Una grieta en la zapata
Están en todos los municipios. No hay que buscar mucho para encontrarlas. Casas, casitas, casonas abandonadas. Se les ve llenas de enredaderas, el paso del tiempo abrazándoles el abandono. Algunas han perdido paredes y ventanas a causa de los huracanes, o los terremotos. Se han ido derrumbando poco a poco porque ya nadie les habita, sus dueños las han dejado atrás con dolor, obligados a veces por la desesperada búsqueda del porvenir que pareciera no querer llegar nunca y otras tantas porque el dinero solo alcanza para el presente y para renovar una casa hace falta imaginar un futuro en ella. La pobreza por robarte, te roba también eso, la posibilidad de soñar con el futuro.
También es cierto que algunas de esas casas se han quedado atrás por puro abandono, porque conviene más echarlas a perder y que a alguien lucre esa ruina, que esforzarse por rescatarlas. Las razones sobran, como sobran en este país las casas rotas y los edificios que dan cuenta de un país que fue y que ya no es.
Hace unos meses pensaba que la periodista Naomi Klein —autora del libro La batalla por el paraíso: Puerto Rico y el capitalismo de desastre, entre otros títulos en los que analiza el cambio climático— tenía mucha razón cuando utilizaba a Puerto Rico como el mejor ejemplo para explicar lo que denominó como La doctrina del shock, título de otro de sus libros publicado en el 2007. Klein explica el modo en que han sido utilizados los desastres naturales y otras crisis sociales de grandes proporciones para —ante la conmoción, el miedo y la confusión— imponer medidas y reformas económicas poco populares y de poco beneficio social. No podía pensar que fuera de otro modo, después de todo, la agenda noticiosa en Puerto Rico se reduce cada día a una nueva enumeración de cosas que no funcionan, sobre todo después de los desastres recientes.
Sin embargo, una amiga con amplia experiencia tanto en el gobierno como en el sector privado me retó a verlo de un modo distinto. Me dijo que quizás el caso de Puerto Rico iba más allá de eso y que estábamos ante un caso de estado fallido. Es decir, que el gobierno ha comenzado a erosionarse y a desintegrarse ante su imposibilidad de cumplir con sus funciones adecuadamente; situación que le lleva a perder legitimidad ante la ciudadanía. Sin cumplimiento y sin legitimidad no puede haber gobierno y esa realidad tan violenta beneficia a más de uno. No me extrañó su sugerencia. Llevamos años observando como hay buitres que se alimentan de nuestra ruina.
Tres sucesos recientes invitan a pensar en ello. La quema de la Casa Klumb, con la que se hizo cenizas un modo particular de imaginarnos el país, sus espacios y estructuras. En segundo lugar, las fallidas primarias que pusieron en entredicho la poca democracia (si es que así puede llamarse bajo un contexto colonial) que se ejerce en Puerto Rico. Y, por último, el estruendoso derrumbamiento del radiotelescopio de Arecibo; ese lugar desde donde mirábamos no solo al mundo, sino al universo mismo sin filtros, de tú a tú, desde aquí. Porque más allá del valor científico, del abandono al que fue sometido y de los logros para la astronomía mundial que allí se obtuvieron, ese lugar tenía un valor simbólico incalculable. Nos expandía la mirada su mera existencia. Éramos nosotros el filtro, desde allí podíamos mirar a cualquier lugar del universo y su caída es un golpe que amenaza con empequeñecernos el mundo que somos capaces de imaginar desde aquí. Es una afrenta a la mirada.
En las primeras dos décadas del siglo XXI Puerto Rico entró en una profunda recesión que le llevó a la quiebra, con las consecuencias sociales que ello conlleva, y sobrevivió con creces desastres naturales de gran proporción. La casa que éramos comenzó a derrumbarse, cuestionadas sus instituciones, golpeadas sus estructuras físicas. Pero quedaba zapata. En el Verano del 19 confirmamos precisamente eso, que había país. Entonces vino el 2020 y sus golpes incesantes, una pandemia y una larga lista de calamidades que han dado la estocada final. Hay una grieta en la zapata, pero hay zapata.
En este 2021 nos toca no solo reconstruir la casa, sino detenernos, de veras detenernos a reflexionar acerca de los cimientos de lo que somos. Tenemos en nuestras manos la posibilidad de repensar nuestro país, nuestro lugar en el mundo. ¿Se lo vamos a entregar a la desidia o vamos a crear belleza con nuestra propia ruina?
Yo viajo por la isla y miro esas casas y me las imagino renovadas, con su identidad y zapata intactas, habitadas, llenas de presentes y rebosantes de futuros. Esa es la oportunidad que tenemos en las manos. Seamos más fuertes que todas nuestras grietas o mejor, como las llama la poeta Gabriela María Camacho, sanemos de una vez nuestras fracturas del concreto.