Un proceso civilizado de “consejo y consentimiento”
El día de Navidad amanecimos con una jueza menos en el Tribunal Supremo. Ahora tenemos un tribunal de solo ocho jueces. No es la primera vez que ocurre. Cuando el juez José Trías Monge llegó a la presidencia del Tribunal, este se componía de nueve jueces. Y bajo su liderato, el Tribunal solicitó y obtuvo de la administración de Rafael Hernández Colón que ese número se redujera a siete, según fueran vacando las plazas. Algún tiempo después, hubo una renuncia o jubilación y el Tribunal quedó con ocho jueces.
Durante ese tiempo —lo mismo que sucede a partir de hoy—, las decisiones del Tribunal Supremo tenían que continuar siendo al menos por la mayoría mínima de 5 a 3. En esa época de ocho jueces, si el Tribunal quedaba empatado 4 a 4 sucedía lo que sucederá ahora: no habrá decisión del Tribunal y prevalecerá la del Tribunal de Apelaciones. ¿Y qué sucedería en otro caso posterior que, interpretándose la misma ley o cláusula constitucional, se llegara a un resultado distinto y se apelara al Tribunal Supremo? Si se mantuviera el voto de sus jueces igualmente dividido 4 a 4, otra vez prevalecería la decisión del Tribunal de Apelaciones, aunque fuese contradictoria. Habría en tal situación dos casos distintos, uno con un resultado evidentemente erróneo, pero validado por el voto de empate del Tribunal Supremo. O sea que, para esos casos, es como si de repente el Tribunal Supremo hubiese dejado de existir, pues no puede emitir una decisión.
Como se sabe, el Tribunal Supremo no siempre tiene la razón, pero siempre tiene la última palabra. Esto es así porque lo dice la Constitución, porque es el diseño constitucional que adoptamos en 1952 para organizar nuestro Poder Judicial. Hay veces que, según ha quedado comprobado años después, lo que una vez fue la opinión minoritaria pasa a ser mayoritaria. Ocurre cuando una nueva mayoría de jueces adoptan como norma de derecho la que una vez fue una opinión minoritaria de algún juez o grupo de jueces. De esos hay muchos ejemplos aquí y en Estados Unidos.
Es por eso que, aunque hubiese una visión social mayoritariamente distinta fuera del ámbito judicial sobre un asunto de implicaciones jurídicas, la que vale es la visión de la mayoría de los jueces del Tribunal Supremo. Y esta visión solo puede manifestarse cuando hay una mayoría contundente y no con una ausencia de decisión debido al empate de votos. De ahí que sea tan importante que se llene la plaza del noveno juez o jueza lo más pronto posible, pero no a la carrera.
El trauma colectivo por el que acabamos de pasar —cuando la nominación para el Tribunal Supremo de la jueza Maritere Brignoni duró lo que un temblor—, nos debe conducir a la reflexión. El nombramiento de un juez o jueza para el Tribunal Supremo es un asunto demasiado serio como para excluir del proceso, así sin más, a los diversos sectores sociales, culturales e ideológicos que conforman la comunidad puertorriqueña.
Me parece absolutamente conveniente que sea el gobernador Pedro Pierluisi quien lleve a cabo este nombramiento para que pueda ser evaluado por un Senado pluralista, que estará compuesto por senadores provenientes de distintos partidos, quienes representarán las distintas tendencias y modos de pensar que el electorado quiso que estuvieran allí representándole, y que reclama nuevos modos y estilos de hacer política. Ya en una ocasión el penepeísta Carlos Romero Barceló gobernó con el Senado presidido por Miguel Hernández Agosto, del Partido Popular, y pudo nombrar a un juez al Tribunal Supremo (Francisco Rebollo). Solo requirió un proceso civilizado de “consejo y consentimiento” entre adversarios políticos con un buen entendimiento patriótico. No esperamos menos del proceso de nombramiento que nos espera.
En los años 80 escuché a Romero Barceló exigir, en nombre del PNP, que hubiera un “balance ideológico” en los nombramientos al Tribunal Supremo. De modo que, ¿por qué no nombrar a un no afiliado o a un independentista, tal como hizo Muñoz a la inversa al nombrar al Supremo al estadista-republicano Rafael Hernández Matos?