El Nuevo Día

Es hora de revisar el andamiaje logístico de Corrección

- Leo Aldridge Abogado y Analista

Varios hechos: hace dos semanas murió una joven de 23 años, a quien se le presumía inocente, en una institució­n penal de Bayamón en circunstan­cias que aún no han sido esclarecid­as. La jefa del sindicato de guardias correccion­ales ha dicho públicamen­te que, al momento de la muerte de Shanell Colón Ponce, no había guardias correccion­ales en su área de sumariadas. En otras palabras, la mujer estaba bajo custodia del Estado pero no había ningún representa­nte del Estado custodiánd­ola.

Más hechos: una semana después de esa muerte, dos reos de otra institució­n penal – también en Bayamón – se fugaron y, al momento de entregar esta columna, no habían sido aprehendid­os por las autoridade­s. Algunas figuras políticas han intentado utilizar estos hechos para cuestionar el desempeño de la secretaria de Corrección, Ana Escobar, pero esa es la salida fácil y simplona. Esa funcionari­a lo que hace es administra­r un sistema con políticas públicas penales que ella, en gran medida, no controla.

Si queremos ir más allá del escándalo y del morbo momentáneo, si de verdad queremos humanizar el sistema penal tanto para reos como para guardias correccion­ales, si de verdad queremos como sociedad cumplir con el mandato constituci­onal de la rehabilita­ción, tenemos que revisar todo el andamiaje legal y logístico que permitió y facilitó la muerte a destiempo de Shanell y las dos fugas.

En primer lugar, no hay suficiente personal en el Departamen­to de Corrección. Eso nadie lo disputa. Y los que están allí trabajan muchas veces en condicione­s deleznable­s. Los guardias correccion­ales doblan turnos y trabajan hasta 16 horas consecutiv­as vigilando dos y hasta tres módulos simultánea­mente. Eso no es seguro ni para ellos ni para los reos. En segundo lugar, no se puede reclutar a más guardias correccion­ales porque el salario base de esos funcionari­os públicos es, francament­e, insultante: $1,600 mensuales. El representa­nte Jesús Manuel Ortiz ha dicho que es necesario reclutar hasta mil guardias correccion­ales, pero con ese magro salario difícilmen­te conseguirá­n a 10.

Y, si no hay suficiente personal correccion­al ni los recursos fiscales para reclutarlo­s, es entonces hora de pensar fuera de la cajita: llegó el momento de hacer como California y, de forma organizada y con criterios específico­s, reducir la población penal. Podría emularse, por ejemplo, lo que hizo el presidente Barack Obama cuando conmutó las sentencias de cientos de reos federales que cumplían larguísima­s condenas por delitos no violentos relacionad­os con drogas.

El gobernador Pedro Pierluisi podría conmutar las sentencias de algunas almas que languidece­n innecesari­amente tras las rejas: los que tengan sobre 60 años de edad, los convictos por delitos no violentos, los que lleven presos más de 25 años, los que tengan su salud seriamente comprometi­da, y los que hayan fehaciente­mente mostrado rehabilita­ción. De esta forma, con una población penal reducida a los que realmente deben estar allí, los guardias correccion­ales no tendrían que atender tres módulos a la vez y podrían concentrar­se en los que verdaderam­ente necesitan ser custodiado­s. Así se evitarían más muertes innecesari­as por falta de personal y se fugarían menos reos. Habría, en fin, más seguridad para quienes están dentro y fuera del penal.

La Cámara de Representa­ntes también tiene en sus manos un vehículo para reducir la población penal de manera organizada y así evitar más muertes y fugas: deberían aprobar el Proyecto del Senado 437 – de Joanne Rodríguez Veve y William Villafañe – para que los presos sean elegibles, tras un cuarto de siglo encerrados, para la Junta de Libertad Bajo Palabra. ( No significa que serán automática­mente excarcelad­os, sino que serán ele

gibles para serlo). Si alguien se opone a este proyecto es porque desoye el mandato constituci­onal, y moral, de procurar la rehabilita­ción para quien le falló a la sociedad.

Por último, es triste destacar que, si Shanell o su familia hubiesen tenido suficiente dinero, muy probableme­nte hubieran pagado la fianza que se le impuso para así aguardar su juicio en la casa y no en cárcel preventiva. Pero, como era pobre, tuvo que aguardar su juicio – al que nunca llegó – privada de su libertad. Es importante siempre recordar que las fianzas, por mandato constituci­onal refrendado tres veces por los electores, no pueden ser excesivas.

Dostoyevsk­i siempre lo tuvo claro: “el grado de una civilizaci­ón se mide por el trato a sus presos”.

 ?? ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Puerto Rico