La difícil realidad de la Universidad de Puerto Rico
La salida del Dr. Jorge Haddock de la presidencia de la Universidad de Puerto Rico (UPR) genera preocupación sobre el futuro de la institución. A semanas del inicio de un nuevo año académico y luego de año y medio de complicaciones provocadas por la pandemia, la Universidad se encuentra sin gerencia y agenda inmediata.
El Dr. Haddock deja una universidad con problemas presupuestarios, programas académicos desacreditados, personal mal compensado y a riesgo de tornarse inconsecuente en el escenario socioeconómico puertorriqueño. Contrario a los pregones populistas, los problemas de la UPR no se resuelven con los clisés de que la universidad es el gran ecualizador social, que la educación no es un gasto sino una inversión, que la culpa de lo que sucede es de los partidos políticos principales y que la solución es entregarle la administración a los senados académicos y a los trabajadores de la Universidad. Esta retórica obvia que cualquier inversión requiere del desembolso inmediato de recursos.
Si como sociedad no contamos con los recursos para solventar la inversión, poco importan los rendimientos que en el futuro puedan generarse, pues no hay manera de aprovechar la oportunidad en la actualidad. La operación de una universidad de primer orden requiere un desembolso inmenso de dólares y centavos cuya obtención se dificulta con un gobierno en quiebra.
Esta realidad obliga a la Universidad a generar recursos propios mediante la facturación de sus ofrecimientos y la procuración activa de donativos. Así también será necesario desviar recursos de la Policía, educación, pensiones de empleados públicos y otros renglones importantes, para solventar la UPR. El problema es que, al momento de hacer recortes, no estamos dispuestos a afectar a ninguno de estos renglones. Aquí tampoco sirven las consignas que aducen que la solución yace en la erradicación de los contratos a los llamados “amigos del alma”. Si bien eso es necesario, el importe que se ahorraría por tal concepto es mínimo frente al monto gigantesco que hay que desembolsar para sostener una universidad de orden primario.
La UPR se fosilizó en la visión de la universidad latinoamericana de la década de los sesenta y setenta del siglo pasado. El mundo cambió, pero nuestra Universidad no. La educación ya no es el gran ecualizador social que una vez se pensó que era. Muchos de los grandes generadores de riquezas en la sociedad moderna son personas que no cuentan ni les interesa un título universitario. La formación universitaria, aunque valiosa, parece estar desvinculada del mercado y de las destrezas útiles para desenvolverse con éxito en la sociedad actual.
Hace medio siglo atrás, la UPR preparó el recurso humano que las industrias petrolera, farmacéutica y electrónica necesitaban para operar en Puerto Rico. Hoy día, la atracción de inversionistas fundamentada en los beneficios conferidos a las llamadas ley 20 y 22 aplica a un grupo de empresarios cuya riqueza depende de su agudeza personal para aprovechar las oportunidades del mercado y no de un título universitario. Estos inversores no necesitan del capital humano que tradicionalmente se gradúa de la universidad. Para complicar las cosas, hace años que la UPR dejó de ser el centro donde se forman las clases menos privilegiadas. Este sector estudiantil está ahora en el sistema universitario privado. Estos centros privados compiten e incluso superan a la UPR en disciplinas como comunicaciones, medicina, derecho y arquitectura. En resumen, la UPR se quedó atrás.
Si bien los dos partidos principales han afectado a la Universidad con sus movidas políticas, no es menos cierto que internamente la institución está igualmente politizada por los universitarios. Esto incluye a los sindicatos, los cuales, con frecuencia, procuran el adelanto de intereses ajenos al estudiantado. Así también está la dinámica del independentismo que, en su atomización característica, genera luchas intestinales que afectan y excluyen a universitarios de gran valía por caprichos personales y dogmáticos.
La situación universitaria es delicada y compleja. No existen soluciones simples y carentes de sacrificios institucionales y personales. Para atender su problemática se requiere la alteración de patrones acostumbrados, dentro y fuera de la Universidad. La tarea de reestructuración corresponde a todos, pues la UPR es demasiado importante para dejarla exclusivamente en manos de los universitarios.