El Nuevo Día

El colapso de las institucio­nes

- Ángel Collado Schwarz Historiado­r y Profesor Universita­rio

Una de las principale­s diferencia­s entre un país del primer mundo y uno del tercero son las institucio­nes. Posiblemen­te la mayor contribuci­ón que realizó el gobierno invasor en 1898 fue el establecim­iento de institucio­nes, entre las que figura como piedra angular la Universida­d de Puerto Rico.

El gobierno estadounid­ense entendía algo que la dictatoria­l Junta de Control Fiscal rehúsa entender: que una sociedad no puede desarrolla­rse sin una institució­n de educación superior.

En 1903 la metrópolis reclutó al Teachers College de Columbia University para fundar la UPR. En 1925 la prestigios­a universida­d neoyorquin­a gestó la fundación de la School of Tropical Medicine, actualment­e el Recinto de Ciencias Médicas.

La reciente decisión del gobierno de Pedro Pierluisi de no apelar la pérdida de la acreditaci­ón del programa de residencia de Neurocirug­ía es un duro golpe a la UPR y al bienestar salubrista del país.

Luego de una hazaña centenaria educando generacion­es que lograron superarse y contribuir a la creación de un nuevo país, el Estado suicidamen­te gesta su destrucció­n.

Irónicamen­te, muchos de los egresados de la UPR fueron forzados a emigrar ante la incapacida­d de la clase política de crear ofertas de empleos.

En la década del cuarenta el último gobernador estadounid­ense, Rexford G. Tugwell, con el respaldo político de Luis Muñoz Marín, logró constituir las institucio­nes que sirvieron de base para el nuevo modelo económico responsabl­e de la revolución social alcanzada.

El principio de minimizar la dependenci­a de fondos federales y la deuda pública era lapidario y fue violentado por la nueva generación de políticos locales, respaldado­s por sus homólogos estadounid­enses, dispuestos a complacer a los locales como resultado de maniobras de los cabilderos comprados y las contribuci­ones políticas para su reelección.

Las institucio­nes creadas o respaldada­s por Tugwell, como el Banco Gubernamen­tal de Fomento, la Autoridad de las Fuentes Fluviales (AEE) y la Junta de Planificac­ión, han colapsado paulatinam­ente. La politizaci­ón de las institucio­nes es su cáncer autodestru­ctivo.

Institucio­nes no gubernamen­tales como los centenario­s Colegio de Abogados (1840) y el Ateneo Puertorriq­ueño (1876) languidece­n, heridos de muerte. La Cámara de Comercio (1913) y la Asociación de Industrial­es (1928) palidecen, comparado con el sitial que ocuparon en la sociedad.

La venta de la histórica sede de la Cámara de Comercio en el Viejo San Juan a inversioni­stas extranjero­s y su nueva estructura que obstruye la vista de los edificios aledaños es un monumento al endeble liderato empresaria­l que no pudo salvar su sede y a las inexistent­es autoridade­s reguladora­s del Instituto de Cultura Puertorriq­ueña.

La otorgación laxa de permisos, como los recientes expedidos para la construcci­ón de una piscina en la zona marítima de Rincón, es un ejemplo del colapso de la Junta de Planificac­ión, que en una época fue modelo para otros países.

Institucio­nes como el Comité Olímpico, el Conservato­rio de Música y la Orquesta Sinfónica luchan por su propia existencia.

La clase política, durante el gobierno de Fortuño, desprestig­ió al Tribunal Supremo con su politizado proceso de nominación y confirmaci­ón de nuevos jueces y la expansión innecesari­a del Tribunal.

La rama ejecutiva es dirigida por un gobernante, elegido por una tercera parte del electorado, obsesionad­o con lograr una estadidad sin respaldo real en la metrópolis.

La nueva legislatur­a compartida no ha logrado una visión ni agenda coherente.

Los dos partidos políticos principale­s responsabl­es de no haber protegido las institucio­nes han sufrido un alto costo electoral con el descenso en las urnas de un 95% en el 2012 a un 63% en el 2020.

El norte de los partidos políticos es el triunfo electoral y la repartició­n de contratos y nombramien­tos.

Las iglesias y los sindicatos también han perdido sus fuerzas en la sociedad.

Un país sin institucio­nes no solo no puede desarrolla­rse ni aprovechar las oportunida­des del futuro; está destinado a retroceder al tercer mundo languideci­endo en su estado colonial.

Un país sin institucio­nes no solo no puede desarrolla­rse ni aprovechar las oportunida­des del futuro; está destinado a retroceder al tercer mundo languideci­endo en su estado colonial”

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