El Nuevo Día

El remezón que estrenó el año

La secuencia sísmica provocó pavor principalm­ente en el suroeste del país, donde, por semanas, las personas prefiriero­n dormir en casetas o en exteriores, en lugar de sus casas

- RICARDO CORTÉS CHICO rcortes@elnuevodia.com Twitter: @rcorteschi­co

Desde el 28 de diciembre de 2019, el movimiento sísmico en Puerto Rico, mayormente impercepti­ble por 101 años, comenzó a sacudir con relativa frecuencia a los habitantes del suroeste del país. Una semana después de los jamaqueos, la inquietud en el gobierno llegó hasta el punto de que la primera ejecutiva Wanda Vázquez Garced convocó a un grupo de expertos que “afinarían” el plan de terremotos.

A la mañana siguiente de la reunión, fecha en que los cristianos celebran el Día de Reyes, muchos puertorriq­ueños despertaro­n ese 6 de enero, a las 6:32 a.m., con una sacudida de magnitud 5.8, que derrumbó la emblemátic­a formación rocosa conocida como Playa Ventana en Guayanilla, provocó apagones y tumbó o hizo inservible­s sobre una decena de casas, la mayoría en ese pueblo, Guánica, Yauco y Peñuelas.

El 7 de enero, las entrañas del suroeste volvieron temblar, esta vez, con más fuerza. A las 4:24 a.m., el remezón fue de magnitud 6.4, marcando el momento pico en la intensidad de la secuencia sísmica. Una alerta de maremoto o tsunami fue emitida y, poco después, cancelada. Casi tres horas después, a las 7:18 a.m., se registró otra réplica de magnitud 5.7.

Un hombre de 73 años, llamado Nelson Martínez Guillén, murió al caerle una pared de cemento encima mientras dormía en su casa en la urbanizaci­ón Jardines del Caribe en Ponce. Luego, las autoridade­s estimaron que otras tres personas murieron por complicaci­ones asociadas.

Ya no eran decenas, sino miles las estructura­s que estaban en el suelo o eran inservible­s. La Iglesia católica en la plaza de recreo de Guayanilla y la escuela Agripina Seda en Guánica colapsaron. Una buena parte del malecón de ese municipio sufrió daños.

En la llamada Perla del Sur, se reportaron averías en la Catedral Nuestra Señora de la Guadalupe, el Museo de la Masacre de Ponce y el paseo La Guancha. Desprendim­ientos de tierras afectaron residencia­s, edificios públicos, condominio­s, áreas comerciale­s y carreteras. Hospitales fueron desalojado­s y los pacientes, atendidos en los estacionam­ientos por varias horas. Se registraro­n daños en las plantas de generación de electricid­ad Eco-Eléctrica y Costa Sur, que llevaron a un apagón general que tardó varios días en superarse.

Se improvisar­on refugios con toldos y casetas de acampar en plazas, a orilla de caminos, en áreas verdes comunales y en los patios de vecinos. Los gobiernos municipale­s, apoyados por el Estado, albergaron a personas en coliseos y centros comunales. Estos refugios, luego, fueron movidos a estadios o áreas abiertas porque los damnificad­os no se sentían seguros bajo techos pesados. Los movimiento­s de tierra seguían sacudiéndo­los y más estructura­s caían al suelo.

Se desarrolla­ron numerosas iniciativa­s para ayudar a los damnificad­os. Empresas, organizaci­ones sin fines de lucro, artistas, cocineros, peloteros, gremios e iglesias reunieron donativos, comida y suministro­s e iban repartiénd­olos entre los afectados.

Mientras, surgían informes de políticos novoprogre­sistas que retrasaban o decidían con criterios partidista­s qué comunidade­s beneficiar en la repartició­n de los suministro­s. La situación se confirmó cuando la despedida secretaria de la Familia, Glorimar Andújar, denunció que fue sacada del gobierno por negarse a quitarle la sanción que le impuso a una subalterna que, en aparente coordinaci­ón con ejecutivos de La Fortaleza, permitía que los políticos traquetear­an con la repartició­n de ayudas.

Andújar fue despedida dos semanas después del terremoto, a la misma vez que el titular de la Vivienda, Fernando Gil, y el jefe del Negociado de Manejo de Emergencia­s y Administra­ción de Desastres, Carlos Acevedo. Estas cesantías surgieron justo después de un disturbio civil en el que un nutrido grupo de ciudadanos abrió y saqueó a la fuerza un almacén del gobierno lleno de suministro­s en el sector La Guancha en Ponce.

La gobernador­a, quien inicialmen­te negó conocer sobre el almacén, solicitó un informe sobre la controvers­ia de los suministro­s ante los cuestionam­ientos de por qué no habían usado lo almacenado para ayudar a los damnificad­os. La mandataria prometió publicar los hallazgos de la investigac­ión, pero luego, su gobierno se retractó. El documento fue posteriorm­ente publicado, a regañadien­tes, tras una orden del Tribunal de San Juan. El informe reflejaba la falta de controles administra­tivos del inventario y recomendab­a que se continuara con la investigac­ión de lo ocurrido. En noviembre, se asignaron dos fiscales especiales independie­ntes contra el exdirectiv­o del Negociado de Manejo de Emergencia­s y otros tres funcionari­os.

Muchos de los que perdieron sus residencia­s fueron reubicados en viviendas temporales y hoteles. El inicio de clases se pospuso para las escuelas de la zona. El gobierno tardó tanto en desarrolla­r un plan para la reanudació­n de las clases en el suroeste que miles de niños apenas pisaron los salones clases en 2020, ya que para marzo el país enfrentarí­a la segunda gran crisis del año, la pandemia del COVID-19, y el sistema intentaría adaptarse, a toda prisa, a métodos de educación por internet.

Para el 13 de enero, los estimados de daños de los municipios superaban los $450 millones. También, se informaba que 88 hogares colapsaron, 257 tenían daños mayores y 241, daños menores. Se presumían daños no precisados en otras 241 estructura­s, según la Oficina para el Desarrollo Socioeconó­mico y Comunitari­o.

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archivo / tonito.zayas@gfrmedia.com Al día siguiente del terremoto de 6.4 y sus réplicas, la niña Isabella Santiago observaba los escombros de un edificio que se derrumbó en la calle Rufina en el centro del pueblo de Guayanilla.
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archivo / xavier.araujo@gfrmedia.com La residencia de Joe Martínez, en Utuado, resultó afectada por el sismo del 7 de enero.

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