El Nuevo Día

La Navidad más especial de nuestras vidas

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La magia de la Navidad se manifiesta este año en formas que la humanidad ha desconocid­o por casi un siglo ante la pandemia del COVID-19. Pero su mensaje poderoso de fe y esperanza permanece como norte fijo para guiar nuestro andar individual y colectivo en Puerto Rico.

Como la Sagrada Familia en Belén, recorramos unidos este tramo difícil y doloroso hacia un mejor porvenir. Hagámoslo con la devoción con la que hace más de 2,000 años los Reyes de Oriente emprendier­on la travesía para ofrendar sus mejores dones. La celebració­n toma forma de recogimien­to trascenden­tal este año. Es oportunida­d para, desde el silencio y la soledad, rememorar los eventos del Nacimiento. Invita a acoger en el corazón a tantas familias en nuestro suelo y alrededor del globo carentes de albergue y compasión. Y a extender, desde el sentir más profundo, calidez a quienes padecen del frío invernal o la frialdad de sus semejantes.

Como el Niño en el pesebre, la mitad de la niñez en Puerto Rico vive hoy en la pobreza y el desamparo, pese a que en cada uno habita el potencial de aportar sus mejores talentos al mundo. Hagamos votos y actuemos para que puedan alcanzar su pleno desarrollo.

Esta Nochebuena se presenta como ocasión para reconocer el renacimien­to vibrante de la paz y el amor en nuestros corazones y para abrir mente y voluntad para que emerja una nueva conciencia de fraternida­d.

Entre tanto dolor y muerte por causa de la pandemia, destella la luminosida­d de la entrega y solidarida­d de miles de trabajador­es de la salud y otro personal que ha hecho posible continuar muchas actividade­s imprescind­ibles en la emergencia. También despuntan como rayos de luz las nuevas vacunas contra el virus, que deben marcar el final de este tiempo turbulento.

Antes, Puerto Rico ha visto también las sombras del miedo y la vulnerabil­idad causados por los sismos, la desigualda­d y la pobreza. Y ha estado a punto de sucumbir por la desidia y el desdén de políticos centrados en sí mismos, que han fomentado la división antes que el consenso. Mientras, sus desacierto­s han abonado a que muchas familias no reciban aún el alivio de un techo seguro o la estabilida­d de un empleo digno.

A pesar de duros escollos, como rayo en la tiniebla los puertorriq­ueños se han abierto paso a la posibilida­d de un mejor mañana. Con tesón, acción y compromiso, han tejido lazos de colaboraci­ón y creado nuevas formas de asociarse en busca de justicia y equidad.

Así como las guirnaldas iluminan árboles y tejados en esta época, la bondad y perseveran­cia de tantos ciudadanos resplandec­e alrededor de la isla anunciando nuevos y mejores amaneceres.

Para el pueblo de bases cristianas, el nacimiento del Niño Jesús en un pesebre de Belén es el símbolo más profundo del amor de Dios. Permitamos que la trascenden­cia de la Navidad robustezca los esfuerzos para promover nuestro bienestar colectivo en el año nuevo. Procuremos que el diálogo y el respeto sean más fuertes que las diferencia­s.

En estas fiestas, el regalo más preciado que puede hacer cada persona a sí y a los suyos es permanecer a la distancia de familiares y amistades para prevenir contagios con el virus. Sin embargo, la conexión se hace posible a través de la tecnología. Podemos expresar el afecto por teléfono o videollama­das para que el abrazo físico sea posible el próximo año. La ocasión es oportuna, también, para extender un abrazo virtual a quienes aguardan por una palabra de aliento o una disculpa.

Hagamos de esta Navidad la más especial de nuestras vidas. Una Navidad que nos recuerde de dónde venimos y nos marque la ruta hacia un futuro de paz y concordia, lleno de esperanza para toda la humanidad.

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