Recuerdos de mi padre, entre la agricultura y la construcción
Casi medio siglo después de su fallecimiento, recuerdo nítidamente a mi padre amado, un campesino que trabajó muy duro para, junto a mi madre, sacar adelante una familia de trece hijos.
Mi padre, que falleció en agosto de 1973 a los 61 años, como obrero no diestro, había trabajado todo el tiempo en la agricultura, y no conoció eso de disfrutar de vacaciones porque cada momento que tenía disponible lo empleó para generar algún ingreso adicional para mantener a la numerosa familia.
Habiendo dedicado su vida juvenil y adulta al cultivo de la tierra, un buen día decidió dejar el campo e ir a trabajar en la pujante industria de la construcción en los diversos proyectos de viviendas que se desarrollaban en la zona metropolitana de San Juan en las décadas de los sesenta y setenta.
Como familia, los nuestros fueron años duros, pero no imagino ahora cuán fuertes fueron para ese padre amoroso que salía de Orocovis todos los lunes en la madrugada en carro público a trabajar en San Juan y regresaba los viernes en la noche, con sus bolsos de dulces que compraba en Naranjito y que eran uno de los momentos más felices, donde todos compartíamos y lo mirábamos con asombro y admiración.
Tenía fama de ser un hombre duro, pero para nosotros era el padre más dulce y cariñoso que había.
Hombre de pocas palabras y brazos y manos muy fuertes, aún recuerdo con nitidez sus ojos pequeños y profundos e inquietos que saltaban de alegría cuando lo recibíamos los viernes y nos contaba algunas de las cosas que le habían ocurrido durante la semana.
Nunca nos habló de lo duro que era su trabajo en la construcción en sus inicios como obrero no diestro. Luego se empleó como pulidor de pisos y la situación cambió un poco.
Recuerdo en un verano cuando trabajé como asistente de ingeniero en un proyecto de construcción y lo encontré una tarde calurosa junto a otros obreros abriendo a pico y pala una zanja en un solar donde se establecieron varios edificios industriales.
Después de esa experiencia, agradecí al ingeniero que me dio la oportunidad de trabajo y nunca más visité un proyecto de construcción.
Mi papá había nacido para trabajar en la agricultura, no en la construcción. Pero la vida en ocasiones nos desvía el rumbo que uno creía haber decidido.
Mi papa vivió rodeado de una familia que lo amó, pero estoy seguro que hubiera preferido emplear toda su vida en la agricultura, lo que no pudo ser, y creo que murió joven porque no pudo lidiar con esa otra vida, alejada de la tierra, sus olores y el producto de las siembras.
Ismael Torres San Juan