Cómo se siente ser una mujer trans
Ser una mujer trans en Puerto Rico es una de las experiencias que en los últimos años más me ha fortalecido y preparado para trabajar hacia un mejor futuro en esta isla. Es, igualmente, una experiencia que me trae mucho miedo todos los días. Vivo sin saber qué me pudiese pasar a mi o cualquiera de mis amistades de la comunidad que viven abiertamente transgrediendo roles de género.
En el último año, desde el asesinato de Neulisa Alexa (que todavía no se ha esclarecido), han ocurrido siete transhomicidios en esta isla. Hemos perdido cinco mujeres trans y 2 hombres trans. Solo tres de estos asesinatos han logrado resolverse.
Sin embargo, estos asesinatos no reflejan todo el temor y dolor que muchas personas trans pasamos a diario. Nuestras vidas están llenas de momentos inesperados en los que tratamos de evadir la violencia que nos llega por cómo nos presentamos al mundo. Nos dicen que no nos vemos como un hombre o mujer debe verse, o que nuestras identidades no son válidas si no hemos hecho “los cambios necesarios” todavía, en referencia a cirugías de afirmación de género o cambios legales.
Todavía en muchos espacios laborales, y especialmente familiares, se nos rechaza por exigir respeto. Nuestros hogares e ingresos entran inmediatamente en riesgo cuando afirmamos quienes somos.
Me siento privilegiada de poder ser una mujer trans que ha terminado su educación universitaria y sus cambios legales pertinentes. Que ha tenido apoyo familiar durante su transición y que ha podido conseguir trabajo en su tierra en un ambiente acogedor con un sueldo digno.
No obstante, reconozco que esta no es la realidad de la mayoría de personas trans en esta isla. Reconozco la necesidad de luchar para que todas las personas trans tengamos los derechos que muchas otras personas dan por sentado. Todo esto es consecuencia de que, desde antes de afirmar quién soy, la sociedad y la cultura que me rodea me negaba poder explorar esta realidad desde una edad más temprana.
Sufrí discriminación en ambientes escolares, familiares y laborales por expresarme de una forma que no se alineaba con mi género asignado al nacer, por tener gustos poco convencionales. Por muchos años el mundo en el que yo vivía luchó sin cesar para mantenerme adentro del rol establecido para mí al nacer. Una vez entendí quién era y quien quería seguir siendo en el futuro, sabía que no había vuelta atrás.
Negar mi identidad no era una opción ya, no importaba todo lo que pondría en riesgo al aceptarlo. Negar quién soy y lo que siempre sentí hubiese hecho de mi vida mentira, una farsa. Ante todo, hoy en día siento una gran felicidad en ser una mujer trans. Feliz de saber que no soy la única buscando equidad. Contentísima que tengo personas a mi alrededor que apoyan mis esfuerzos. Agradecida de todas las mujeres que estuvieron antes de mí y que abrieron el paso para mí y muchas más. Mujeres como Sylvia Rivera, Sophia Isabel Marrero, Soraya Santiago y Christina Hayworth, por mencionar algunas.
Por las que estamos y que continúan rompiendo barreras como Karina Torres, Ivanna Fred, Joanna Cifredo, Daniela Victoria, Teresa Karolina y María José. Pero especialmente, estoy agradecida de las que vendrán, las que todavía no se sienten seguras en compartir su verdad con el mundo. Estoy segura y esperanzada en que les espera un futuro donde no tengamos que seguir luchando por nuestros derechos.
Nuestras vidas están llenas de momentos inesperados en los que tratamos de evadir la violencia que nos llega por cómo nos presentamos al mundo”