Las lecciones aprendidas nos guiarán en 2021
Es imposible analizar el 2020 sin hablar del caótico cuatrienio que le sirvió como prólogo. Vivir en Puerto Rico a partir de 2017 hasta hoy fue equivalente a participar en un deporte extremo con un alto riesgo real de muerte o, como mínimo, de desesperanza total.
Claro que durante ese período hemos vivido momentos de felicidad personal, familiar y profesional. Pero, como colectivo, como sociedad organizada, como nación o isla o territorio o población compactada en un mismo sitio geográfico, ha sido una prueba de vida sacada del Libro de Job. Huracanes, pandemias, terremotos, corrupción, gansería, inmadurez política. Uno seguidito del otro. Ni Stephen King ha sido tan barroco con el horror.
Los aprendizajes del cuatrienio, a fuerza de cantazos, se hicieron diáfanos en 2020. Se resumen en que, en esencia, para sobrevivir, los puertorriqueños dependemos solo de nosotros mismos. El gobierno, ese monstruo amorfo, quizás nos da una mano de vez en cuando, a regañadientes y recordándonoslo para que siempre que sea noviembre y haya que votar seamos agradecidos. Pero las “ayudas” oficialistas son la excepción y no la norma, y nunca se puede contar con el gobierno como un ente fiable. Ya desconfiamos por naturaleza de nuestras instituciones, los optimistas recurriendo al escepticismo y los más pesimistas escudándonos en el cinismo. Por eso nos sorprendemos y aplaudimos embelesados cuando Paquito envía cheques sin tanta tardanza. Estamos tan y tan acostumbrados al maltrato que cuando no nos maltratan quedamos extasiados.
Y el maltrato ha sido muy, pero que muy real: filas kilométricas para que los cerca de 100,000 puertorriqueños que quedaron desempleados procuraran algún alivio. Caprichos empecinados de no abrir comedores escolares para darles de comer a los niños. Trucos descarnados con las pruebas que detectarían si teníamos o no el virus pandémico. Descontar a los sobre 3,000 puertorriqueños que murieron tras los vientos y las lluvias de los huracanes o tras la ignorancia e insolencia de los que estaban jugando a gobernantes en aquel momento.
El maltrato desconoce de geografía. En el sur, tras temblar la tierra, no proveyeron los suministros a los puertorriqueños cuando más los necesitaban. Otras veces esperaban a que estuvieran todos los que tenían que salir en la foto previo a entregar las “ayudas”. Y, como es normal, los maltratantes siempre negaron o justificaron el maltrato. Nunca hubo disculpas.
Pedreira sugería que los puertorriqueños somos aguantones. Demasiado tolerantes. Pero escudar el dolor con la risa es probablemente algo saludable. De ahí el refrán de reír para no llorar. Siempre vacilamos, pero nos repugnan instintiva y visceralmente las faltas de respeto y las mofas crueles. Por eso, después del huracán que nos destruyó, el chat nos encendió. El huracán de 2017 y el chat de 2019 nos transformaron como país: marcan hitos de un antes y un después. No somos iguales tras esos dos eventos, porque nos sabemos en extremo vulnerables, pero también protagonistas de nuestro drama colectivo. Y eso, antes de este cuatrienio, simplemente no era así. Los pasivos observadores se abalanzaron a la tarima y, gracias a Dios, se rompió la cuarta pared.
El Verano de 2019, como diría Luis Rafael Sánchez, nos emputeció la sangre. Todavía reverbera ese terremoto, con la consecuencia de que los gobernantes piensan dos o tres veces antes de actuar indebidamente. Eso de por sí es ganancia. Toda la vida nos han cogido de tontos, pero la diferencia es que este cuatrienio quedó consignado en blanco y negro por parte de los que se jactaban de cogernos.
Ese despertar multitudinario, ese estado de alerta constante, puede fatigar. Pero es el precio a pagar para vivir en un lugar mejor al que existía previo a este cuatrienio.
El sábado, por designios de la democracia de la Constitución y de la dictadura del calendario, comenzaremos un nuevo capítulo político en nuestra vida colectiva. Sobrevivimos a duras penas este cuatrienio caótico, pero las duras lecciones aprendidas nos seguirán guiando. Ya nadie nos puede coger más. Quien lo intente ahora lo hace a su propio riesgo. ¡Feliz (y solidario) año nuevo!