El Nuevo Día

PAPI Y SÁN PEDRO

- ELIEZER RIOS CAMACHO EDITOR

Cuando nadie me ve. Cuando estoy solo. Cuando me despierto en medio de la madrugada, recuerdo a mi padre, y lloro. Desde el pasado 17 de enero, día en que falleció, me pasa con frecuencia.

Pero una de esas madrugadas, en la que los recuerdos y el dolor invitaron al insomnio a desparrama­rse en mi cama hasta dejarme apenas una esquina, por fortuna mi imaginació­n vino al rescate y me permitió ver el momento en el que Papi llegó al Cielo. Sí, porque aunque mi padre no tenía ni pizca de religioso, si el Cielo es, como se supone, distinto a la Tierra, entonces es un lugar justo, así que de seguro Papi se ganó un espacio allí.

Vi ese momento en el que Papi se encontró con San Pedro frente al portón con acceso controlado. Allí estaba su nombre en la tablet. “Rubén Ríos, bienvenido”. Una vez adentro, Papi habrá mirado a un lado y al otro. Todo tan pulcro, tan brillante, tan perfecto. Y habrá preguntado.

“¿Y qué hay que hacer aquí?”.

“¿Hacer? Pero si usted lo único que hizo en la Tierra fue trabajar. Aquí viene a descansar”.

Mi padre habrá guardado silencio por un tiempo, el suficiente como para inco- modar al santo anfitrión. . “Yo no sirvo para estar así, sin hacer nada. Algo habrá que arreglar, que recoger, que pintar… Ya yo tenía las planchas de zinc y la madera para arreglar la terraza que se llevó María. Fueron meses sin luz. Me empecé a sentir mal, y cuando ya me sentía mejor vino la pandemia y de nuevo no pude trabajar. Y entonces de nuevo empecé a sentirme mal. Pero yo quería volver a trabajar. Yo iba a volver a trabajar. Iba a empezar de nuevo”…

San Pedro en su sabiduría comprendió “…le va a tomar tiempo adaptarse… Trabajaba con madera… Se lo voy a referir a San José”.

“Rubén, ¿y cómo sería su casa ideal?, para conseguírs­ela”.

“De madera, en el campo, que haya animales”. (Digo, según mi imaginació­n en el cielo debe haber animales, con lo mal que los tratamos acá, lo menos que puede hacer Dios es darle un espacio en el cielo). Continuó mi padre: “Sí, que haya animales, que los gallos me despierten y me levanten de la hamaca en la mañana”.

Imagino que a San Pedro le habrá faltado el aire cuando escuchó la palabra gallo. Sin duda todavía debe provocarle PTSD escuchar a uno cantar…

En ese momento cerré los ojos y pude respirar calmado. Vi a Papi feliz, sonriendo como en esta foto. Ocupado, silbando a su manera. Siempre ágil, cargando una escalera, un martillo y otras herramient­as. Con algún frasco de pintura blanca por si había que retocar algo. Encontró que había cosas que hacer y eso lo tranquiliz­ó. Lo hizo sentirse a gusto. Al levantarse de la hamaca de nubes y después del café de la mañana (Digo, porque si en el Cielo no hay café, no es Cielo) pasará por el taller de San José a ver qué más puede hacer. Y en las tarde se sentará con San Francisdo de Asís a ver los animales. Así de sencillo.

Papi está bien. Lo sé. Está en buenas manos. Así lo imagino porque lo amo.

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