Médicos y vacunas: el silencio es complicidad
¿Y de cuando acá los médicos nos convertimos en jueces de la conducta de los pacientes? Los médicos tratamos; no condenamos”
Los médicos estamos acostumbrados a escuchar comentarios sobre asuntos de salud a personas que demuestran con los mismos su desconocimiento. Algunos de estos comentarios son sorprendentes e inolvidables y se convierten en parte de nosotros.
Sin embargo, en medio de la pandemia he escuchado a compañeros médicos, a quienes respeto y reconozco, hacer comentarios que preocupan.
“No voy a recibir en mi oficina a los que no se vacunen”. Luego dicen que ellos deciden a quién reciben en sus oficinas. Me hago varias preguntas: durante el año luego del inicio de la pandemia que había muy pocos vacunados, ¿a quienes ellos veían? ¿De quién ellos vivieron? Los contratos con los planes médicos, particularmente Medicare y Medicaid, ¿permiten el discrimen por el estatus de no vacunado? El paciente que lleva tiempo viéndose en la oficina, ¿lo podemos abandonar sin garantizar la continuidad del cuidado médico? ¿Es posible practicar medicina sin exponerme al contagio? ¿Negar el servicio es ético o moral, sobre todo cuando lo estoy haciendo por la mera sospecha del contagio? ¿Esa actitud es cónsona con el juramento de Hipócrates? Más aún y bien importante: ¿cómo yo sé que los vacunados no son contagiosos?
Otros argumentan que los no vacunados que sí se contagian y necesitan cuidados en el hospital no se deberían admitir porque es su culpa. ¿Y qué hacemos con los pacientes que tienen enfisema por haber fumado durante 40 años? ¿Y vamos a dejar morir desangrados a los pacientes con cirrosis del hígado por alcoholismo crónico que llegan con várices esofágicas sangrantes? ¿Y vamos a dejar morir en arresto respiratorio al drogadicto con una sobredosis de heroína? ¿Y qué hacemos con el adolescente con diabetes tipo uno que ha dejado de ponerse la insulina y llega en coma? ¿Lo dejamos morir? ¿Y no vamos a admitir al hospital al que llega con un infarto cerebral por dejar de tomarse las pastillas de la presión? ¿Y qué pasa con el que sufre trauma cerebral severo por guiar a velocidad exagerada y violar las leyes de tránsito? ¿No le damos tratamiento para que se muera y luego le pedimos a sus familiares que donen sus órganos?
¿Y qué pasa cuando llegan a sala de emergencia heridos de bala el criminal y la víctima? ¿Dejamos morir al criminal y nos convertimos en jueces y en verdugos? ¿Le vamos a negar tratamiento a los pacientes que por su promiscuidad sexual o por el uso de drogas intravenosas adquirieron SIDA? ¿Y quién dice que el vacunado contagiado no estuvo chinchorreando sin ninguna medida de precaución? ¿Y de cuando acá los médicos nos convertimos en jueces de la conducta de los pacientes?
La realidad es que gran parte de nuestro problema de salud como pueblo tiene que ver con conductas que promueven o facilitan la enfermedad. Los médicos tratamos; no condenamos.
Es preocupante cuando alguien levanta el argumento de la emergencia de salud para abogar por que se implante la vacunación obligatoria. Esta idea contradice el principio del consentimiento informado donde el paciente, para recibir tratamiento, debe consentir libre y voluntariamente después de haber recibido la información necesaria sobre las consecuencias del tratamiento propuesto. Esto también incluye las consecuencias de no recibir el tratamiento. Este principio se afirmó durante los juicios de Nuremberg contra las atrocidades perpetradas por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial.
La idea es que para proteger a todos del contagio tengo que obligar a algunos que no se quieran vacunar. El problema es que las dos naciones con la mayor proporción de vacunados, Islandia e Israel, con cerca del 80%, están experimentando un repunte de contagios entre los vacunados. Los vacunados se pueden contagiar y pueden ser tan contagiosos como los no vacunados. Realmente no sabemos el origen de la mayoría de los contagios, porque no se está llevando a cabo rastreo de contagios ni tampoco caracterización genómica, a pesar de que hay mucho dinero federal para hacerlo.
Que conste, creo en la efectividad y seguridad de las vacunas contra el COVID-19. Estoy vacunado y estimulo a mis pacientes a que se vacunen. Les presento las razones por las cuales lo deben hacer. Pero creo que su consentimiento debe fundamentarse en la convicción personal de que es lo mejor para su salud. Obligarlos es atropellar su dignidad y su derecho.
Alguien aduce que es mejor estar vivos sin derechos que morir afirmando nuestros derechos. No sé si Nelson Mandela, Albizu o Martin Luther King estarían de acuerdo.
No me podía quedar callado. El silencio es complicidad.