El Partido Gris
Los que deseábamos el fin del bipartidismo, como quien se aferra a la inmunidad de rebaño para acabar con el COVID-19, nunca imaginamos que fueran los propios objetos de nuestros apocalípticos deseos los que escogieran su propia desaparición. Aquellas dos tribus, la azul y la roja, que por cincuenta y dos años se turnaron el poder y contribuyeron, por incompetencia o inconciencia, a la quiebra del país, se han convertido de buenas a primeras en un solo partido: el Partido Gris.
El color gris es casi un sello de identidad. Va desde el que dice ¡sea mi vida gris! como una maldición ante una existencia anodina, hasta el que reclama ser el balance entre los extremos y nos sermonea con autoridad de que no todo es blanco y negro. En Psicología, el gris describe a quienes transitan por su día a día sin grandes alegrías ni tristezas. Sin embargo, en política, el gris les permite a ciertos líderes hacer de la indecisión su ideología. No se mojan, aunque a su alrededor esté cayendo el más intenso de los aguaceros. En un país donde la metrópolis ha deslegitimado la colonia y ha mostrado su inequívoca aversión a anexarnos como estado, el bipartidismo, defensor de esas opciones, se ha tornado gris.
En las pasadas elecciones, el bipartidismo que hace dos décadas dominaba el 96% de las simpatías del elector, sufrió un descalabro sin precedentes y sus candidatos a la gobernación apenas sumaron un 64% de los votos, una pérdida de un 32% de apoyo. Esto ocurrió en un escenario donde apenas fue a las urnas la mitad de las personas aptas para votar desanimadas por los grisáceos contornos de las dos tribus tradicionales. Pedro Pierluisi y Charlie Delgado, sus grises caciques, decidieron no comprometerse con nada que pudiera sonar controversial, y así, sin saberlo, se mezclaron como un trago de barra, o más poéticamente dicho, como agua de río en desembocadura al mar.
En este momento histórico tenemos un Partido Gris que domina el ejecutivo y el legislativo, y es prácticamente imposible determinar quién es quién en sus discursos y actuaciones. Más diferencias veo entre María de Lourdes Santiago y Juan Dalmau, del Partido Independentista, que entre representantes y senadores ex azules y rojos. Dos senadoras del distrito de Mayagüez defendían la semana pasada en un programa de televisión al cuestionado alcalde José Guillermo Rodríguez sin sonrojarse, como en antaño lo hacían los senadores de San Juan al defender a Jorge Santini.
La grisácea actitud de tolerancia ante la corrupción o incapacidad es tal que el presidente de la Cámara de Representantes, Tatito Hernández quiso distinguir entre los asistentes al mensaje del gobernador “al presidente de la Cámara y mi amigo personal Jaime Perelló”, quien llegó a un acuerdo para pagar una abultada multa además de declararse culpable de negligencia en el cumplimiento de su deber y violaciones al Código Electoral, a cambio de no ser acusado criminalmente por actuaciones más graves.
En ese escenario gris hay legisladores populares que todavía se cuestionan si deben o no apoyar a la secretaria del Departamento de Educación, Elba Aponte. Ante la desvergüenza que representa el contrato de la compañía Luma, a la que se le entrega la Autoridad de Energía Eléctrica, los grises rojos y azules van desde una tímida sugerencia a posponer el contrato, hasta hacerle unas pequeñas enmiendas que no molesten mucho a la señora Natalie Jaresko de la Junta de Control Fiscal. Así nos llevan a un país gris, donde lo único que brilla es el oro de las mansiones y botes de lujo de los ricos que se van apoderando de la isla.
De la misma forma que los peces no tienen consciencia del agua, porque están en ella, los grises no se han enterado de que pertenecen al mismo partido y a veces tienen arranques típicos de las tribus a las que pertenecieron y escenifican patéticas escaramuzas. Así seguirán hasta que les suceda como a los pobres peces a los que un buen día se les secó el río.