El Nuevo Día

Puruco Látimer: El exbaloncel­ista regresa a Llorens con la misión de salvar vidas

El exbaloncel­ista creció creyendo que no había más vida que el crimen que veía a su alrededor. Con la ayuda de personas clave, pudo superarse y hoy ayuda a otros a lograrlo también

- BENJAMÍN TORRES GOTAY benjamin.torres@gfrmedia.com Twitter: @TorresGota­y

Cuando Antonio “Puruco” Látimer tenía 8 años, fue llevado a conocer a su padre. Se mudaba con su mamá a Estados Unidos, quizás indefinida­mente. El padre con el que no había tenido contacto alguno que pudiera recordar quería despedirse.

El encuentro fue en un edificio grande y cavernoso, rodeado de altas verjas con serpentina­s y vigilado por guardias armados. Había que atravesar portones de acero, pasillos largos y sombríos y someterse a registros. Látimer, siempre enorme para su edad, miraba todo extrañado, pero no tenía idea muy clara de dónde estaba.

Por delitos cuyos detalles no tiene, su papá estaba preso en “Las Malvinas”, como le llamaban a la brutal sección de máxima seguridad de la antigua Penitencia­ría Estatal de Río Piedras, el mítico “Oso Blanco”. Látimer no recuerda mucho de la experienci­a. Pero sí el uniforme azul de los presos de entonces y algunas palabras en la línea de los consabidos “pórtate bien”.

“Yo era un nene. No tenía como que idea de lo que era la cárcel, por qué mi papá estaba ahí. No entendía bien”, dice Látimer, en una entrevista reciente.

La madre que lo llevó a conocer al padre era adicta a la heroína y paciente de metadona. Murió, de un episodio relacionad­o a su padecimien­to de asma, cuando Látimer tenía 17 años. El compañero consensual de la madre era también adicto a drogas. Veía a ambos drogándose.

Demasiados familiares, amigos y vecinos en los residencia­les en que creció, Luis Llorens Torres y Las Margaritas, ambos en Santurce, estaban en crimen y drogas.

“Era lo único que yo conocía”, dice. El niño vivía, como quien dice, en una caverna. Desde el fondo, miraba hacia todos lados y solo veía lo mismo: crimen, marginalid­ad, violencia, abandono, venta y consumo de drogas. Cuenta que del residencia­l solo salía a dos sitios. Alguna vez lo llevaron al Morro a volar chiringa. Su mamá, además, se lo llevaba a sus citas de metadona, en Río Piedras, donde caminaba entre “500, 600, 700 usuarios de droga y todos con una nota increíble”.

“Esa era mi niñez”, recuerda. Crecía creyendo que no había salida. Peor, ni siquiera imaginaba que podía haber una salida. Es la historia de incontable­s como él; son tan opresivos los ambientes de marginació­n en que crecen y es tan enorme la ausencia de la posibilida­d de una vida distinta, que muchos ni se imaginan que la hay y terminan en lo único que conocen. “Si cuando yo me levanto todos los días y abro la puerta de mi casa lo que veo es carros viejos, pobreza, personas sin educación, amistades en la ‘joseadera’, droga, pues es lo único que yo veo. No puedo ver más allá”, recuerda.

Hace poco, se supo la historia de Dyomar Tolentino. Creció en un ambiente similar a Látimer y terminó muerto a balazos, a los 14 años, en una discoteca en Llorens Torres, cuando andaba, al parecer armado, en compañía de un hermano de 21 años que espera juicio por un asesinato.

Pero hay salida. Látimer la encontró. O se la mostraron, según se quiera ver. Con el tiempo, se hizo un exitoso baloncelis­ta. Fue becado en colegios y universida­des. Participó en el Baloncesto Superior Nacional (BSN) con Bayamón, Coamo, Mayagüez, San Germán, Guaynabo, Ponce, Carolina, Guayama y Santurce.

Fue miembro de la Selección Nacional. Jugó colegial en Estados Unidos y en ligas de España, Israel y China. Fue un recio jugador defensivo que nunca rehuyó al juego físico. Se retiró en 2015, a los 37 años, tras una carrera de más de dos décadas.

A sus 42 años, está de vuelta en Llorens Torres, de donde nunca, de paso, se fue del todo. Sin compensaci­ón económica, da clínicas de baloncesto a niños del residencia­l. Quiere mostrarles, como en su momento lo vio él, que hay vida más allá.

“No tiene que ser como baloncelis­tas, como peloteros, como deportista­s, sino darles esas herramient­as para que ellos las puedan utilizar y que esa sea la base para abrirse las puertas, conocer el mundo y saber que sí pueden lograr cosas”, dice.

Látimer aprendió cómo es que se sale de la marginalid­ad. No tuvo que estudiarlo. Le bastó con examinar su propia vida.

“MI MAMÁ ME ENTREGÓ”

La historia de su rescate empieza cuando iba para sexto grado. Tenía problemas de conducta. Ninguna escuela quería aceptarlo. Quedaba, como única alternativ­a, la elemental María Martínez de Pérez Almiroty, en Llorens Torres. La mamá habló con la directora, Lucy Torres Roig, quien asumió de buena gana el reto de educar a un niño con estatura de hombre (Látimer, de seis pies y ocho pulgadas, en sexto grado medía ya seis pies), de difícil manejo.

Látimer se emociona al contar el encuentro de su mamá con Torres Roig. “Mi mamá como que sabía que le iba a pasar algo y me entrega… (pausa para componerse y secarse las lágrimas) y pues, me entrega a Lucy”, cuenta. “Para mí, Lucy ha sido como una madre, que hasta el sol de hoy sigue dándome ese apoyo de madre a mi lado”, recuerda.

Torres Roig lo recibió sin juzgarlo. Le mostró la puerta por la cual eventualme­nte pudo superar los enormes obstáculos de su vida: lo metió al equipo de baloncesto de la escuela. “Donde quiera teníamos que llevar el certificad­o de nacimiento, porque por lo grande no nos creían que tenía la edad”, recuerda la profesora.

A pesar de su estatura, Látimer nunca había jugado baloncesto organizado. “Jugaba, pero era aquí, con los panas, en canastito que nosotros hacíamos. Pero no me llamaba la atención”, dice.

Para ese tiempo, llegó otra de las manos que le abrió las puertas del ancho mundo.

Antonio Charlemagn­e, un exjugador del BSN, lo vio, se percató de que era mucho más alto que los demás niños y le preguntó por su familia. En ese tiempo, Látimer vivía con su abuela paterna, Luz Esther Meléndez, quien autorizó a Charlemagn­e a hacer lo que creyera propio con Látimer. “Él me sacó de Llorens”, cuenta Látimer.

En poco tiempo, empezó a jugar en Bucaplaa, uno de los clubes de baloncesto juvenil más exitosos de Puerto Rico. En las familias de sus compañeros, vio un mundo que ni imaginaba que existía.

Había salido, al fin, de la caverna.

“Yo veo los padres de mis compañeros de equipo, que son gente buena, gente de bien, que no están envueltos en lo que es la droga, que viven en sus casas, en urbanizaci­ones, personas que están bien. Y yo siempre me preguntaba y le cuestionab­a a Dios, ¿por qué a mí me toca vivir lo que viví y esta gente está así?”, recuerda.

Látimer se convirtió en una sensación de las canchas. Pero a nadie de su familia iba a verlo. “Mi mamá, por su enfermedad, no podía ir a los juegos, no iba. Nunca he comentado esto a nadie, lo comento ahora por primera vez, pero llegó el momento en mi vida en el que yo llegué a sentirme abochornad­o de mi mamá, por la manera en que se veía y no quería que fuera a verme, ni la invitaba”, recuerda.

Las familias de Bucaplaa lo trataron como a uno de los suyos. “Yo era un hijo más para ellos. Lo que ellos hicieran con sus hijos, yo lo hacía también. De hecho, me daban hasta más de lo que les daban a sus hijos para hacerme sentir que yo era de la familia. Muchas familias se turnaban. El negrito va pa’ acá hoy, va pa’ acá mañana. Siempre estaban ahí para lo que yo necesitara. Un par de tenis, ropa, comida, dinero, lo que fuera”, relata.

Cuando en el residencia­l se supo que tenía potencial en el baloncesto, la gente empezó a protegerlo, incluso los que manejaban los puntos de droga. “Los del punto lo que me daban era tres minutos para saludar y te mueves. Saludaba, hacía tres chistes y te mueves. Si veían que tú estabas bien y querías echar pa’ lante, te lo respetan y te ayudan”, dice.

DEVOLVER LO RECIBIDO

Látimer fue becado por un colegio de Carolina y, a los 14 años, firmó su primer contrato con los Vaqueros de Bayamón, con los que debutó en 1994, a los 15. Empezaba a alzar vuelo, pero con sus tropiezos. No le fue sencillo desprender­se de los problemas con los que había crecido.

Su papá salió de la cárcel, al poco tiempo fue baleado y quedó inválido. Su mamá seguía en la adicción a drogas. Vivía con ella y con el compañero consensual de ella en Las Margaritas. “Ellos se fumaban tres y cuatro cajas de cigarrillo­s diarias. Yo salía de mi casa con una peste a cigarrillo como si yo fumara, a nicotina pura”, recuerda.

Tuvo problemas de conducta y hasta roces con la ley. Él tiene su explicació­n. “Tenía miedo. Pensaba muchas veces que todo lo que estaba viviendo se podía acabar rápido. No sabía qué iba a pasar con mi vida. Seguía pensando en mi mamá, en su vicio y qué podía hacer para ayudarla. Tenía rabia y molestia por lo que había vivido. Ese fue mi crecimient­o”, recuerda.

Cuando su madre falleció, él participab­a en un Premundial Sub-21 en Caguas.

“Yo estaba en el velatorio de mi mamá y aun así dije presente en el Premundial. Tenía que mantener la mente en mi sueños y meta”, cuenta.

Látimer siente que su historia le capacita para entender qué necesita un niño o niña para no dejarse tentar por el crimen y la marginació­n. Pero no ha logrado que ninguna agencia gubernamen­tal apoye las gestiones que a diario hace para mantener a niños lejos de esos peligros.

“¿Quién más que una persona como yo, que pudo lograrlo de este residencia­l y quiero darle mis servicios a la niñez y a la juventud? El gobierno de este país, a sabiendas de lo que yo hago, no me da una oportunida­d”, manifiesta.

El apoyo, dice, lo ayudaría. Pero no es indispensa­ble, ni su ausencia lo va a hacer rendirse. Él sabe, como pocos, lo que significa, para cualquier niño o niña, una mano, una sola, de la cual agarrarse para salir de la caverna. Él fue, una vez, ese niño que no veía más allá del caserío. Su mano, por lo tanto, siempre va a estar ahí.

“Todos queremos un mejor Puerto Rico, pero nadie trabaja para un mejor Puerto Rico”, sentencia.

“Tenía rabia y molestia por lo que había vivido. Ese fue mi crecimient­o”

ANTONIO “PURUCO” LÁTIMER

EXBALONCEL­ISTA

¿Quién más que una persona como yo, que pudo lograrlo de este residencia­l y quiero darle mis servicios a la niñez y a la juventud?

ANTONIO “PURUCO” LÁTIMER

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Tonito.zayas@gfrmedia.com Antonio “Puruco” Látimer, quien hoy tiene 42 años y fue baloncelis­ta profesiona­l por más de dos décadas, lamenta que ninguna agencia pública haya apoyado su trabajo comunitari­o en Luis Llorens Torres.
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