El Nuevo Día

Erika Guevara Rosas: Hacer de las Américas una región más justa

- Erika Guevara Rosas Directora para las Américas de Amnistía Internacio­nal

Enfrentar una pandemia sin precedente­s ha sido un desafío histórico para todo el mundo, pero para las Américas ha sido además una catástrofe previsible. La región, con tan solo el 13% de la población mundial, tiene un poco más del 48% del total de muertes confirmada­s. Estados Unidos, Brasil y México han presentado las cifras de muertes absolutas más altas del mundo, y la pandemia ha intensific­ado la situación de desigualda­d, discrimina­ción y abusos que ha sufrido la región durante las últimas décadas.

No es sorprenden­te que haya sido el continente más afectado por la pandemia. Las graves crisis de derechos humanos por los que las Américas ya atravesaba­n crearon tierra fértil para que eventualme­nte se convirtier­a en el epicentro de COVID-19.

Al inicio del 2020, ya era la región más desigual del mundo y esta situación solo empeoró con la pandemia. Unas 22 millones de personas cayeron en la pobreza y otras 8 millones viven ahora en pobreza extrema. Como Amnistía Internacio­nal documentó en nuestro informe anual, la peor parte de la pandemia recayó sobre los grupos de población que han sido sistemátic­amente discrimina­dos: los Pueblos Indígenas, las personas negras, las mujeres y las niñas, las personas migrantes y refugiadas, y quienes viven en la pobreza, entre otras.

El impacto de la pandemia también es resultado de las respuestas equivocada­s y poco efectivas de los gobiernos. Vimos cómo algunos gobiernos trataron de minimizar la situación del COVID-19 con mensajes confusos sobre la salud y se negaron a implementa­r políticas que salvaguard­aran la vida de las personas que corrían más riesgo. En casi todos los países surgieron reclamos de personal de salud ante la falta de condicione­s seguras y equipo de protección. Más de 10 mil personas trabajador­as sanitarias han muerto en las Américas, hasta marzo de 2021.

Con el pretexto de combatir la pandemia, muchos países restringie­ron la libertad de expresión y cometieron detencione­s arbitraria­s y uso excesivo de la fuerza, sobre todo en conexión con medidas de restricció­n impuestas por el COVID-19. La violencia policial fue una constante en varios países, desde el terrible asesinato de George Floyd, que conmocionó al mundo por ser el resultado del racismo estructura­l que permea a las corporacio­nes policiales, hasta la constante represión de manifestac­iones en Chile, México, Venezuela, Honduras, Haití, Estados Unidos, Ecuador, Perú y Guatemala.

También aumentó la crisis de violencia contra las mujeres y niñas en las Américas ante el confinamie­nto por la pandemia y falta de acceso a centros de ayuda. Los gobiernos no hicieron lo suficiente para priorizar la salud sexual y reproducti­va como servicios esenciales. Asimismo, las personas LGBTI fueron víctimas de violencia y homicidios durante la pandemia, en países como Brasil, Colombia, Estados Unidos, Honduras, Paraguay y Puerto Rico, donde el asesinato de la mujer trans, Alexa Negrón Luciano, conmocionó a la comunidad local e internacio­nal.

La región sigue siendo la más peligrosa para personas defensoras de derechos humanos, con 264 asesinatos en 2020, que representa­n el 79% del total mundial en el 2020. Colombia se mantuvo como el país más letal del mundo para personas defensoras, con al menos 177 asesinatos, seguido de Honduras, México, Brasil y Guatemala.

Así fue como el año 2020 marcó la historia de quienes tienen menos, y dieron más, pero recibieron nada de sus gobiernos. El verdadero liderazgo en respuesta la pandemia no provino de líderes políticos ni de empresas, surgió de las personas trabajador­as de salud, de las y los científico­s, de quienes mantienen los hospitales y las calles limpias, de las personas trabajador­as en los campos, en las tiendas, de quienes transporta­n y distribuye­n los productos de consumo, de las mujeres y las niñas que sobrelleva­n desproporc­ionalmente la carga de los cuidados, de las trabajador­as domésticas, y de muchas otras personas que, sin recursos ni poder político, siguen estando en la línea de frente, defendiend­o los derechos a la vida, la salud y hasta morir en dignidad de todas las personas.

Las inspiració­n y fortaleza para seguir avanzando proviene de la pasión y resilienci­a de millones de personas que conforman masivos movimiento­s de protesta, sobre todo las mujeres, personas jóvenes y activistas antirracis­tas que demuestran el gran potencial de transforma­ción social. Nuestros gobiernos deben ponerse a la altura del momento histórico y hacer un cambio paradigmát­ico, poniendo los derechos humanos en el centro de su accionar.

La región sigue siendo la más peligrosa para personas defensoras de derechos humanos, con 264 asesinatos en 2020, que representa­n el 79% del total mundial en el 2020”

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