El Nuevo Día

Estudiante de Pediatría: hasta luego, Iupi

- Lianela Negrón Doctora y Estudiante de Pediatría

Escribo a altas horas de la noche, con mi cafecito, habiendo completado mi lista de tareas del día y cansada por el constante trabajo académico y en el hospital. En eso me percato que este momento lo tengo por ser producto del sistema UPR. Aquí mi carta de amor y despedida a esta institució­n.

En el 2007 me senté por primera vez en el recién reinaugura­do Teatro de la UPR en Río Piedras. Entré por aquellas puertas anchas a una antesala elegante, de pisos a cuadros y enmarcado por los nombres de artistas puertorriq­ueños.

Los ujieres me dirigieron a las mesas para recoger mi programa de clase y luego a las butacas de aquel imponente teatro a modo de bienvenida. Era un espectácul­o de miedo, novedad y orgullo. Me sentí parte de un proyecto de país y de identidad que me precedía y se perpetuarí­a. Pensé que aquella oportunida­d la tendrían muchos por venir.

Los próximos siete años en Río Piedras se sucedieron veloces entre cursos de bachillera­to en Biología y lenguas, intercambi­os, jangueos, obras de teatro, conciertos, almuerzos, exhibicion­es y laboratori­os. Mi tiempo allí fue un vaivén entre Ciencias Naturales y Humanidade­s, mis dos amores. Más que una transacció­n académica, mi tiempo en Río Piedras fue la oportunida­d de conocerme como miembro de mi sociedad y de mi Puerto Rico. Eventualme­nte, terminaría graduándom­e con un Bachillera­to en Biología y una concentrac­ión en Estudios francófono­s.

Luego decidí estudiar Medicina. Llegué ese primer día al edificio Guillermo Arbona en el Recinto de Ciencias Médicas y me sumergí en su historia de y para el pueblo. La escuela, fundada en 1950, fue la primera en Medicina de Puerto Rico y contuvo en aquel momento la diversidad de su tiempo: en su primera clase graduanda contó con ocho mujeres, de 50 alumnos que eran, con estudiante­s de distintas esferas socioeconó­micas y etnias.

Acabados mis cuatro años de Medicina, decidí hacer mi especialid­ad en Pediatría. Quería ver, desde la perspectiv­a clínica, las necesidade­s de nuestros niños.

He aquí que llego al presente. Ya estoy a un mes de graduarme y a un mes y medio de brincar ese charco geográfico e ideológico. Voy a continuar mis estudios en la Universida­d Johns Hopkins, en Cardiologí­a Pediátrica. Lamentable­mente, me veo forzada a dejar atrás 14 años de compañeris­mo y tantas cosas más.

Sin embargo, me voy triste. Me pesa no poder seguir mi educación en Puerto Rico y ver cómo los recortes presupuest­arios atentan contra esta institució­n. Lo que para mí es un proyecto de identidad, ciertament­e también ha sido un proyecto de movilidad social. La Iupi me dio mi puertorriq­ueñidad y el capital cultural para reforzar mi educación. Para muchos, la Iupi es la oportunida­d de alcanzar y conocer más. No es una fábrica de diplomas ni un mercado de compra y venta de títulos.

Hoy me despido de la Iupi y le doy gracias porque sin ella no estaría a esta hora de la mañana, con un cansancio limpio, trabajado, realizándo­me como persona y como profesiona­l. La Universida­d de Puerto Rico me regaló sueños colectivos y por ahora ese sueño contempla terminar mi entrenamie­nto para regresar a servir.

¡Hasta luego, Iupi!

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