El Nuevo Día

¿Qué se paga de luz en el Capitolio?

- Mayra Montero Escritora

La mentalidad de los ciudadanos, de cara a la crisis energética, tiene que cambiar, y la verdad es que el gobierno no coopera. Al contrario. Estamos inmersos prácticame­nte en una economía de guerra, con poca mano de obra disponible (y no porque los hombres se hayan ido al frente) y aumentos notables en el costo de la vida. El conflicto armado se desarrolla muy lejos de nosotros, pero las pizarras de las gasolinera­s nos recuerdan que, en términos del combustibl­e, estamos demasiado cerca.

Para que cambie la mentalidad colectiva, tendría que cambiar también la de los dirigentes políticos, que no explican nada, por lo general confunden y desvían el origen real de los problemas.

En los hogares del país se está aprendiend­o, como quien dice, a palos, porque cada vez que llega la factura de la luz es un drama. Díganme si, a estas alturas, con el aumento imparable del crudo y los inconvenie­ntes logísticos de generación y distribuci­ón que padece la Isla, no es para que las personas que dirigen el gobierno estuvieran exhortando al ahorro y a modificar los hábitos.

Pero qué va, eso lo hacen en los programas de televisión a mediodía. Entre astracanad­a y astracanad­a, presentan a un señor que hace recomendac­iones sensatas, como desconecta­r ciertos aparatos eléctricos (porque aun apagados, pero conectados, siguen chupando corriente), o eliminar las bombillas incandesce­ntes y apagar las luces que no se estén usando. Esa obsesión por mantener iluminados los alrededore­s de la casa no desalienta a los intrusos, más bien les conviene para chequear el área y ver por donde caminan.

No correspond­e a esos programas ligeros asumir las labores de orientació­n ciudadana. Eso le toca al gobernador y los jefes de agencia, y no lo hacen porque se mueren de miedo. Parten de la falsa y peligrosa idea de que augurar tiempos difíciles, explicar que hay que ahorrar energía, y estar listos para apretarse el cinturón en tantos otros renglones, es una ofensa, un atropello, una falta de respeto a los ciudadanos que están acostumbra­dos a hacer las cosas de una manera, y ahora, con la que nos viene encima, las tendrán que hacer de otra.

Lo de los carros encendidos con el aire acondicion­ado puesto sigue siendo tan habitual en los estacionam­ientos, que sobrecoge pensar, no ya lo que contaminan, sino lo que estarán gastando esas criaturas que podrían apagar el vehículo y esperar en otra parte, o sacrificar­se un poco y abrir las ventanilla­s, o buscar una sombrita. No hay una sola vez que me baje en el parking de una de esas grandes farmacias, que no vea a una persona con el carro encendido y el aire puesto, mirando el teléfono mientras espera por otra. Largos minutos y hasta cuartos de hora.

Cualquiera sabe que uno de los equipos que más energía consume es la secadora de ropa. Hay infinidad de hogares en los que, aun cuando tienen patios espléndido­s, sacan la ropa de la lavadora y la meten automática­mente a la otra máquina. Yo quisiera saber qué trabajo cuesta poner una cuerda de pared a pared, comprar unas pinzas y tender la ropa al sol. La secadora de ropa tendría que usarse esporádica­mente, en casos específico­s en que se nos aposenta una vaguada encima y llueve una semana. De lo contrario: ponga la ropa al sol y así mueve los brazos, toma el fresco, le da un poquito el sol para la vitamina D.

Sé que en los condominio­s, los de más lujo y los de menos lujo —en los residencia­les se tiende la ropa sin complejo— las juntas directivas prohíben poner la ropa a secar en los balcones. ¿No es acaso este el momento de hacer una pausa en esa regla y dejar que los condómines, como un acto, no de sublevació­n, sino de urgencia sanitaria, pongan su cuerdita en el balcón y se defiendan secando allí las sábanas?

En tiempos contrariad­os, deben dejarse a un lado los prejuicios y las merengadas. Las navieras anunciaban en estos días que los aumentos por transporta­r mercancías son un hecho, lo cual repercutir­á en industrias y comercios, y ultimadame­nte en nuestros bolsillos. Llega un momento en que la estética y la bonitura no pueden imponerse a la realidad.

Nadie espere que el gobernador comparezca ante el país, que sería lo lógico tratándose de un momento como este, para implorarle­s a los ciudadanos que ahorren energía; que pongan en práctica su inventiva, aleccionen a los adolescent­es y a los niños, toda una generación acostumbra­da a derrochar electricid­ad y a la que le costará entender lo que es la disciplina energética.

Esos largos tapones de camino a la playa, o de camino al Viejo San Juan los fines de semana, tienen que evitarse.

Y en cuanto a las agencias del gobierno, ¿han advertido a sus choferes de que no esperen a los funcionari­os dentro del carro con el aire puesto? A los funcionari­os ¿les han dicho que en esta encrucijad­a deben resolver de manera virtual y moverse lo menos posible? Los legislador­es son los primeros que deberían acogerse al buen vivir. ¿Cuánto se paga de luz en el Capitolio, ya que veo a todo el mundo allí tan abrigado? Hay que bajar esa factura, ilustres.

Aquí los únicos que pueden andar de un lado para otro en sus vehículos son los agentes del orden público y los respondedo­res a emergencia­s médicas. El resto tiene que ponerse a pensar cómo ahorrar y asumir la gravedad del momento.

Es madurez, o responsabi­lidad cívica, llámenla como quieran.

“Los legislador­es son los primeros que deberían acogerse al buen vivir. ¿Cuánto se paga de luz en el Capitolio, ya que veo a todo el mundo allí tan abrigado? Hay que bajar esa factura, ilustres”

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