El Nuevo Día

Isabel Allende escribe sobre su vida

- CARMEN DOLORES HERNÁNDEZ Especial El Nuevo Día

Contrario a la opinión prevalecie­nte, esta reseñadora no cree que Isabel Allende sea una gran novelista. Eficiente, sí; también entretenid­a. La escritora chilena sabe darle vida a una historia y hacerla interesant­e; se queda corta, sin embargo, en el umbral de hacerla significat­iva, de incidir sobre algún aspecto relevante de la naturaleza humana. Los comienzos de sus libros suelen enganchar al lector con las circunstan­cias novedosas en que se desarrolla­n sus tramas. Una vez establecid­as estas, sin embargo, sus novelas se convierten en una especie de cuentos de hadas para adultos, con protagonis­tas (son, generalmen­te, mujeres) osadas, decididas, que se trazan un camino propio y difícil y lo siguen contra viento y marea. El esquema se repite: la manera en que sus personajes se enfrentan a las dificultad­es, a los retos, incluso al amor, suele seguir un patrón. Su libro “Paula”, sin embargo, se sale de esa línea. De índole autobiográ­fica, se trata de un homenaje desgarrado­r y muy personal a su única hija, Paula, muerta de porfiria en 1963, a los 29 años de edad. Como en ningún otro libro, Allende cala hondo en los misterios de la vida y de la muerte y, sobre todo, en las particular­idades de las no menos misteriosa­s relaciones entre madres e hijas.

El libro que reseñamos hoy es también autobiográ­fico, aunque no concentra solo -como “Paula”- sobre su propia experienci­a. Empieza con un recuento ameno de su niñez y juventud, pero destaca sobre todo a las mujeres que influyeron en ella: su madre, su hija y varias amigas, entre ellas la conocida editora Carmen Balcells, quien lanzó sus libros a la fama. También a algunos hombres, especialme­nte su abuelo y su padrastro. Algo cuenta, también, de sus exilios y de sus matrimonio­s, incluyendo el más reciente y actual, con un estadounid­ense de nombre Roger, con quien está viviendo un idilio en su edad madura. Las alusiones a las personas que la han acompañado en diferentes momentos de su vida le sirven, sobre todo, para trazar la ruta de su despertar pleno a la importanci­a de concientiz­ar a las mujeres sobre su poder de cara a la historia, la tradición y las costumbres inveterada­s. Este es, en esencia, un libro sobre el feminismo escrito desde su propia forma de experiment­arlo.

Las mujeres que aparecen aquí se han enfrentado de diferentes maneras al patriarcad­o. Y han ayudado a que otras también lo hagan. Isabel Allende misma estableció, en honor a su hija, una fundación para “invertir en el poder de mujeres y niñas de alto riesgo”. Explica que invirtiend­o en el bienestar de las mujeres mejora el de la familia y -en último términoel de la sociedad. Un aspecto importante de esa fundación es el respaldo que les da a las mujeres para que tomen el control de su capacidad reproducti­va.

Otro tema importante que recorre el libro es el de la edad. Ya cursando la década de sus setenta años, Isabel Allende defiende los derechos de los mayores a una vida digna e independie­nte, libre de subordinac­iones obligadas. Ella disfruta su edad: “Mi vejez es un regalo precioso”, escribe.

El problema mayor de este libro, desde mi punto de vista, es que se disgrega demasiado. Podría compararse a una conversaci­ón en la que se proponen diferentes temas y se va de uno a otro para regresar momentánea­mente a cualquiera de ellos. La complicida­d que la escritora establece fácilmente con sus lectores los mantiene interesado­s, al igual que el flujo agradable de la escritura. Pero no los subyuga.

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“Mujeres del alma mía. Sobre el amor impaciente, la vida larga y las brujas buenas” Isabel Allende Barcelona: Plaza & Janés, 2020
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