El Nuevo Día

Por otros caminos

- Silverio Pérez Escritor

No importa por los caminos que andemos, Puerto Rico te sale al paso. En mi caso, hace dos semanas que recorro esos caminos de Galicia que conducen a Santiago de Compostela. A veces, evoco la isla por los referentes históricos que los sobre cuatrocien­tos años de relación cultural establecen. En otras instancias el país se me mete en la mente y no me suelta cuando el aguijoneo continuo de las noticias que las aplicacion­es de los medios locales me envían me recuerdan el presente poco halagador que vivimos.

Me puede pasar cuando me meto por una carretera rural en la que el ganado comparte la vía parsimonio­samente con peregrinos y autos y noto la ausencia de cráteres parecidos a los que se dice que abundan en la superficie lunar. Le hago el comentario a algún caminante boricua y me responde: “es que hasta acá no han llegado las compañías de asfalto que tan generosame­nte pactan contratos con algunos alcaldes débiles a la tentación del dinero mal habido”. También sucede cuando te toca hospedarte en algún albergue donde el aire acondicion­ado es el que te entra por la ventana que dejas abierta, pero te acuestas con la paranoia con la que se vive en el Puerto Rico de hoy de que un escalador podría entrar, o en el peor caso, una o varias balas perdidas.

Pero también pasas por una iglesia, con la puerta abierta en las mañanas para que los peregrinos entren a ponchar el pasaporte que les permita reclamar la Compostela que certifica que hizo el Camino de Santiago, y no puedes evitar recordar la capilla de tu barrio o la parroquia donde se casaron tus padres y abuelos. Ocurre también cuando en el lugar donde se alega que se sirve el mejor pulpo del mundo, A Garnacha, en la población de Melide, sirves de traductor a peregrinos que vienen de latitudes lejanas en las que el idioma de Cervantes no se habla. En Puerto Rico, seguimos hablando el idioma que trajo el conquistad­or español y que luego adoptamos y puertorriq­ueñizamos. Me cabe el honor de haber hecho la minúscula aportación a ese idioma de la palabra “chupacabra­s”, tan así, que, al escribirla, la aplicación no la subraya como error.

Es inevitable la nostalgia cuando vemos los campos gallegos arados y sembrados, y evocamos en esos campesinos que siembran y recogen la cosecha al jíbaro boricua de aquel país que fue llevado de golpe y porrazo a la industrial­ización sin transición. La consecuenc­ia de ello aún la seguimos pagando con los resultados de la creación de los sectores marginales que la emigración del campo a la ciudad provocó. En fin, no es posible olvidar del todo el país del que venimos, por más intencione­s que tengamos de tomarnos una pausa en el agite, pues es precisamen­te cuando salimos del mismo que lo podemos mirar con mayor objetivida­d y sopesar lo que tenemos y lo que nos falta.

Si algo le falta a ese país que tanto amamos es precisamen­te lo que están haciendo los cerca de 200 peregrinos a los que mi esposa y yo les estamos sirviendo de facilitado­res para que logren su sueño de hacer el Camino de Santiago: enfrentar los retos que una nueva ruta nos presenta, confiar en nuestra propia fortaleza y evitar la cantaleta del “tú no puedes”. Siempre hay que confiar en las señales que claramente están a la vista de todos, si las seguimos, llegaremos a la meta, si no las leemos adecuadame­nte, iremos a lugares desconocid­os y no llegaremos a donde queremos.

No he podido evitar que me pase por la cabeza la idea de hacer un viaje especial a hacer el Camino de Santiago para los políticos del país. Pero de inmediato rechazo la idea pues alguno se inventará el truco de lograr la Compostela con ponches en pasaportes fraudulent­os mientras disfrutan tomando cañas en los numerosos bares que hay disponible a lo largo de la ruta. Mientras, desde acá le digo a mi amado país: ¡Buen Camino!1

“Hay que confiar en las señales que claramente están a la vista de todos, si las seguimos, llegaremos a la meta, si no las leemos adecuadame­nte, iremos a lugares desconocid­os y no llegaremos a donde queremos”

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