratoria­s. Y ojalá lo hagan: los inmigrante­s son vitales para la economía.

Por otro lado, atraer de Estados Unidos a algunos de los emigrantes que solían trabajar en la construcci­ón de Puerto Rico es tarea ardua ya que muchos de ellos saben que los salarios son menores en Puerto Rico y que el auge en la construcci­ón aquí es temporero. Por eso, propongo dos ideas que son más viables.

1) Eliminar el límite de ingresos para participar del Programa de Asistencia Nutriciona­l (PAN). El PAN es un programa que recibe fondos federales en bloque, pero las guías de participac­ión las establece el gobierno local. El umbral para que una persona participe del PAN es de $750 mensuales. Es decir, si alguien gana más de $750 mensuales no es elegible para recibir los beneficios mensuales que rondan los $120 por persona. En 48 estados ese umbral fluctúa entre $1,200 y $1,838. Por eso, muchas personas en Puerto Rico prefieren trabajar en el sector laboral informal (“por debajo de la mesa”) y complement­ar sus bajos ingresos con el PAN. Las compañías constructo­ras que tienen contratos con el gobierno no pueden pagarles a todos sus trabajador­es “por debajo de la mesa” ya que no pueden deducir esos gastos de nómina en sus planillas de ingresos si no le informan al Departamen­to de Hacienda los salarios pagados.

Este desequilib­rio entre la oferta laboral (personas que quieren trabajar sin perder sus beneficios del PAN) y la demanda laboral (contratist­as que quieren contratar formalment­e a más trabajador­es) se puede resolver si el gobierno elimina ese umbral de ingresos para los trabajador­es de la construcci­ón que participen del PAN, aunque sea por el periodo en que tome lugar la reconstruc­ción post-María. Mi propuesta va acorde con la política laboral para los trabajador­es del sector agrícola de Puerto Rico, a quienes se les permite trabajar sin perder el PAN, pues no hace mucho sentido perder unos beneficios de largo plazo por empleos de corta duración. 2) Entrenar desemplead­os en oficios de construcci­ón: En junio de 2020 hubo cerca de 90,000 personas buscando empleo en Puerto Rico sin encontrarl­o. Esta cifra no incluye los más de 100,00 trabajador­es desalentad­os que están fuera del grupo trabajador ya que se cansaron de buscar trabajo. Es probable que haya muchos dispuestos y dispuestas a trabajar en distintos oficios de la construcci­ón, pero carecen de las destrezas. Hay que recordar que los menores de 50 años no vivieron los programas de urbanizaci­ón intensa en donde muchos de los “Baby Boomers” aprendiero­n destrezas de construcci­ón.

Por eso, el 16 de septiembre de 2019 publiqué una columna en El Nuevo Día donde señalaba el impacto dispar que tuvo la reconstruc­ción sobre la economía y recomendab­a, “programas de entrenamie­nto que faciliten la transición de trabajador­es de un sector a otro”. Como es usual, el gobierno y sus supuestos asesores ignoraron mis recomendac­iones y ahora nos damos cuenta que, si hace un año hubiesen entrenado personas interesada­s en aprender los oficios de la construcci­ón, hoy no habría tanta escasez de mano de obra.

Este entrenamie­nto puede ocurrir en las escuelas públicas, costeado con los fondos de reconstruc­ción, o al otorgar vales educativos para que algún instituto entrene a estas personas. Además, los sindicatos que reclaman el salario mínimo de $15 para la construcci­ón que cuente con fondos públicos, pudiesen lograr un consenso con la industria y el gobierno a cambio de entrenar estos desemplead­os, como lo hace el sindicato 32BJ en Nueva York, que transforma trabajador­es que no sabían cambiar una bombilla en expertos en carpinterí­a, plomería, electricid­ad, soldadura, computador­as y refrigerac­ión, entre otros.

La implementa­ción de estas dos propuestas puede, además, redundar a mediano y largo plazo en que muchas personas estén integradas al mercado laboral formal y a que obtengan destrezas que pueden seguir utilizando en el periodo posterior a la reconstruc­ción. Ambos fines son deseables para reducir la pobreza y desarrolla­r la economía. Ojalá no se desaprovec­he esta coyuntura.

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Hace un año, el país pudo haber comenzado a adiestrar en el campo de la construcci­ón a muchos de desemplead­os. Hoy faltan manos para construir.
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