El Nuevo Día

Boricua en Uvalde, Texas: 10 días en el corazón del dolor

- Lourdes M. Ortiz-Berríos Trabajador­a Social y Directora Espiritual­idad y Desarrollo Humano de los Centros Sor Isolina Ferré

Regreso a Puerto Rico tras 10 días conviviend­o en medio de un dolor que se respira y se siente en cada esquina de la ciudad de Uvalde, en Texas, donde aún no se comprende la muerte de 19 niños y dos maestras en ese tiroteo siniestro a manos de otro joven.

Padre Kike Camacho, director de Cáritas Puerto Rico, respondió con urgencia al llamado de Caridades Católicas de San Antonio, Texas, solicitand­o personas que pudieran dar apoyo emocional, y me reclutó para ir a nombre de Cáritas Puerto Rico. No pude decir que no, por mi fe, por el trabajo colaborati­vo que realizo en Cáritas, por misión de los Centros Sor Isolina Ferré a los que pertenezco y por la solidarida­d que ha crecido en mi corazón, sobre todo en este tiempo de pandemia.

Llegué a Uvalde con muchas oraciones, pensamient­os y mensajes que desde Puerto Rico y otros lugares me acompañaro­n. Muchas personas se hubiesen unido a llevar consuelo, pero se hicieron presentes en espíritu y comunión. Mi agradecimi­ento a este Puerto Rico solidario que se da desde sus propias crisis.

“Vas a acompañar el corazón del dolor”. Con estas palabras del presidente de la junta de directores de los Centros Sor Isolina Ferré, Luis A. Ferré Rangel, acudí por vocación y llamado. Su frase, junto a las reflexione­s diarias que sostuve con Padre Kike, fueron luz para comprender y realizar la misión de estar en medio del dolor.

Allí hice lo que tocaba, estar en presencia consciente, en oración silente, en escucha empática. En cada lugar que pisé había una historia que escuchar, unas lágrimas que acompañar, un abrazo que ofrecer, un peluche que entregar a un niño. Estar al lado y en medio del sufrimient­o en los ocho entierros que presencié. Recibir las miradas silentes y las palabras de agradecimi­ento por mi presencia, por la presencia de Puerto Rico.

Fue tremendame­nte impactante visitar la escuela, ver el lugar por donde entró el atacante -un joven que comenzaba a vivir- ver los rostros de cada niño y niña fallecidos en los muchos altares que hay en toda la ciudad.

Regresé, pero parte de mi corazón allí quedó, pues una vez se completen los entierros, se vayan los familiares que llegaron para los funerales y se retire la prensa, las familias comenzarán procesos intensos de duelo colectivo que deja tantas interrogan­tes y heridas en el corazón de gran parte de los residentes de la ciudad.

La matanza en Uvalde, que toca la fibra humana, nos reclama la urgencia de un nuevo orden social donde lo humano, la paz y la justicia sean las prioridade­s. Estas 21 + 1 vidas con su muerte, unidas a las tantas crisis mundiales, son un gemido que suplica, que reclama el que los sistemas sociales y económicos cambien de rumbo. El asunto de las armas en Estados Unidos se ha convertido en cementerio para sus propios ciudadanos y los que llegan en búsqueda de una mejor vida.

Sobre todo, esta experienci­a me confirma que, por encima de las estructura­s y los sistemas que cada vez se vuelven más insensible­s al corazón del dolor humano, está la voluntad solidaria, que no es otra cosa que la encarnació­n del amor. Estoy convencida de que el amor solidario será lo que nos sostendrá mientras seguimos contra corriente edificando el mundo que nuestros niños necesitan.

La matanza en Uvalde, que toca la fibra humana, nos reclama la urgencia de un nuevo orden social donde lo humano, la paz y la justicia sean las prioridade­s”

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