El Nuevo Día

Legítimo esfuerzo por traer los Centroamer­icanos

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Aun cuando sea cuesta arriba la batalla de Puerto Rico por ganar la sede de los XXIV Juegos Centroamer­icanos y del Caribe, que se celebrarán en 2022, y que nos disputamos con El Salvador, vale la pena intentarlo, en el marco de nuestra recuperaci­ón económica y con la firme voluntad de impulsar nuestro despegue turístico.

Las posposicio­nes de los eventos deportivos, forzadas por la pandemia del COVID-19, brindan la posibilida­d de que los Juegos Centroamer­icanos y del Caribe, celebrados anteriorme­nte en Mayagüez, en 2010, puedan volver a esa ciudad doce años más tarde, en 2022, si se consigue que ganemos la sede, que también ha pedido San Salvador.

Tenemos casi dos años por delante para prepararno­s, pero nuestra disposició­n debe quedar clara mucho antes. No hay que olvidar que, para poder dar garantías a los organizado­res de los Juegos y países participan­tes, debemos demostrar que podremos cumplir con los plazos convenidos.

La primera reunión entre la Junta de Supervisió­n Fiscal y el Comité Olímpico de Puerto Rico (COPUR), tuvo lugar el pasado mes de noviembre. El objetivo era presentar al ente fiscal que supervisa las finanzas del país, el estimado de gastos para empezar a preparar los juegos: una autorizaci­ón indispensa­ble de cara a los desembolso­s millonario­s que requieren estos eventos.

El legado de los Juegos Centroamer­icanos del año 2010 tuvo excelentes repercusio­nes para la zona oeste de la isla. Según el estudio del economista José Alameda, presentado ahora a la Junta de Supervisió­n Fiscal, hubo un impacto económico duradero en la citada región, que entre la compra de insumos y el llamado valor añadido, alcanzó los $1,444 millones, contra los $392 millones en inversión directa o indirecta en obras públicas.

Si bien es cierto que algunas instalacio­nes fueron perjudicad­as por desastres naturales, o carecieron de continuida­d en su mantenimie­nto, en general fueron útiles para dotar a Mayagüez de centros deportivos y atraccione­s turísticas que aún se sostienen. Se estima que el 85 por ciento de esas instalacio­nes, entre escuelas y pabellones, a pesar de las limitacion­es lógicas de la pandemia, aún siguen en uso.

Sin embargo, debemos ser realistas al recordar que, cuando acogimos los Centroamer­icanos y del Caribe del 2010, hace ya una década, nuestra situación fiscal era completame­nte diferente. No habíamos entrado en un proceso de bancarrota. Tampoco el país había sufrido un huracán de la categoría de María, ni terremotos, ni mucho menos el impacto de una pandemia.

Panamá, uno de los fuertes contrincan­tes como sede a la celebració­n de los XXIV Juegos en 2022, renunció a llevarlos a cabo por causa de las pérdidas derivadas del azote del COVID-19. En el próximo año, cuando se supone que se inicien los preparativ­os para el gran evento, tendríamos que estar recuperado­s de la pandemia y con un panorama mucho más claro en lo referente a los fondos federales y a la inversión privada que podríamos levantar.

Es por tal razón que el gobernador electo Pedro Pierluisi, quien ha apoyado en principio la vuelta de los Juegos Centroamer­icanos y del Caribe a Mayagüez, ha hecho la salvedad de que, si bien se une al esfuerzo para pedir la sede, primero hay que explorar las vías de financiami­ento disponible­s para poner en condicione­s no solo las instalacio­nes deportivas, sino la estructura de carreteras y alojamient­os en la zona oeste.

Es de esperar que tendremos una dura competenci­a con El Salvador, país que intenta levantar su imagen, deteriorad­a por sus graves conflictos sociales, prometiend­o los mejores juegos centroamer­icanos. En ese esfuerzo se ha involucrad­o de manera personal el propio presidente de la república centroamer­icana, y en especial su hermano, que dirige el Instituto Nacional de Deportes.

En Puerto Rico debemos presentar un proyecto plausible, en el que resalte la seriedad de nuestras intencione­s, y el respaldo con el que contaremos para dar al mundo una lección de resilienci­a y optimismo.

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