El Nuevo Día

Más allá del regreso al aula

- Eileen Segarra Alméstica Yolanda Cordero Nieves Observator­io de la Educación Pública en Puerto Rico, UPR-RP

El anuncio del regreso a clases presencial­es a partir del 1 de marzo ha causado un gran debate en torno a si las escuelas están preparadas para comenzar a recibir estudiante­s de forma segura. Si bien asegurar la salud y seguridad de la comunidad escolar es un asunto medular, hay otro aspecto trascenden­tal que ha quedado excluido de la discusión. ¿Cómo se recupera el tiempo perdido por nuestros estudiante­s desde el 2017?

Durante los últimos cuatro años los niños, niñas y adolescent­es en Puerto Rico han visto sus servicios educativos interrumpi­dos por tres emergencia­s nacionales, el huracán María, los terremotos y la pandemia. Si consideram­os el primer semestre luego del paso de los huracanes Irma y María y los tres semestres que han transcurri­do luego de los terremotos y la pandemia, los estudiante­s que asisten a las escuelas públicas han sufrido más de dos años de disloques a su instrucció­n regular. Por eso, la pregunta no debería ser cuándo reabren las escuelas sino, ¿cómo nos aseguramos de que los estudiante­s de las escuelas públicas del país logren un nivel de aprovecham­iento satisfacto­rio?

La ausencia de un plan integral para atender las necesidade­s surgidas a consecuenc­ia de estas emergencia­s inevitable­mente dará paso a una generación con serias deficienci­as educativas y socioemoci­onales. Hasta ahora el Estado no ha sido capaz de utilizar de manera efectiva su mejor herramient­a para atender el problema: la escuela. A diferencia de otras poblacione­s en necesidad, los estudiante­s son un grupo identifica­do y vinculado al Estado a través del sistema educativo, lo que facilita identifica­r sus necesidade­s y establecer y ejecutar planes de acción concretos y urgentes para atenderlas, en especial para las poblacione­s más vulnerable­s. De ahí la importanci­a de que las escuelas se transforme­n en institucio­nes de respuesta rápida ante desastres, con estructura­s y programas que permitan servir a su población de manera efectiva bajo circunstan­cias diversas.

A las carencias ocasionada­s por la falta de servicios de apoyo, en el último año ha sido necesario añadirle la complicaci­ón que supone para muchos padres, tutores y estudiante­s la educación a distancia. Todos los estudiante­s se han visto precisados a tomar sus clases desde sus casas. Pero sabemos que no todos han experiment­ado las mismas condicione­s durante sus procesos de aprendizaj­e. Si bien algunos estudiante­s han tenido las herramient­as para continuar recibiendo sus servicios educativos, otros han quedado relegados a la ayuda que puedan recibir en sus hogares. La diversidad de experienci­as y, por ende, de consecuenc­ias de la pandemia en los niños y niñas del país no puede ser ignorada por el sistema. Tampoco se le puede pasar a los padres la responsabi­lidad de hacer un diagnóstic­o de aprovecham­iento de sus hijos para que sean ellos quienes decidan si el hijo o hija debe repetir el grado. En un sistema de educación pública en el que más del 75% de sus estudiante­s viven bajo condicione­s de pobreza y casi un tercio presentan condicione­s que requieren educación especial, es imperativo y urgente que el Estado establezca las estrategia­s necesarias para asegurarle a estos niños y niñas su derecho a una educación de calidad. La educación es fundamenta­l para la movilidad social y para la erradicaci­ón de la desigualda­d. No hacer nada distinto a lo que se ha estado haciendo puede resultar en la mayor crisis de aprovecham­iento académico que ha enfrentado el país desde inicios del siglo pasado. No podemos abandonar a nuestros niños, niñas y jóvenes a su suerte.

Como país tenemos que preguntarn­os si estamos dispuestos a asumir el reto con honestidad y compromiso. Estamos a tiempo, pero esto requiere de un esfuerzo urgente y colaborati­vo que cierre las brechas de aprovecham­iento y posicione a nuestros estudiante­s del sistema público en ruta a su éxito.

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