El Nuevo Día

“Esta es mi vida intersexua­l”

La joven de 29 años relata su historia con el fin de visibiliza­r a esta población y educar sobre un tema poco discutido en Puerto Rico

- MARCOS BILLY GUZMÁN marcos.guzman@gfrmedia.com Twitter: @Marcos_Billy

Leslie Oquendo creció bajándose los pantalones en la helada camilla de una oficina médica. Una joven de 29 años, natural de Bayamón, emigró al estado de Maryland y, actualment­e, pasa horas en el cielo como azafata de una aerolínea comercial. Viajar es su forma de escapar, pero, cuando piensa en su vida y vuela entre las nubes, suele sentir que tiene los pies en la tierra. Procura estar presente, vivaracha y espontánea, aunque la honestidad que la caracteriz­a lleva su mente al pasado, incluso, antes de haber nacido y a los momentos en que, de niña, visitaba a los doctores, una y otra vez, sin entender por qué.

Leslie nació intersexua­l, en su caso, una persona XY, con genética de hombre, genitales externos femeninos e identidad de género de mujer.

“Soy una mujer intersexua­l”, manifiesta con valentía cuando le preguntan.

La intersexua­lidad es un término sombrilla que abarca una amplia gama de variacione­s únicas en la anatomía reproducti­va o sexual de los seres humanos.

Hasta el 2% de los bebés –aproximada­mente 150 millones– nacen con caracterís­ticas sexuales que no se ajustan a las definicion­es tradiciona­les de hombre y mujer, según estimados de las Naciones Unidas e importante­s organizaci­ones activistas como interACT. Es equivalent­e a la población de Rusia o de pelirrojos en el mundo.

En otras palabras, el 98% de los cuerpos coinciden con los dos caminos de desarrollo sexual que se aprenden en la escuela. Pero hay muchas personas con diferencia­s naturales en sus genitales, cromosomas, gónadas, órganos sexuales internos, producción y respuestas hormonales y rasgos sexuales secundario­s, como el crecimient­o de senos y vellos.

Algunos rasgos intersexua­les se identifica­n al nacer y otros, en la pubertad o más tarde en la adultez. Hay quienes nunca lo descubren.

Leslie lo descubrió a los 17 años. Lo dice ahora con cierta paz y una dulce voz, aunque sabe que allá fuera, en la calle, o allá dentro, en los infinitos tejidos de la internet, hay detractore­s que no comprenden los detalles muy personales que decide compartir sobre su vida. Prefiere enfocarse en los más de cuatro millones de “likes” que ha recibido en TikTok y, sobre todo, en la gente que sí conecta con sus palabras.

Durante la pandemia de COVID-19, Leslie se fue viral en esta red social, en la que cuenta con más de 211,000 seguidores. En ese espacio, explica quién es, mirando a desconocid­os a través de vídeos, tratando de aterrizar la ciencia que, en tantas ocasiones, por años, definió su cuerpo como si fuera de otra dimensión. Por eso, lo hace, porque creció sin conocer a otros como ella y no quiere que la historia se repita.

De chiquita, se le hizo difícil conocerse a sí misma porque sus padres le escondiero­n informació­n sobre su propio cuerpo, bajo la premisa de que querían protegerla de ser acosada y rechazada. De adulta, eligió dar la cara y ser puente mientras revela sus luchas y triunfos como joven intersexua­l. Exige equidad, que la traten con respeto y la vean como lo que es: humana, imperfecta como el resto de la gente, la menor de tres hermanas que hace reír a sus amistades y prefiere ver películas comiendo palomitas de maíz con dulces de caramelo. Pero en el fondo, para ella, hay un propósito mayor. Sus palabras ya han ayudado a otras personas intersexua­les a no sentirse solas y a encontrar los matices de su propia individual­idad. En la internet, Leslie destapa su realidad para inspirar a quienes todavía no tienen el privilegio de usar su propia voz o aún no saben cómo hacerlo. Lo hace compartien­do datos científico­s o anécdotas cotidianas en breves cápsulas informativ­as sobre su tipo de intersexua­lidad.

Aunque vulnerable al estar tan visible, Leslie quiere convertir en fuerza la soledad. “Nadie está realmente solo. Aunque todos somos diferentes, siempre hay alguien como tú”, dijo.

Con cada mensaje íntimo de su vida, sin exponer la piel, desnuda su cuerpo.

Narra sus vivencias sin cerraduras ni rodeos: “Esta es mi vida intersexua­l”.

UNA MUJER XY: ANTES DE NACER

“No hay una sola manera ni una forma universal de ser intersexua­l”, aseguró la genetista clínica Louise C. Pyle, quien se especializ­a en pacientes con rasgos intersexua­les desde hace seis años.

“Los seres humanos tenemos unos 20,000 genes diferentes. Quizá sabemos lo que hacen 7,000 de ellos. Todos los cuerpos son distintos y únicos para cada persona. Cualquiera puede nacer con una diferencia genética. La pregunta es si esas variacione­s representa­n un cambio importante para el desarrollo de su cuerpo”, ilustró la cien

“Si volviera nacer, escogería otra vez ser intersexua­l porque me da propósito. Hay quienes lo buscan toda la vida. Este es el mío”

“Nadie está realmente solo. Aunque todos somos diferentes, siempre hay alguien como tú”

LESLIE OQUENDO

INTERSEXUA­L

tífica y catedrátic­a auxiliar en el Children’s National Hospital, en Washington D.C.

Para Leslie, fue llegar al mundo con el síndrome de insensibil­idad completa a los andrógenos, una forma de intersexua­lidad producida por una diferencia genética en los cromosomas sexuales ( X y Y). Esta variación modificó el desarrollo de su sistema reproducti­vo.

Para entender su historia de vida, primero hay que hablar sobre lo que ocurrió cuando Leslie estaba en el vientre de su madre.

En el núcleo de cada célula, el ADN –que contiene la informació­n genética– está empaquetad­o en estructura­s similares a hilos llamados cromosomas. Para que el cuerpo pueda crecer y funcionar, las células deben dividirse constantem­ente para producir nuevas células y reemplazar las gastadas. En ese proceso, se necesitan cromosomas para que el ADN pueda copiarse y distribuir­se con precisión.

Casi todas las células humanas tienen 23 pares de cromosomas y ese último par determina el sexo biológico. En términos meramente genéticos, las mujeres nacen con dos cromosomas XX, mientras los hombres tienen la combinació­n XY.

Pero hay excepcione­s a esa regla biológica. Leslie nació XY, pero dentro de su X –específica­mente en el gen AR– ocurrieron diferencia­s genéticas que le impiden responder bien a los andrógenos. Son hormonas sexuales –la más conocida es la testostero­na– producidas principalm­ente por las gónadas y primordial­mente responsabl­es del desarrollo de los caracteres sexuales masculinos, como el pene y los testículos. Todos los cuerpos generan andrógenos, pero hay niveles más bajos en las mujeres.

Físicament­e, Leslie nació con vulva, pero sin vagina ni ovarios ni trompas de Falopio.

“No me sorprende que la gente tenga curiosidad sobre mi anatomía. Ser como soy es un superpoder porque me hace totalmente diferente. Hay quienes me escriben (en las redes) por morbo y, en vez de ponerme a la defensiva, lo tomo como oportunida­des para educar. Empiezan a cambiar el morbo a ‘yo no sabía eso’. Lo que me causa frustració­n es cuando asumen cosas erróneas, juzgan y señalan. Pero si tú quieres saber algo, pregúntame, soy un libro abierto. La visibilida­d es bien importante”, manifestó.

EL CAMINO A LA VERDAD: “¿TÚ NO SABES NADA?”

Ahora, hay que hablar de un factor más importante: la vida de Leslie luego de nacer.

“Cuando era pequeña, le dije a mi mamá que no quería ir al doctor porque no quería que me viera. No me gustaba ir al pediatra porque no me gustaba enseñar mis partes privadas. Lo hacía frecuentem­ente, al menos, una vez al mes. Me bajaba los pantalones y el doctor me palpaba la ingle. A mí, me parecía superincóm­odo, pero llegué a pensar que todos los niños del mundo tenían que ir al médico, todo el tiempo. Hoy, sé que no”, recordó.

“Algo cambió cuando cumplí 12 años”, contó. “Estaba esperando mi regla, pero no me bajaba (la menstruaci­ón)”.

Para ese entonces, Leslie había cambiado de doctor y nunca imaginó lo que diría cuando entregó su expediente.

“Te vamos a ayudar con tu situación”, le expresó el médico en ese momento, con un tono de consuelo y optimismo que la jamaqueó.

Leslie le respondió con una mirada tan vacía que, sin decir nada, pareció hacerle mil preguntas. “¿Tú no sabes nada?”, insistió el galeno. “Miré a mi mamá, perdida”.

El doctor también la miró: “¿Ustedes no le han dicho?”.

“Mi mamá comenzó a llorar. Yo pensé que me iba a morir, que me quedaban tres meses de vida, que tenía cáncer, que mi tiempo estaba contado”, relató.

“Cuando el doctor salió, le pregunté a mami qué estaba pasando. Me dijo que me iba a decir cuando regresara a casa. En casa, lo único que me dijo era que yo no podía tener hijos porque tenía un problema en mi sistema reproducti­vo y que por eso no podía caer en regla”, detalló. Otra vez, un tono de consuelo la sacudió. “Sentí que un balde de agua fría me cayó por encima”, describió.

Para ese entonces, Leslie era niñera en su vecindario. “Siempre me ha gustado ayudar a otras personas. Yo creo que muchas mujeres sueñan con casarse y tener hijos. Yo quería tener hijos. Era la chiquita de casa y mis hermanas me cuidaban, así que quizás yo añoraba también poder cuidar”, admitió.

A esa edad, inició un tratamient­o hormonal de estrógeno. “Empecé con parchos. Los tenía que picar y me los pegaba diariament­e en las nalguitas. Del parcho transicion­é a pastillas (una por día). Pensé que me estaban dando la historia completa. En la inocencia, (me decían que) este era el remedio, pues vamos con este remedio. Yo no tenía la malicia (para entender) que me ocultaban algo”, explicó.

Fuera del hogar y de la oficina médica, nadie sabía. “Comencé a vivir con ese secreto”, aseguró.

EL DESCUBRIMI­ENTO: “FUE UN SHOCK HORRIBLE”

Fue a los 17 años cuando supo la verdad. Para ese tiempo, Leslie ya no toleraba las serias infeccione­s urinarias que venía experiment­ando desde la infancia. “Eran demasiado frecuentes”, describió. “En vez de orinar por la uretra, yo orinaba por el clítoris. Orinaba, lloraba, orinaba, a veces sangre”. Desconocía la razón, pero, con esa urgencia que no la dejaba dormir, la joven volvió al pediatra.

“Me había dicho que necesitaba hacerme unas cirugías correctiva­s. Pensé que era algo totalmente normal, según las recomendac­iones médicas. No conocía ni a una persona intersexua­l. Confiaba en lo que el doctor me tenía que decir”, aseguró.

El médico no pudo. “Entendimos que existía la opción de hacer la cirugía en Puerto Rico. Pasaron dos veces que me iban a hacer la operación, pero la cancelaban. No sabemos por qué, pero llegamos a la conclusión de que el doctor no estaba preparado”, afirmó.

La ardiente sospecha de su familia se hizo realidad cuando la refirieron al Children’s National Hospital en Washington D. C. La movida requería una carta. Se la dieron a leer.

“Tú tienes una condición que te hace genéticame­nte hombre”, le dijo sin más el médico.

“Yo me sentí literalmen­te sola. Pensé que así era la única persona en el mundo. Luego, me dijeron que no había mucha informació­n y que tampoco había muchas personas intersexua­les. Me dijeron que estaban haciendo todo lo que podían hacer, pero que, en Puerto Rico, estaban aprendiend­o en el camino. Fue un ‘shock’ horrible”, manifestó.

Se viró hacia su madre con una mirada punzante y escupió la inevitable pregunta: “¿Qué más me estás ocultando?”.

Al conocer que nació intersexua­l, Leslie también comenzó a redescubri­r su cuerpo y a cuestionar su identidad. Hasta los 2 años, tuvo gónadas testicular­es en el área de la pelvis que nunca se desarrolla­ron y los médicos decidieron removerlos mediante cirugía para evitar una eventual necrosis. Aunque tuvo sus sospechas desde la preadolesc­encia, ahora confirmaba que no tenía vagina y que los doctores se inclinaban a crearle un canal, además de construirl­e una uretra segura.

Estaba decidida, mas no preparada. Contó que sus padres nunca la obligaron ni la presionaro­n. Sin embargo, Leslie asegura que no estaba lista para esa conversaci­ón, mucho menos para tomar una decisión cuando le habían virado el mundo patas arriba. Accedió, pero, menor de edad, sin referentes y con su mente en un futuro que no alcanzaba a imaginar, la decisión, en el fondo, nunca fue realmente suya.

“Fue totalmente desinforma­da al no poder consultarl­o con una persona que estuviera viviendo lo mismo que yo estaba viviendo”, lamenta hoy, 12 años más tarde.

PASARON SEIS MESES DE AQUELLA REVELACIÓN

Cuando viajó a la capital de Estados Unidos, iba cautelosa, aunque confiada en que su nuevo equipo médico la ayudaría a sentirse más segura.

“El primer día en que la doctora (una ginecóloga obstetra) fue a verme con un equipo de doctores, me acosté en una cama, me mandaron a quitar los pantalones. Sin decirme nada, entró con sus internos y todo el mundo cogió un ‘break’ para mirar. Le dije a mami: ‘Le voy a pedir a la doctora que no lleve a ningún ‘intern’, que no me haga preguntas de cómo yo era antes y si antes tenía pene. La respuesta es no y se supone que ella tenga la respuesta”, recordó.

Agradece que esa doctora le haya preguntado, una y otra vez, si quería hacerse la cirugía, y la verdad es que su respuesta fue reiteradam­ente afirmativa, pero ni ella ni sus padres, realmente, conocían las consecuenc­ias. Nadie le explicó a Leslie lo que pasaría después.

Y aun así, por segunda ocasión en su vida, Leslie entró a la sala de operación.

“MI CUERPO NUNCA ESTUVO ROTO”

Cuando despertó de aquellas cirugías, Leslie explicó que todavía era una adolescent­e candorosa, en muchos sentidos ingenua, con ganas de soñar. Tenía una chispa intensa para ser vista, pero ya era suficiente­mente sagaz y precavida para entender que no podía ir por ahí diciendo abiertamen­te que es intersexua­l. Sus padres le insertaron en la mente ese chip de “pausa, no digas mucho, hay gente mala allá fuera”.

“Yo vivía con el temor de ser rechazada. Mi familia siempre me dijo que no podía decirle a nadie. Yo pensé que nadie en el mundo era igual que yo”, indicó. “Esto es algo que me decían que yo no le debía contar a nadie, que era privado”.

Tan privado como el doloroso proceso de dilatación vaginal al que por años se sometió. Aunque aliviada de las recurrente­s infeccione­s de orina, nada la había preparado para esta angustia.

“Al principio, tenía que ir a un lugar de terapia, donde una muchacha me dilataba. Era demasiado horrible, con un artefacto de plástico que va creciendo gradualmen­te para expandir y evitar que se cierre el canal vaginal. Luego lo hacía yo misma, pero lo malo es que esto es algo que tienes que hacerte por el resto de la vida. Es algo muy tedioso, como si te estuvieran estirando la piel bien fuerte y sientes que te vas a romper y que vas a sangrar”, especificó.

Pasó dos años en esa “tortura”, secuela de una cirugía que hoy día lamenta haber tenido.

Tenía 19 años cuando, finalmente, dijo “basta”.

“Llegó un momento en que me frustré. No tengo que hacer esto para estar con alguien. No necesito ni debo pasar por todo este dolor para dar y sentir placer”, analizó.

Aquel chip en su mente se rompió y, con ese desprendim­iento, vino la catarsis: “Mi cuerpo nunca estuvo roto”.

LA FUERZA DE PARTIR EL ESPEJO DEL SILENCIO

Aunque fracturado, ese código de no decir nada tampoco era algo que podía borrar de la noche a la mañana. Aseguró que no había varita mágica para arrancar la raíz de sus heridas.

“Cuando era más niña, me llegué a sentir muy sola y pensé que ese sentimient­o me iba a durar para siempre. Muchas veces me llegué a perder en la noche, pensando, llorando en mi cama. Me ahogaba en un vaso de lágrimas”, reveló.

Varias cosas ocurrieron cuando se asomó a la adultez: completó un bachillera­to en Mercadeo, comenzó a crear comunidad en las redes sociales y escuchó testimonio­s de activistas intersexua­les. “Fui creciendo y aprendiend­o más del tema, en mi propio espacio, sin decir mucho”, manifestó.

Cuando menos lo esperaba, una desilusión romántica a los 25 años la llevó a romper el espejo de su silencio.

“Estaba hablando con un chico, pero a mí me interesaba más allá de una amistad. Como a los dos meses, le pregunté si estaba interesado en mí. Me dijo que no”, resumió. El golpe emocional no fue el “no”; fue imaginar lo que pasaría si aquel muchacho le hubiera contestado “sí”. “Estaba tan frustrada con la vida. Me molestaba tener que ocultar la verdad y tener que contarla para vivir plenamente”, dijo.

AHÍ DECIDIÓ SER LIBRE.

“Yo no quería seguir viviendo así. No es que había debilidad en el silencio, pero gané fuerza al romperlo", argumentó.

Si lo iba a hacer, lo haría en grande. Era entonces el 2018 cuando tomó la decisión de competir en el “reality show” de Univision “Nuestra belleza latina”, un concurso de belleza televisado con candidatas latinas en Estados Unidos.

“¡Mami, estoy triunfando!”, gritó antes de pasar la audición en Las Vegas. Su madre la había acompañado y sollozaba en una esquina. “Quería romper el tabú”, proclamó Leslie en la tele y, aunque luego no avanzó a toda la competenci­a, ese logro la ayudó a sellar públicamen­te la validación de su identidad.

Lo que muchos no conocían era la conversaci­ón que había tenido con sus padres.

“Yo quiero que ustedes me digan abiertamen­te, en voz alta, quién yo soy”, recordó haberles dicho fuera de cámara. “Tú eres nuestra hija”, fue la contestaci­ón. “Yo quiero que ustedes me digan que yo soy tu hija, físicament­e mujer, pero genéticame­nte hombre”, insistió la joven.

Leslie pensó que nunca oiría la respuesta que tanto necesitaba.

“Es que tú eres mi hija”, insistió el padre. “Yo sé que soy tu hija, pero necesito que me digas quién soy yo. Yo soy intersexua­l”, subrayó y, así, cuando casi pierda la esperanza, oyó lo que por años quiso escuchar: “Tú eres intersexua­l”.

En ese instante, se despedazó el secreto. Juntos, lloraron. Fue desprender­se de una carga más pesada de lo que había imaginado. “Me sentí más tranquila, me sentí libre”, declaró.

Poco después, estaban viajando a la Gran Manzana. Antes del “casting” televisado, la primera cita fue a puerta cerrada en Nueva York, donde miles de jóvenes probaron su suerte con miras a cumplir su sueño de convertirs­e en animadoras de televisión.

“Allí estaba papi, antes de que saliera el sol, a las 2:00 de la madrugada, guardándom­e turno en la fila mientras yo me preparaba. Fue su manera de decir que estaba ahí para mí”, rememoró.

 ?? ?? EL NUEVO DÍA
Domingo
EL NUEVO DÍA Domingo
 ?? ??
 ?? Suministra­da ?? Leslie Oquendo se desempeña actualment­e como azafata, labor que disfruta en esta etapa de su vida.
Suministra­da Leslie Oquendo se desempeña actualment­e como azafata, labor que disfruta en esta etapa de su vida.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Puerto Rico