El algaretismo administrativo boricua
Yla Guerra Fría nos obligó a estar en uno de dos bandos, el del comunismo o el del capitalismo, y así se dividió el mundo. Y fueron apareciendo nuevos “ismos” dentro de los “ismos” grandes. Se hablaba del marxismo-leninismo, del maoísmo, del capitalismo salvaje versus el capitalismo compasivo, del cooperativismo y, luego, del neoliberalismo. En Puerto Rico, los tres “ismos” principales, el estadolibrismo, el estadoísmo y el independentismo siguen colocándonos en tres tristes tribus ideológicas que se cancelan entre sí.
Pero poco a poco fue apareciendo un “ismo” al que se abrazaron las distintas administraciones públicas independientemente de sus “ismos” originales: el algaretismo. Se trataba de una nueva filosofía administrativa enraizada en la espontaneidad caribeña y llevada a su máxima expresión en la colonia boricua. De la práctica individual, ese improvisar continuo como forma de enfrentar la sobrevivencia sin un antes y un después como base reflexiva, se institucionalizó el dejar para mañana lo que había que hacer hoy y se adoptó como un mantra la consigna de que “el que venga atrás que arríe”.
Así, en los noventa, sustituimos un plan de salud que funcionaba por uno que ha creado un caos; se hicieron obras faraónicas sin financiamiento permanente; se solicitó por razones ideológicas la terminación el programa de incentivos contributivos a las empresas 936, y la deuda pública, que ya era la hija predilecta del algaretismo incipiente, se disparó a niveles insostenibles por las próximas dos décadas. La improvisación, que es la gasolina que mueve el algaretismo institucional, se convirtió en la orden del día y, sin hacer una simple auditoría de la deuda, nos lanzamos a tratar de pagar lo que sabemos que no se puede pagar con la esperanza de que el tostón le toque al próximo gobernante, a la próxima generación o, tal vez, a la nueva cepa de blancos ricos que se van acentando por los predios del pueblo donde las arenas de playa, a ciertas horas de la tarde, se tornan color oro.
La entronización del algaretismo gubernamental no necesita de un estudio minucioso. Basta con tomar los periódicos de una semana cualquiera y la evidencia saltará a la vista. Tomemos la semana pasada. Esa semana nos enteramos de que el gobierno no sabe el número exacto de empleados públicos que están trabajando de forma presencial, cuántos de forma virtual y, dentro de ese grupo, cuántos virtualmente no dan un tajo ni en defensa propia pero devengan un sueldo que llega puntualmente sin algaretismo alguno.
La educación, la base sobre la cual nuestro país, o cualquier país del mundo debiera planificar su futuro, practica el algaretismo administrativo al pie de la letra. La decisión del regreso a clases se dio sin un análisis de cuántas escuelas estaban aptas para el regreso. El precioso tiempo que nos dio la pandemia para arreglar escuelas se perdió por ninguna otra razón que no fuera el bendito algaretismo funcional. No dudo que la secretaria de Educación logre finalmente el apoyo de senadores populares para ser confirmada puesto que ha demostrado ser una practicante fiel del algaretismo que nos une.
Y si seguimos leyendo el periódico: el aeropuerto al garete vomitando turistas algaretosos que convierten las calles del Condado y de San Juan en tierra de nadie; las estadísticas del COVID-19 al garete, la distribución de las vacunas, al garete, la contratación de asesores, familiares y amigos del alma, al garete, así como las decisiones de la Junta de Control Fiscal relacionadas con la promesa de campaña de un retiro digno, y, obviamente, al garete los estadistas, por un lado con el proyecto de incorporarnos de inmediato como Estado de la Unión, y por otro los estadolibristas tratando de detener esos intentos. Mientras, la gente sigue al garete en el chinchorreo, en las fiestas clandestinas y hasta en las filas para vacunarse.
Haga su propia lista del algaretismo boricua. Yo no sigo porque tengo que atender asuntos de mi vida que están al garete, como buen puertorriqueño que soy.