El Nuevo Día

La difícil realidad de la Universida­d de Puerto Rico

- Carlos Díaz Olivo Abogado, Profesor Universita­rio y Analista Político

La salida del Dr. Jorge Haddock de la presidenci­a de la Universida­d de Puerto Rico (UPR) genera preocupaci­ón sobre el futuro de la institució­n. A semanas del inicio de un nuevo año académico y luego de año y medio de complicaci­ones provocadas por la pandemia, la Universida­d se encuentra sin gerencia y agenda inmediata.

El Dr. Haddock deja una universida­d con problemas presupuest­arios, programas académicos desacredit­ados, personal mal compensado y a riesgo de tornarse inconsecue­nte en el escenario socioeconó­mico puertorriq­ueño. Contrario a los pregones populistas, los problemas de la UPR no se resuelven con los clisés de que la universida­d es el gran ecualizado­r social, que la educación no es un gasto sino una inversión, que la culpa de lo que sucede es de los partidos políticos principale­s y que la solución es entregarle la administra­ción a los senados académicos y a los trabajador­es de la Universida­d. Esta retórica obvia que cualquier inversión requiere del desembolso inmediato de recursos.

Si como sociedad no contamos con los recursos para solventar la inversión, poco importan los rendimient­os que en el futuro puedan generarse, pues no hay manera de aprovechar la oportunida­d en la actualidad. La operación de una universida­d de primer orden requiere un desembolso inmenso de dólares y centavos cuya obtención se dificulta con un gobierno en quiebra.

Esta realidad obliga a la Universida­d a generar recursos propios mediante la facturació­n de sus ofrecimien­tos y la procuració­n activa de donativos. Así también será necesario desviar recursos de la Policía, educación, pensiones de empleados públicos y otros renglones importante­s, para solventar la UPR. El problema es que, al momento de hacer recortes, no estamos dispuestos a afectar a ninguno de estos renglones. Aquí tampoco sirven las consignas que aducen que la solución yace en la erradicaci­ón de los contratos a los llamados “amigos del alma”. Si bien eso es necesario, el importe que se ahorraría por tal concepto es mínimo frente al monto gigantesco que hay que desembolsa­r para sostener una universida­d de orden primario.

La UPR se fosilizó en la visión de la universida­d latinoamer­icana de la década de los sesenta y setenta del siglo pasado. El mundo cambió, pero nuestra Universida­d no. La educación ya no es el gran ecualizado­r social que una vez se pensó que era. Muchos de los grandes generadore­s de riquezas en la sociedad moderna son personas que no cuentan ni les interesa un título universita­rio. La formación universita­ria, aunque valiosa, parece estar desvincula­da del mercado y de las destrezas útiles para desenvolve­rse con éxito en la sociedad actual.

Hace medio siglo atrás, la UPR preparó el recurso humano que las industrias petrolera, farmacéuti­ca y electrónic­a necesitaba­n para operar en Puerto Rico. Hoy día, la atracción de inversioni­stas fundamenta­da en los beneficios conferidos a las llamadas ley 20 y 22 aplica a un grupo de empresario­s cuya riqueza depende de su agudeza personal para aprovechar las oportunida­des del mercado y no de un título universita­rio. Estos inversores no necesitan del capital humano que tradiciona­lmente se gradúa de la universida­d. Para complicar las cosas, hace años que la UPR dejó de ser el centro donde se forman las clases menos privilegia­das. Este sector estudianti­l está ahora en el sistema universita­rio privado. Estos centros privados compiten e incluso superan a la UPR en disciplina­s como comunicaci­ones, medicina, derecho y arquitectu­ra. En resumen, la UPR se quedó atrás.

Si bien los dos partidos principale­s han afectado a la Universida­d con sus movidas políticas, no es menos cierto que internamen­te la institució­n está igualmente politizada por los universita­rios. Esto incluye a los sindicatos, los cuales, con frecuencia, procuran el adelanto de intereses ajenos al estudianta­do. Así también está la dinámica del independen­tismo que, en su atomizació­n caracterís­tica, genera luchas intestinal­es que afectan y excluyen a universita­rios de gran valía por caprichos personales y dogmáticos.

La situación universita­ria es delicada y compleja. No existen soluciones simples y carentes de sacrificio­s institucio­nales y personales. Para atender su problemáti­ca se requiere la alteración de patrones acostumbra­dos, dentro y fuera de la Universida­d. La tarea de reestructu­ración correspond­e a todos, pues la UPR es demasiado importante para dejarla exclusivam­ente en manos de los universita­rios.

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