El evento que cambió al mundo
Una infección viral que primero se descubrió en China llegó a Puerto Rico, oficialmente, en marzo, y no ha habido faceta de la vida diaria que no haya sido impactada por el COVID-19
Las noticias comenzaron a llegar desde lejos, primero a cuentagotas y, luego, todo de cantazo. Una misteriosa y mortal pulmonía se detectó a finales de 2019 al otro lado de mundo, en la provincia china de Wuhan.
Mientras construían hospitales rápidamente para atender a los enfermos en los primeros días de 2020, el mundo observaba pasmosamente la enfermedad que ya se sabía era causada por un coronavirus, y, sin poder evitarlo, se extendería a Europa y a las Américas. Entonces, Puerto Rico celebraba con una gran despedida en la Placita de Santurce el fin del turbulento mes de enero, sin saber lo que se avecinaba.
“Estamos en menos riesgo” de que el virus llegue a Puerto Rico porque no hay vuelos directos entre la isla y China, dijo el 30 de enero el entonces secretario de Salud, Rafael Rodríguez.
Su postura era una total contradicción con las advertencias de entes internacionales, que alertaban sobre el alto nivel de transmisión del virus. Conscientes de lo que tenía entre manos, a principios de febrero, la Organización Mundial de la Salud le puso nombre a la enfermedad causada por el novel coronavirus SARS-CoV-2: COVID-19. Médicos puertorriqueños comenzaron a identificar en sus pacientes síntomas similares a los que sus colegas en Europa y Asia describían en los enfermos. Pero la postura de Salud era que no serían sometidos a pruebas diagnósticas si no habían viajado fuera de la isla.
El dique se rompió en marzo con un bombardeo de eventos, cada uno más impactante que el anterior.
La gobernadora Wanda Vázquez Garced anunció, en una conferencia de prensa la noche del domingo, 8 de marzo, el primer caso sospechoso de COVID-19: una turista italiana que llegó a bordo de un crucero. En menos de una semana, médicos denunciaron que había más casos sospechosos de la novel infección en la isla pero no se permitía hacerles las pruebas diagnósticas, la OMS declaró oficialmente una pandemia de COVID-19, renunció el entonces secretario de Salud, se confirmaron los primeros tres casos de la infección y, el próximo domingo, la primera ejecutiva decretó un cierre total de los comercios y servicios no esenciales para controlar los contagios. El encierro duraría dos semanas. Se cerraron oficinas, tiendas y escuelas, centros comerciales y restaurantes. Más de nueve meses después, algunos han reabierto; otros no.
A fuerza de órdenes ejecutivas, desde entonces la gobernadora ha regido el país, controlando qué actividades comerciales, culturales o educativas se pueden retomar y cuáles no.
“Esto es real, esto no es un juego. A mí, hasta ataques de pánico me dieron cuando estaba sola, en ese hospital. Los profesionales de la salud me atendieron excelente, pero lo hacían de lejos. Tenían temor”, relató Teresita Vega, una trabajadora social de 66 años hospitalizada en marzo por la enfermedad.
Hasta ayer, en Puerto Rico se habían reportado 75,888 contagios con el COVID-19, y se habían registrado 1,484 muertes, según reportes oficiales. En abril, se hablaba de que, en el peor escenario, unas 16,000 personas podían morir en la isla antes que culminara la pandemia.
El cierre repentino redujo la velocidad de transmisión del virus, pero los planes para atender las necesidades económicas, emocionales o educativas del pueblo confrontaron múltiples escollos. Constantes fueron los choques entre los grupos de trabajo médico y económico que creó la gobernadora sobre cómo se podrían reabrir, de
manera segura, algunos sectores comerciales.
Asimismo, las estrategias necesarias para identificar los casos nuevos se implementaron de forma atropellada. Funcionarios y exfuncionarios están bajo investigación por la fallida compra de pruebas para detectar anticuerpos de COVID-19, a sobreprecio, a una empresa sin experiencia en el área médica, pero con lazos con el Partido Nuevo Progresista y con miembros del “task force” médico. El cernimiento de pasajeros en el aeropuerto internacional es la primera línea de defensa para detectar la entrada de contagios, pero el seguimiento a esos viajeros ha sido deficiente.
En los hospitales, se libraba otra batalla, en un inicio, sin tan siquiera contar con suficiente equipo de protección personal para cuidar a los profesionales de la salud. El virus ha cobrado la vida de 13 enfermeras y 11 médicos. El aumento en hospitalizaciones en los últimos meses ha exacerbado el agotamiento entre el personal. Estudiantes de las escuelas de medicina del país se han unido para reforzar los trabajos.
“Es una de las decisiones que, cuando llegan a tu vida definen quien tú eres, de qué estás hecho y el compromiso que realmente tienes con los demás”, sostuvo José A. Henríquez, estudiante de cuarto año de medicina que laboró junto a la Guardia Nacional en el aeropuerto y ahora asiste en la vacunación contra el virus.
Esa vacuna, desarrollada en tiempo récord gracias a adelantos científicos de los últimos años, comenzó a ser administrada en la isla cuatro días después que el gobierno federal la autorizara para uso de emergencia y es la esperanza de que el fin de la pandemia se acerca.