Disgusto social lleva a grandes cambios presidenciales
El histórico triunfo de Gustavo Petro en las recientes elecciones presidenciales de Colombia lo convierte en el primer mandatario de izquierda de su país. Envía, además, un contundente mensaje de recambio hacia gobiernos enfocados en combatir las desigualdades. También deja en evidencia el profundo hastío hacia la vieja política incapaz de interpretar a las grandes mayorías.
El termómetro de la política en Suramérica muestra una oscilación hacia fuerzas más liberales que suman votos empujados por los anhelos de la gente de acabar con las penurias para acceder a la salud, la previsión social, la educación y poner en práctica un verdadero respeto por el medio ambiente. Chile no está ajeno a esta dinámica que emana de un agotamiento de las propuestas de los partidos que estuvieron en la palestra tras la dictadura de Augusto Pinochet. La dirigencia chilena no vio venir un estallido social que determinó el proceso de recambio de la Constitución. La llegada al poder de Gabriel Boric es una novedad por su juventud y por la ratificación de su novel conglomerado político que nació hace una década al alero de movimientos de protesta universitarios.
El deseo de recambio avanza a menudo de manera soterrada. Y deja inútiles las gastadas fórmulas para advertir esas necesidades multiplicadas por economías golpeadas por la pandemia y la inflación que encarece el costo de vida.
Si las encuestan atinan, Brasil también dejará en el banquillo al conservador Jair Bolsonaro, quien ha ejercido con una cuestionada mano dura un mandato plagado de polémicas y condenas internacionales. El probable regreso al poder de Luiz Inácio Lula da Silva conformaría un eje liberal y de izquierda que sumaría, entre otros, a la Argentina de Alberto Fernández, junto al Chile de Boric y la Colombia de Petro, quienes desde ya se prometen toda clase de iniciativas de integración.
Estamos ante un fenómeno social que, de no mediar un golpe de timón, podría arribar a Puerto Rico. La última votación para escoger al inquilino de La Fortaleza mostró síntomas claros del agotamiento del electorado con los partidos tradicionales. Encaminada la segunda mitad del mandato, numerosos signos auguran una tormentosa navegación a las tres colectividades que han dominado la escena política local.
El domingo pasado coincidieron varias elecciones importantes. En Francia, el presidente Emmanuel Macron sufrió un revés al perder la mayoría parlamentaria que resultaba esencial para seguir con sus reformas neoliberales. Macron, recién reelecto, había gobernado prácticamente sin contrapesos. Con los buenos resultados de la izquierda y la ultra derecha, ahora deberá buscar alianzas para contener la inflación y materializar la reforma de las pensiones, el mejoramiento de los servicios públicos y, como en otras naciones, mayor compromiso con el medio ambiente.
En política nada está escrito. No hay que ir muy lejos para comprobarlo. Como una profecía autocumplida, el Partido Demócrata observa con inquietud el avance de las fuerzas trumpistas que podrían reinstalarse en la Casa Blanca. El electorado americano se ha vuelto impaciente. Los yerros del presidente Joe Biden han opacado sus logros y encogerían su pretensión de sumar otros cuatro años de mandato.
Gustavo Petro ha corrido su propia maratón. El mandatario colombiano debió luchar contra la propaganda que le refregó su pasado guerrillero y puso en duda su capacidad para conseguir la aún pendiente pacificación para sanar las heridas de una nación que estuvo atravesada por una inclemente guerra interna. El exalcalde de Bogotá tiene ahora la inmensa misión de aglutinar a su país detrás de las promesas de su programa de gobierno. No llega solo. Una buena parte de su votación la consiguió gracias a su compañera de fórmula. Con su historia personal y compromiso ambiental, Francia Márquez logró activar el voto afro que la convirtió en la primera vicepresidenta de este origen en Colombia.
El común denominador de los recientes procesos eleccionarios es el descontento. Los votantes buscan mejorar su calidad de vida y exigen a sus líderes propuestas audaces, pero humanamente tolerables. Se incorporan nuevas necesidades que, más allá de situaciones locales, están obligando a las fuerzas políticas a generar alianzas lejos de las diferencias partidistas y a aplicar fórmulas más lúcidas para derribar las desigualdades y atacar con vehemencia las causas del calentamiento global.