Vacunación: debe ser lo probable, no lo posible
Recuerdo una serie satírica llamada “El fabricante de noticias” que transmitían cuando yo era niño. Se desarrollaba en la redacción de un diario que andaba en busca de noticias que no siempre conseguía, en cuyo caso se veía obligado a “fabricarlas” a partir de lo que fuera. No recuerdo más detalles pues, como dice el Bardo de Collores, “aquí la memoria pierdo”. Mas he vuelto a recordar ese programa en estos días porque los “talk shows” y espacios noticiosos de radio y televisión han dejado a un lado lo desordenado del proceso electoral reciente —que era el evento noticioso que nos tenía hasta la coronilla—, para echarle mano a dos temas, que si lo toman a usted desprevenido, bien pudieran enviarlo de cabeza al siquiátrico: las vacunas y los bloqueos de la Policía. Hablemos de lo primero; el juez Gelpí se encargó de lo segundo.
Los efectos devastadores de la pandemia en el mundo —cientos de miles de personas fallecidas y nosotros mismos en peligro de contagiarnos y fallecer— nos tenían deseando con desesperación que se desarrollara una vacuna capaz de inmunizarnos y sacarnos de la zona de peligro. Los rusos anunciaron una vacuna, Sputnik, que no de casualidad vino con este nombre a estrujarle en la cara a Estados Unidos que Rusia había ganado también en los años 50 la carrera espacial por haber llegado primero al espacio. Tuvimos cierta envidia de ellos, pues los rusos sí y nosotros no éramos capaces de protegernos de la Covid-19. Seguíamos soñando con tener nuestra propia vacuna; que algún día podríamos madrugar, haríamos las filas y, finalmente, nos vacunaríamos.
Pues sucede que de repente aconteció que anunciaron la aprobación de la vacuna de Pfizer, la cual tendríamos disponible por fases en unos días. Los noticiarios y “talk shows” comenzaron a destacar mañana, tarde y noche los distintos aspectos que la vacunación implicaba: que si la temperatura a menos 80 grados, que si las neveras especiales con hielo seco (sin explicarle a la gente qué es eso), que si la logística de su distribución, etcétera. El general Reyes se volvió más popular que el mismo Nino Correa.
Sin embargo, no bien habían anunciado que la vacuna ya no era una hipótesis de los científicos sino una realidad al alcance de todos los que vivíamos atemorizados por morir contagiados por el virus, comenzó la picazón que le daba al Fabricante de Noticias. Había que ponerle “frosting” a lo de la vacuna, y se comenzó a “crear” la controversia sobre cuán seguro sería para la humanidad el vacunarse. Los de la televisión, principalmente, no perdieron tiempo y comenzaron a acercarle el micrófono a cuanto civil se encontraban en la calle, y la gente ordinaria empezó a expresar opiniones basadas en meras suposiciones, imaginaciones o temores aprendidos, y los periodistas a no preguntar sobre las fuentes de tales reparos y miedos. Comenzaron a darle más tiempo y espacio a los que expresaban su temor que a entrevistas a los profesionales expertos en la materia.
Supongo que debe ser muy estresante para los encargados de estos medios vivir de noticias cuya materia prima es contingente, pero no puedo menos que ver con tristeza el énfasis desmedido que ha habido en los aspectos negativos posibles —pero no probables— de la vacuna, porque hay muchas personas que, sin la información adecuada, tienden a convertir lo posible en probable. Y lo que siempre debió ser una actitud de acogida a nuestra tabla de salvación, va perdiendo terreno ante la actitud de “mejor espero”.
No creo que haya vacunas ciento por ciento seguras para todo ser humano. Sucede lo mismo que cuando vemos por televisión un comercial de un medicamento que el locutor concluye con una lista de los efectos secundarios, que si usted pone atención es como “para morirse”, pues muchos de ellos expresan literalmente la posibilidad de muerte. Pero igual nos los recetan e igual nos los tomamos. Y seguimos vivitos y coleando. Así que a vacunarnos todos, no vaya a ser que en la espera nos lleve Pateco.