¿Qué se paga de luz en el Capitolio?
La mentalidad de los ciudadanos, de cara a la crisis energética, tiene que cambiar, y la verdad es que el gobierno no coopera. Al contrario. Estamos inmersos prácticamente en una economía de guerra, con poca mano de obra disponible (y no porque los hombres se hayan ido al frente) y aumentos notables en el costo de la vida. El conflicto armado se desarrolla muy lejos de nosotros, pero las pizarras de las gasolineras nos recuerdan que, en términos del combustible, estamos demasiado cerca.
Para que cambie la mentalidad colectiva, tendría que cambiar también la de los dirigentes políticos, que no explican nada, por lo general confunden y desvían el origen real de los problemas.
En los hogares del país se está aprendiendo, como quien dice, a palos, porque cada vez que llega la factura de la luz es un drama. Díganme si, a estas alturas, con el aumento imparable del crudo y los inconvenientes logísticos de generación y distribución que padece la Isla, no es para que las personas que dirigen el gobierno estuvieran exhortando al ahorro y a modificar los hábitos.
Pero qué va, eso lo hacen en los programas de televisión a mediodía. Entre astracanada y astracanada, presentan a un señor que hace recomendaciones sensatas, como desconectar ciertos aparatos eléctricos (porque aun apagados, pero conectados, siguen chupando corriente), o eliminar las bombillas incandescentes y apagar las luces que no se estén usando. Esa obsesión por mantener iluminados los alrededores de la casa no desalienta a los intrusos, más bien les conviene para chequear el área y ver por donde caminan.
No corresponde a esos programas ligeros asumir las labores de orientación ciudadana. Eso le toca al gobernador y los jefes de agencia, y no lo hacen porque se mueren de miedo. Parten de la falsa y peligrosa idea de que augurar tiempos difíciles, explicar que hay que ahorrar energía, y estar listos para apretarse el cinturón en tantos otros renglones, es una ofensa, un atropello, una falta de respeto a los ciudadanos que están acostumbrados a hacer las cosas de una manera, y ahora, con la que nos viene encima, las tendrán que hacer de otra.
Lo de los carros encendidos con el aire acondicionado puesto sigue siendo tan habitual en los estacionamientos, que sobrecoge pensar, no ya lo que contaminan, sino lo que estarán gastando esas criaturas que podrían apagar el vehículo y esperar en otra parte, o sacrificarse un poco y abrir las ventanillas, o buscar una sombrita. No hay una sola vez que me baje en el parking de una de esas grandes farmacias, que no vea a una persona con el carro encendido y el aire puesto, mirando el teléfono mientras espera por otra. Largos minutos y hasta cuartos de hora.
Cualquiera sabe que uno de los equipos que más energía consume es la secadora de ropa. Hay infinidad de hogares en los que, aun cuando tienen patios espléndidos, sacan la ropa de la lavadora y la meten automáticamente a la otra máquina. Yo quisiera saber qué trabajo cuesta poner una cuerda de pared a pared, comprar unas pinzas y tender la ropa al sol. La secadora de ropa tendría que usarse esporádicamente, en casos específicos en que se nos aposenta una vaguada encima y llueve una semana. De lo contrario: ponga la ropa al sol y así mueve los brazos, toma el fresco, le da un poquito el sol para la vitamina D.
Sé que en los condominios, los de más lujo y los de menos lujo —en los residenciales se tiende la ropa sin complejo— las juntas directivas prohíben poner la ropa a secar en los balcones. ¿No es acaso este el momento de hacer una pausa en esa regla y dejar que los condómines, como un acto, no de sublevación, sino de urgencia sanitaria, pongan su cuerdita en el balcón y se defiendan secando allí las sábanas?
En tiempos contrariados, deben dejarse a un lado los prejuicios y las merengadas. Las navieras anunciaban en estos días que los aumentos por transportar mercancías son un hecho, lo cual repercutirá en industrias y comercios, y ultimadamente en nuestros bolsillos. Llega un momento en que la estética y la bonitura no pueden imponerse a la realidad.
Nadie espere que el gobernador comparezca ante el país, que sería lo lógico tratándose de un momento como este, para implorarles a los ciudadanos que ahorren energía; que pongan en práctica su inventiva, aleccionen a los adolescentes y a los niños, toda una generación acostumbrada a derrochar electricidad y a la que le costará entender lo que es la disciplina energética.
Esos largos tapones de camino a la playa, o de camino al Viejo San Juan los fines de semana, tienen que evitarse.
Y en cuanto a las agencias del gobierno, ¿han advertido a sus choferes de que no esperen a los funcionarios dentro del carro con el aire puesto? A los funcionarios ¿les han dicho que en esta encrucijada deben resolver de manera virtual y moverse lo menos posible? Los legisladores son los primeros que deberían acogerse al buen vivir. ¿Cuánto se paga de luz en el Capitolio, ya que veo a todo el mundo allí tan abrigado? Hay que bajar esa factura, ilustres.
Aquí los únicos que pueden andar de un lado para otro en sus vehículos son los agentes del orden público y los respondedores a emergencias médicas. El resto tiene que ponerse a pensar cómo ahorrar y asumir la gravedad del momento.
Es madurez, o responsabilidad cívica, llámenla como quieran.
“Los legisladores son los primeros que deberían acogerse al buen vivir. ¿Cuánto se paga de luz en el Capitolio, ya que veo a todo el mundo allí tan abrigado? Hay que bajar esa factura, ilustres”
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