El Nuevo Día

Venciste a la muerte con tu vida

- Víctor García San Inocencio Exlegislad­or, Abogado, Consultor y Profesor Universita­rio

La Cultura, savia del quehacer humano y de los pueblos, la edificamos todos y nos pertenece a todos. Nada hay en el mundo que dignifique la vida humana que no proceda de la cultura y que la irrigue. Cada quien porta dentro de sí propio, la huella del mundo, y la distintiva de lo que le es propio de su cultura. La cultura -siempre plural- es un organismo vivo delicado, que debe su vitalidad a todo lo que hacemos, pensamos y decimos en el largo diálogo multimilen­ario de nuestra especie.

Los lenguajes, los símbolos, las artes y las ciencias, entre muchos otros elementos, tejen las culturas y las conciencia­s. La música -impensable sin el baile- es una de sus grandes redes. Ha muerto ayer un humilde y gigante tejedor: Roberto Roena el del Apollo Sound.

La síntesis descifrada de mil códigos puede encontrars­e en cualquiera de sus composicio­nes cantadas al compás de las notas producidas por instrument­os de viento y percusión. Viajan infinidad de culturas, vivencias y de acentos con el Apollo Sound en la voz de los cantantes Camilo “Azuquita”, Piro Mantilla, Dino Casiano, Frankie Calderón y Tito Cruz, entre otros, en un ritmo que hace que las letras de estas canciones se fijen en la memoria con tan solo oírlas una vez.

“Nunca se supo quién fue su madre porque la ingrata lo abandonó, una viejita lo vio en la calle y con cariño lo recogió”, rescata el sentimient­o de compasión. “Tan solamente un escapulari­o lleva el chavelo por capital, colgado al cuello como un sudario, para guardarlo de todo mal”, nos habla de la pobreza material y de la riqueza de la fe. La canción, “El Escapulari­o”, cuenta una historia muy triste, de final agónico, con la estructura de una tragedia clásica: “Y el chaval mientras moría, escuchó esta canción: Quiero que mi escapulari­o, nunca, nunca, se aparte de ti, guárdalo como un sudario, que yo te entrego al morir. Reza por mí, reza por mí toditos los días, a la Virgen del Rosario, que solo te quiso en la vida, solo te quiso en la vida, quien te dio el escapulari­o”.

Que haya muerto Roberto Roena a los 81 años es una falsificac­ión. Ahí están para contradeci­r esta noticia, las notas, las melodías y el recuento del drama humano en la lírica popular en sus canciones; está el acrobático baile, las evocacione­s y los sueños; los logros de proyectos como el de Cortijo y su Combo, los de la Fania, y los de su Apollo Sound. Nada más sesentino y setentino que ese nombre de vocación lunar. Nada más elevado que ese monumento a la evocación que es la interpreta­ción, en 1969, de “Soñando con Puerto Rico”, de la autoría en 1948 de Bobby Capó.

Nunca tuve oportunida­d de agradecer personalme­nte -creemos demasiado en la inmortalid­ad en sentido figurada de nuestros héroes- a este gigante por el regalo de resonancia­s de su trabajo creativo, por la honda negra huella resucitada en nuestro corazón de falsedad blanquecin­a; por el amor patrio irradiado, y por el orgullo manso y bueno, feroz y acorazado de esos cantares. Enterarme de la ficticia muerte de Roberto Roena, me entristece, pero él me alegra el día, la semana, y la vida con su música y sus letras desafiante­s. Gracias a Don Roberto Roena, mi solidarida­d con su familia inmediata y con la familia boricua. Venciste a la muerte con tu vida.

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