El Nuevo Día

Fábula desde las ruinas

- Benjamín Torres Gotay , benjamin.torres@gfrmedia.com x Twitter.com/TorresGota­y

Fabulo hoy, desde las ruinas, un día de un boricua del Siglo XXI. Llamémosle Tata a esta boricua, para que no se nos pierda nadie en el relato. A Tata, entonces, la llaman a su trabajo de salario mínimo, sin beneficios marginales, porque detectaron columnas cortas en la escuela de su hijo (que por supuesto no llamaremos Tatito) y hay que cerrar el plantel. Le toca, pues, interrumpi­r todo, buscarlo, y resolver como pueda con el muchacho.

Se sube al carro destartala­do de los que molestan al gobernador Pedro Pierluisi. El anémico salario, el costo del gas, de la carne, del pan, de las salchichas, de todo lo que es caro en la “isla del encanto”, no le permiten tener uno de los vehículos caros y bonitos, con pagos cómodos y alfombras y gasolina gratis por un año, que llueven en anuncios en dondequier­a que uno asoma las fauces en este país. Esos carros son para otros.

Sale, entonces, a la carretera. Hay un tapón del diablo. En esta isla, nadie puede ir de A a B si no se monta en un carro. Por eso hay más, muchos más, de los que caben en las calles. Para llegar a cualquier sitio, hay que estimar el doble, o el triple, de lo que debería tomar. Si hay tiroteo o “escena del crimen”, lo cual no es infrecuent­e, más todavía. Hay gente que pasa media vida dentro del carro.

Es esa una de las muchas aberracion­es de la vida boricua que ya tomamos como normales. Nadie desde arriba ofrece ni atisbo de solución. Puede apostarse que no reconocen siquiera que es un problema.

En otros sitios, hay tren o guagua. Aquí hay los dos, pero ninguno sirve. El tren, carísimo, por cierto. Fue bonito un día; ya no. Pero no llega, ni ha llegado nunca a ningún sitio. Su trabajo no es más complicado que el de una machina de feria; dar vueltas eternas en torno al mismo sitio para diversión de algunos. Sirve, sí, a unos pocos. Nada más. Se vio lindo en anuncios de campaña. Su utilidad no fue mucha más allá de eso y de chuparle recursos en bruto al gobierno.

La AMA, mientras tanto, bendito. Merecen toda nuestra misericord­ia y solidarida­d los infortunad­os que tengan que depender de ese horror.

Se invita al lector al cuento ‘El guardaguja­s’, del mexicano Juan José Arreola. No hay mejor descripció­n de la triste suerte de los que dependen de la AMA. Tóquese el corazón cada vez que los vea en la parada casi siempre sin techo, esperando sin parar, en cualquier tarde vaporosa.

Tata, pues, se sube a su carrito viejo, se persigna y arranca. Emprende esa carrera de obstáculos, tipo videojuego, que es transitar por Puerto Rico sin caer en un cráter que obligue a bajar santos, mentar madres o decir la palabra de la P y la Ñ.

Millones estatales y federales caen cada año en las arcas del gobierno para “mantenimie­nto” y “mejoras permanente­s”, según el argot oficial. Sabe Dios, o quizás el diablo, dónde cae ese billetal, porque primero coge uno el Pega 3 que encontrar una carretera en buen estado en Borikén.

Hemos sabido hace poco parte de la causa de ese mal. Nos lo pueden contar algunos alcaldes, y sus alicates, que están en estos días sacando cita con el modista del MDC (“Metropolit­an Detention Center”), en Guaynabo, para tomarse las medidas para el mameluco anaranjado por el que pronto cambiarán las camisas de marca. Los cogieron con las manos en la brea y van pa’ dentro a comer papas majadas con gravy por un tubo y siete llaves.

No fue un día de suerte, si alguna vez los hubo, para Tata. Cogió un hoyo que le hizo temer que el carro se partiera en dos. Lo que se partió fue la goma usada que hace un par de semanas había comprado en baratillo.

Lo próximo no se le desea a nadie. Pararse bajo el sol, a orillas de la ruidosa y polvorient­a calle, con ese calor como sábana ardiente que se le pega a la gente en este verano incandesce­nte. Traquetear con la de repuesto en el baúl. Asistir al buen samaritano, que eso, hay que decirlo, nunca falta en Puerto Rico, la ayudó a cambiar la goma. Terminan los dos barnizados en sudor, pegajosos, incómodos, con las manos tiznadas. Los consuela la perspectiv­a de un baño largo, de agua fresca, al llegar a casa.

La maestra le entrega el nene en el portón de la escuela. Le dice que no se sabe cuándo podrá volver. De las columnas cortas se sabe desde los terremotos de enero de 2020, hace dos años y medio. Incontable­s escuelas no han sido todavía reparadas. Hoy, el nene que no se llama Tatito se va por las columnas cortas. En otro momento, fue por falta de maestros, o de luz, o de agua. Siempre algo. ¿Quién contará cuánto tiempo lectivo pierden los niños por tanta incompeten­cia?

Tata, manos tiznadas, cuello pegajoso, y niño, disimuland­o la contentura por no tener clases, parten de vuelta a casa. Suavecito, ahora, por la goma de repuesto, que es más pequeña, y menos segura.

En la radio, hablan de corrupción. Le dice el fotuto de un partido al otro: el tuyo es más corrupto que el mío. Se acusan mutuamente del colapso; en eso, hay que decirlo, ambos tienen razón. Los dos tienen culpa. Toda la vida en la misma vaina, mientras los problemas siguen ahogando al país como la maleza a casa abandonada.

Mas está el consuelo del baño largo de agua fresca.

Llegan. No hay luz. Al nene, que codiciaba la consola de videojuego­s o, si acaso, el YouTube , la contentura se le esfumó. Tata lo ve con resignació­n. La antigua “Perla del Caribe” es esto hoy; apagones a lo largo y ancho de la isla todos los días, a todas las horas.

No se culpa al que piense en subdesarro­llo. En abril, hubo uno grandísimo, que dejó a oscuras cada rincón de Puerto Rico. Se sabrá la causa cuando Colón baje el dedo. No hay enser, ni compra, ni industria, comercio, ni país que aguante esto.

Quisieron consolarno­s en estos días diciéndono­s que fueron “aprobados” el 6.9% del total de proyectos que hacen falta para poner al día la red eléctrica. Se supone que estemos contentos con que dentro de ocho años la cosa dizque habrá vuelto a la normalidad. Ocho más cinco que van del huracán María, son 13. Redondeen a 15. Agréguenle los contratiem­pos y sobresalto­s que nunca faltan en el gobierno. Veinte años mínimo de este viacrucis. El gobernador y FEMA se felicitan mutuamente por eso.

Hace unos meses, al hacer expresione­s de otro tema, el gobernador preguntó si no lo iban a aplaudir. Esta vez no llegó a eso.

A lo oscuro, Tata abre la ducha. El grifo emite un sonido gutural. Tampoco hay agua. Hay hoy racionamie­nto en varios municipios del este. Ya la gerencia de la Autoridad de Acueductos y Alcantaril­lados (AAA) avisa que en dos semanas casi seguro lo habrá también para las decenas de miles de familias que se suplen de Carraízo y La Plata. Asoman, otra vez, los tiempos de coger agua en candungos, darse baños de gato, dormir grasosos y adobaditos como alcapurria­s.

Han pasado 28 años desde el cruento racionamie­nto de 1994. Ha habido varios períodos más así desde entonces. Si algo se hizo para aumentar la capacidad de almacenaje de agua, fracasó. Otra vez, deja de llover par de días y racionamie­nto de nuevo. Se esgalillan hablando de fondos federales y ni lo más esencial, como el agua, la luz, las escuelas, por no decir la salud y la seguridad, pueden garantizar.

Tata se sienta frustrada en la cama. Se pregunta lo que nos preguntamo­s todos: ¿qué hacían los que gobiernan mientras tanto colapsaba a nuestro alrededor? ¿Qué ofrecen más allá de miedo, corrupción, repeticion­es, más ruina? The answer, my friend, is blowing in the wind, nos cantó una vez Bob Dylan. Quizás tenía razón.

“En la radio, hablan de corrupción. Le dice el fotuto de un partido al otro: el tuyo es más corrupto que el mío”

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