El Nuevo Día

Los rostros de la lucha y la entrega

Aunque ha sido cuesta arriba y -en ocasionesb­ajo condicione­s precarias, mujeres han tenido que seguir adelante en medio de la pandemia para atender sus necesidade­s y las de los suyos

- LEYSA CARO GONZÁLEZ leysa.caro@gfrmedia.com Twitter: @Leysa0320

Cuando el gobierno decretó el primer cierre de operacione­s en marzo del año pasado, Giselle Cabán tenía un trabajo estable como educadora en un centro de salud. Pero, tras seis años de labores, tuvo que renunciar luego que se le negara una petición de acomodo razonable para trabajar desde su hogar.

“No querían darme tiempo parcial o darme parte del trabajo remoto, que sí se podía hacer... Tuve que agotar mis días, después tuve que tomar una licencia sin sueldo que me la permitiero­n solo por un mes”, narró Cabán, de 29 años y madre de una niña de dos años.

Cuando le tocaba regresar al trabajo de forma presencial tras agotar la licencia sin sueldo, dijo, comenzaron a aumentar los contagios por el COVID-19, cerraron los centros de cuido y se vio obligada a renunciar.

A la pérdida de empleo, se sumó la ansiedad de los cuidados que requiere la pequeña de dos años y el temor a un posible contagio, ya que su esposo es enfermero y trabaja en una institució­n médica.

“Él (su esposo) entra a las 7:00 a.m. y sale a las 7:00 p.m., así que prácticame­nte yo la tengo sola”, dijo.

Poco a poco, la ansiedad fue escalando al punto que comenzó a sufrir de ataques de pánico y palpitacio­nes fuertes. “Ahí, comencé a coger miedo a salir, a guiar... Me llené tanto de temor que me encerré prácticame­nte en casa”, dijo Cabán, quien está recibiendo ayuda profesiona­l.

En octubre, empezó a trabajar de manera remota en un empleo temporero, en el cual -hasta ahora- ha podido cumplir con sus responsabi­lidades. Hace unos días, sin embargo, le pidieron que comenzara a laborar de forma presencial.

Cabán, sin embargo, aún no está lista emocionalm­ente ni tiene opciones de cuido para su hija.

“No me siento preparada para guiar”, compartió.

PERSISTE LA LUCHA

La jornada laboral de María Meléndez -quien solicitó no ser identifica­da por su nombre real- comienza a las 6:00 a.m. en la cocina de una panadería, donde trabaja turnos de cuatro horas, cinco días a la semana. Una vez concluido el turno, no hay descanso. Es entonces cuando Meléndez empieza a vender unos vasos insulados para generar ingresos adicionale­s y empatar la pelea.

“Todavía es algo desesperan­te, pero yo ando en la calle siempre vendiendo algo. Ahora mismo, estoy en la calle y acabo de entregar cuatro vasos”, relató sobre lo que ha sido este año.

Los primeros meses de la pandemia fueron igual de retantes. Meléndez perdió su trabajo, lo que le impidió enviar la ayuda económica que semanalmen­te envía a su mamá en la República Dominicana para la compra de medicament­os.

“Me siento bien cuando le envío sus cosas. Ella recibe un poco de aliento, y el dolor es menos cuando le dan los medicament­os”, señaló.

La mujer, de 43 años y quien reside sola en la isla, no tuvo acceso a las ayudas gubernamen­tales por no contar con un estatus migratorio definido. El pasado año, dijo, lo logró sobrevivir gracias al trabajo duro y las manos solidarias de, por ejemplo, su arrendador­a, que le bajó la renta, y el Centro para la Mujer Dominicana, que en varias ocasiones le entregó alimentos.

De lo contrario, dijo, habría quedado en la calle y hubiera perdido el vehículo, esencial para seguir en la batalla.

APUESTA AL AUTOEMPLEO

Hace cuatro años, Yesenia Pagán, de 33 años, vio en el autoempleo la oportunida­d de dedicarle más tiempo a su hija Aleera, hoy de 11 años.

“No tengo ese pariente cercano el cual pueda cuidarla y se me hacía un poco difícil el tener que salir a buscar un empleo y mantenerme empleada”, dijo.

Estos pasados años, Pagán se ha dedicado a la venta de dulces, mantecados y refrescos y, más recienteme­nte, ha integrado tejidos y manualidad­es en resina. “Es difícil, verdaderam­ente es difícil, pero si uno se lo propone, uno puede de alguna manera u otra salir hacia adelante”, señaló.

Pagán vende las golosinas a partir de las 3:00 p.m. -una vez concluidas las clases virtuales- desde el balcón de su hogar en el residencia­l Villa Andalucía, de San Juan.

A mediados de la pandemia, contó, comenzó a ver una baja en el número de clientes y confrontó problemas para conseguir algunos de los dulces favoritos de los niños. “Lo que hago es buscar algún otro dulcesito o algún otro mantecadit­o que les llame la atención”, dijo.

A pesar de los sacrificio­s, los ingresos que logra por la venta de las golosinas y las manualidad­es le permiten satisfacer las necesidade­s materiales de su hija. “Hay meses buenos, hay meses malos, pero, de igual forma, se puede sacar uno el dinero para poder uno mantenerse”, señaló.

En su caso, dijo, la educación a distancia le ha permitido integrarse más en el aprendizaj­e de su hija. Igualmente, representa un alivio, ya que -ante la falta de un vehículo y transporte público- diariament­e tenían que caminar media hora para llegar a la escuela.

“Si no fuera por este ingreso extra, no habrían cosas materiales en casa, porque obviamente lo que da el PAN (Programa de Asistencia Nutriciona­l) es para comida, pero ella necesita ropa y calzados, y de alguna forma hay que sacarlo, y gracias al autoempleo eso ha sido posible”, señaló.

Las manualidad­es las mercadea a través de la página “Crafty Hands By: Isey” en Facebook.

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vanessa.serra@gfrmedia.com Yesenia Pagán, residente en San Juan, ha recurrido a la venta de dulces y de manualidad­es para poder tener ingresos suficiente­s para ella y su hija, Aleera.

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